VUELTA Y MEDIA
Por Jorge Sallenave
El cobro del premio les llevó un tiempo. También se demoraron para hacer la transferencia a la ciudad natal. Los tres se sentían felices, en especial con Rolando, que había olvidado el paraíso fiscal y aceptaba regresar a la pequeña ciudad.
Tomaron el mismo ómnibus que los había llevado. Rolando comentó que la ciudad entera sabría de la suerte que habían tenido.
—No es un tema que me preocupe. Seguiré la misma vida que antes salvo que no iré a trabajar —dijo Ángel.
Su compañero de asiento trató de ubicarse en el mismo con comodidad.
—Apenas llegue me compraré un automóvil cómodo —comentó Rolando.
—Supongo que lujoso, así podrás ostentar.
—Tenés razón, el más lujoso que existe en la concesionaria. Te aconsejo que comprés otro, así no dependerás de los micros y podrás llevar a Eli a recorrer los hermosos paisajes de nuestra provincia.
A las cuatro de la mañana llegaron a la ciudad. El matrimonio tomó un taxi y Rolando eligió un segundo automóvil. Ambos conductores los saludaron porque los conocían.
—¿Pudieron cobrar?
—Nos pagaron. Lamentablemente el Estado se llevó una buena tajada.
—¿Cuánto les cobraron?
—Entre una cosa y otra yo diría que el 60%.
Ángel y Eli llegaron a la casa. Eli lo criticó porque no le diera una buena propina al chofer.
Recién al ingresar a la casa Ángel le comentó que no pensaba regalar la plata.
Él hizo su trabajo y yo le pagué por eso. Ahora iré a ver mi canchita. Si aprovecho la madrugada la tendré en condiciones.
—Yo pienso recostarme por lo menos hasta que me ocupe de la comida. Necesito hacer algunas compras.
Los ciudadanos aceptaron la suerte que habían tenido y los millones que guardaban en el banco.
Ángel seguía jugando y practicando la vuelta y media con su taba. Rolando solía ir a la confitería del pueblo para sentarse a hablar con terceros que no constituían sus amigos, pero sí lo conocían.
Algo cambiaría. Eli lo sorprendió un mediodía cuando servía el almuerzo.
—Fui a hacerme cosas de mujeres con la doctora Renzi. Tengo un tumor en el pecho. La doctora me recomendó que viajara a la capital nacional y consultara con el médico más conocido en cáncer de mama.
—¡Nos estás jodiendo! —dijo Ángel indignado.
—Se equivocó la doctora Renzi —intervino Rolando.
—No lo creo. Hace años que me atiende, debo ir a ver al doctor Reinaldo Hodara. Tengo fe que Santa Mónica me ayudará.
—¿Es algo urgente? —preguntó Rolando.
—Cuanto antes vea al doctor Reinaldo Hodara será mejor.
—¿En qué tiempo estarás en condiciones de ir a la capital? —preguntó Ángel.
—Mañana mismo. No es necesario que ustedes me acompañen. Por ahora será solo una consulta.
—No te dejo sola por más que lo ruegues, sos mi princesita —dijo Ángel.
—Eli no es una princesita, tal vez una reina, yo también los acompañaré —intervino Rolando— no quiero que se pierdan en la gran ciudad.
—Te agradecemos.
—Somos amigos y lo que les suceda a ustedes me sucede a mí. Usaremos el auto mío y Eli estará de vuelta cuanto antes y sana.
—Si Santa Mónica lo quiere.
La clínica de Reinaldo Hodara ocupaba dos manzanas.
Un guardia les indicó dónde los iban a atender. Reinaldo Hodara los recibió en uno de sus consultorios. Era un hombre simpático, aunque hablaba poco.
—¿Quién los recomendó?
—La doctora Renzi —respondió Eli.
—Me acuerdo de ella, estuvo aquí como practicante. ¿Cuál es su problema?
—Según ella dijo, un tumor en el pecho derecho.
—¿Trajo estudios? —preguntó el doctor.
—No los he hecho. He querido verlo a usted lo más rápido posible.
—Pasemos a la sala privada, nos acompañarán algunos practicantes.
—¿Podemos estar presentes? –preguntó Ángel.
—No es posible, en la sala privada está el paciente, los practicantes y yo. Cuando finalicemos responderé a sus inquietudes.
El doctor Reinaldo Hodara finalizó veinte minutos más tarde. Les comentó a los dos amigos cuáles eran los pasos a seguir. Realizaremos una punción para determinar con una biopsia si se trata de un tumor maligno. De ser necesario haremos una tomografía.
—A su criterio ¿se trata de un tumor maligno?
—No lo puedo saber hasta el resultado de la biopsia. La doctora Renzi acertó con el tumor. El resto se lo diré oportunamente.
—¿Cuándo tendría los estudios? —interrogó Rolando.
—No menos de quince días.
—Sé que Santa Mónica me ayudará afirmó Eli, con los ojos destilando tristeza.
—Aquí, cerca de su clínica ¿existe algún hotel? —preguntó Ángel.
—A cinco cuadras. Es un hotel lujoso e ignoro su posibilidad económica.
—Lo pagaremos —afirmó Ángel—. Queremos que Eli esté cerca de la clínica.
—Pidan turno para la biopsia. Lo recomendaré para que obtenga los resultados lo más rápido posible.
Se despidieron del doctor Hodara y fueron en busca del hotel. Era inmenso y bello. Eligieron dos habitaciones amplias en el mismo piso.
Cenaron en el mejor restaurante del hotel. Después se fueron a dormir. Ángel se ubicó de espalda a Eli con los ojos abiertos, insultando en silencio por la mala suerte de su señora.
Eli miraba el cielo raso, rogando que Santa Mónica la ayudara. Después tocó el hombro de su marido.
—¿Necesitás algo? —preguntó volviéndose hacia ella.
—Quiero saber si me querrás como siempre si pierdo un pecho.
—Te adoraré aún más. El doctor no dijo nada de eso. Santa Mónica te ayudará, no le pedís demasiado.
—Abrazame —pidió Eli—. Necesito tu fuerza.
—Por más que siga jugando a la taba.
—Nunca me he quejado —respondió la mujer.
—Aun con un pecho de menos te querré hasta el cielo.
—No quiero que me mutilen —protestó Eli.
Mientras ellos hablaban, Rolando pensó en la esposa que había perdido, con tanta vida que le quedaba.
Los tres fueron a la mañana siguiente a hacer la punción. Cuando la mujer entró al laboratorio les pidió que le desearan suerte.
—Te irá bien —fue la respuesta de Rolando.
Eli salió del consultorio.
—¿Cómo te fue? —preguntó Ángel.
—No lo sé, el doctor es quien tiene que verlo.
La secretaria del doctor les dijo a los tres que dentro de quince días los recibiría de nuevo. Esa noche fueron a caminar.
—¡Qué ciudad inmensa! —dijo Rolando.
—La capital nacional se ha construido con el esfuerzo de todo el interior —comentó Ángel con dejo de desprecio.
(Segunda entrega)