VUELTA Y MEDIA
Por Jorge Sallenave
Cuando terminaron con la tomografía, la misma secretaria que los atendiera les aconsejó que por el tiempo en que el doctor Hodara los recibiría, les convenía volver a su ciudad y no seguir gastando en el hotel. Mientras regresaban al establecimiento, Eli les comunicó que era su interés regresar al pueblo.
—Allí me sentiré más a gusto y contaré con el apoyo de Santa Mónica.
—Estoy de acuerdo. Mañana podríamos salir —dijo Rolando.
A la mañana siguiente subieron al automóvil de Rolando, quien imprimía velocidad a su 0 km.
—Te pido que bajés la velocidad —pidió Ángel.
—Con esta máquina no tenemos peligro alguno. Menos aún si no hay mucho tránsito.
—Aun así, bajá la velocidad —intervino Eli—. Nací en mi ciudad y quiero llegar a ella.
—Te daré el gusto.
Dos semanas después regresaban a la clínica. El doctor Reinaldo Hodara los atendió en primer lugar. Cuando salió de la sala con los practicantes manifestó:
—Lamento la noticia que voy a darles. La señora Eli tiene ambas mamas tomadas. Deberé hacerle cirugía. También rayos y quimioterapia. No será una tarea fácil.
—Le pedí doctor que no me cortara el pecho, ni hablar de los dos.
—Debería estar agradecida, tal vez le salve la vida. De otra forma morirá antes de los seis meses.
—Ayudame Ángel ¿qué debo hacer? ¿Me ha abandonado Santa Mónica?
—Te equivocás, Santa Mónica te está ayudando. ¿Para qué te sirven las mamas si morís? Le presto consentimiento doctor, para la operación, logre que mi mujer viva.
—Luego de la operación, un brillante cirujano plástico la atenderá.
El doctor Reinaldo Hodara, tiempo después, le dio la buena noticia. Le dijo que estaba curada y que había establecido fecha y hora para que el cirujano plástico estudiara qué podía hacerse.
El médico hizo un excelente trabajo. Eli se miraba en el espejo y agradecía a Santa Mónica. Tampoco se olvidaba de Ángel, su querido esposo, quien se mantuvo firme al apoyarla en su operación.
Antes de despedirse del profesional Reinaldo Hodara, Ángel le hizo una entrega importante de dinero para la fundación de oncología, pidiendo que nadie se enterara.
El primer día que Eli estuvo en condiciones de hacer la comida, mientras servía los platos le pidió a Ángel que devolviera a Rolando el dinero que había gastado con su enfermedad. Rolando, al escucharla, dijo que el dinero era de los tres.
—Comparto la opinión de Eli —afirmó Ángel.
—Ni pienso escucharlos. Solo me tendrán en su casa más tiempo y aprovecharé las virtudes culinarias de Eli.
—Espero que aprendás a tirar la taba vuelta y media —le dijo Ángel—. En todo aprendizaje hay esfuerzo. Vos no serás la excepción. Deberás aprender en primer lugar a realizar los quesos.
Los tres amigos comenzaron a vivir en forma rutinaria como antes lo habían hecho.
Rolando no aprendió a tirar la taba. Se ubicaba bajo un tilo frondoso donde leía los libros que adquiría en la única librería de la ciudad. Si alguno le resultaba aburrido no tardaba en abandonarlo.
Eli fabricó una biblioteca muy humilde para que Rolando guardara allí los libros que le interesaban.
Por las noches solía invitar a conocidos del bar, de buen pasar, que poco se interesaban por el premio que habían ganado el matrimonio y Rolando.
Su único interés era probar las comidas que hacía Eli. No les interesaba tirar la taba ni jugar por dinero. A diferencia de otros conocidos que solían ir a la casa del matrimonio con el convencimiento de desplumar a Ángel. Como fundamento se apoyaban en la juventud que tenían, unos veinte años menos que Ángel, pero no les llevó mucho tiempo darse cuenta que a Ángel le sobraba habilidad y destreza. Por lo tanto, no tardaron en abandonar las invitaciones que recibían con menos dinero del que habían llevado.
Los nuevos conocidos tenían largas sobremesas. En una de las cenas se tocó la situación económica del país. Coincidían en que el país tendría en los próximos tiempos una caída que le llevaría a bajar los sueldos y hasta quedarse con el dinero que la gente ahorraba en el banco.
Rolando cuando estuvo en su casa no pudo dormir, porque suponía que el dinero que habían ganado en la lotería desaparecería.
Por no dormir llegó a la casa de Ángel y Eli a la madrugada.
La mujer le preguntó si sucedía algo.
—Quiero sacar cuanto antes todo el dinero que tenemos en el banco.
—¿Pensás hacer un largo viaje alrededor del mundo? –interrogó Ángel.
—No pienso ir a ningún lado. Creo que el Estado se apoderará de todo billete que ande suelto. Ayudado por la inflación nos dejará en pelotas. Como sucedió con Alemania después de la Primera Guerra Mundial —afirmó Rolando.
Después aclaró que pensaba comprar oro y encontrar un buen lugar para esconderlo.
—Aquí no hay oro —dijo Ángel.
—Tenés razón, pero las provincias más ricas que nos rodean nos solucionarán el problema. Es más, también he decidido que el oro será escondido en esta casa. Es lo suficientemente grande para esconderlo.
—Tus ideas me suenan a locura —participó Eli.
—Es posible que Rolando tenga razón, pero me pregunto cómo harás para cargar tanto dinero.
—De a poco, no sacaremos el total. Lo haremos por parte para no despertar sospechas y viajaremos en los dos autos a las provincias vecinas, lugar donde compraremos recipientes similares a los que usan las distribuidoras de dinero. Mañana haremos el primer viaje, a las diez estaremos en el banco. A nuestros amigos les avisaremos que nos tomaremos cinco o siete días para que tampoco sospechen.
A la hora indicada le presentaron un cheque al cajero del banco quien, al notar el importe, se tomó un tiempo para llamar al gerente. Este los saludó y les preguntó si eran bien atendidos.
—Más que bien —dijo Eli.
—Veo que van a retirar mucho dinero ¿no es peligroso?
—Sin duda que lo es, pero hemos decidido comprar un campo de alto costo en la provincia colindante. La escribana nos espera hoy. Si no cumplimos se caerá el negocio.
—¿Por qué no hacen una transferencia?
—Lo pensamos, pero corremos el riesgo que la transferencia no llegue a tiempo. Nuestra idea es dedicarnos a la ganadería y la agricultura. Por lo tanto, mi estimado gerente, nos tomaremos un tiempo para hacer las respectivas extracciones.
—Les haré unos paquetes para que coloquen en los baúles.
—Le agradecemos señor gerente. Le pido que su empleado no se demore en empaquetar los billetes porque estamos jugados con el tiempo.
(Tercera entrega)