Por Ivana Eugenia Matilde Cabrera

Siempre la lujuria le había desatado nubes con textura de desierto. Ahuyentaba las plegarias que acudían a sus labios, pues sentía en el crepitar de sus entrañas, que tenía que cocinar a fuego lento, el salvaje latido del tiempo con ella. El tartamudeo mental era como un charco que yacía quieto, y que iba alambrando el asco que le provoca sentir ese deseo. Deseo que escudriñaba su piel en forma lánguida, que le sabía a carne licuada, a huesos derretidos. Sentía la debilidad que le resistía la voluntad y jugaba a dos mundos paralelos. Deseo y confusión. Deseo y asco. Deseo y contradicción.

Sus dedos iban sondeando los resquicios hasta ahora impenetrables y se adentraban en el fragor de la sangre palpitante. El día aguantaba la respiración y se ionizaba el aire del espacio que ocupaban. El mundo se esparcía, se apelmazaba, se contraía y se expandía, condimentado por formas claras y oscuras, por cuerpos anudados en la primigenia lucha de la especie. Se equilibraba el flujo vital. Y cuando ello sucedía, comenzaba nuevamente la batalla de las culpas, la guerra entre placer y tormento. Ella tapaba su cara con el velo negro y huía recogiendo las faldas ondulantes. Esteban salía sudoroso del confesionario, con el esqueleto trémulo, con la certeza de que en la garganta del viento viaja el invierno.

(*) Ivana Eugenia Matilde Cabrera viaja a bordo de letras, que se transformaron en palabras, que transmutaron en frases, que devinieron textos, comienza su transitar con las literaturas desde que, a los tres años, emprende su devoción por ellas, eterna. Combinadas, leídas, escritas, extraídas, desajustadas, convenientes, rebeldes, suaves, gritonas, lentas, parpadeantes, perfumadas, insomnes, letras, siempre letras.

Mamá, hermana, hija, suegra, profesora, cocinera, pintora incipiente, amante del amor. Nacida en San Luis, disfruta de su puntanidad. Integrante de Taller Silenciosos Incurables de Viviana Bonfiglioli.