Expresiones de la Aldea

MALA

Por Yessica Berardi


Mi abuela materna, la única que conocí, se llamaba Mala, en realidad su nombre era Aldana, pero todos en su barrio le decían ese apodo “Mala”. Lo decían en voz baja, casi susurrando, nadie se atrevía a decírselo en su cara. Nadie lo hacía, mi mamá y yo, lo sabíamos, pero nunca lo mencionamos.
Yo la llamaba por su nombre, pero evitaba hacerlo. Casi siempre nos manejábamos por señas, era nuestro acuerdo tácito para comunicarnos.
Mi madre era enfermera, trabajaba en el hospital central de la ciudad, cuando le tocaba hacer guardias, yo me quedaba en casa de mi abuela. Ella pasaba por mí a la salida de la escuela, me buscaba en su Torino verde limón, y me quedaba todo ese día y mitad del siguiente con ella. En su casa, como olvidarla, nunca volví a estar en un lugar tan oscuro y lúgubre como ese, las paredes estaban todas pintadas de negro, y pesadas cortinas impedían que la luz ingresara a la cocina.
Peor era el sótano, tan húmedo y frío, que de solo recordarlo se me hiela la sangre y se me erizan los pelos de mi nuca.
Cuando me portaba mal, por ejemplo, no tomaba toda la sopa, o no terminaba mis tareas de la escuela en el tiempo que ella decidía, me enviaba al sótano.
Hubo días en que como tenía problemas de memoria por su avanzada edad (yo pensaba eso), se olvidaba que estaba en su casa. Así que me quedaba ahí, hasta que mi madre regresaba por mí.
Yo no tenía miedo, porque tenía amigos, que solo yo veía, con ellos jugaba y me entretenía, y siempre comía algún trozo de pan o galleta que había alcanzado a esconder en mis bolsillos y bebía el agua que se escapaba de las cañerías.
Mi mamá la quería mucho, así que cuando me buscaba, casi de eso no hablábamos, nunca le contaba que había estado en el sótano, para no preocuparla. Inventaba juegos, le describía todas las cosas que habíamos hecho con la abuela, armar rompecabezas, jugar a los naipes, dibujar, pintar y hasta bordar.
Algunos días no iba al sótano, porque me portaba bien, tomaba la sopa y hacia mis tareas en horario. Cuando eso sucedía, me pedía que la ayudara a hacer masitas con miel, a mí me encantaban, las horneábamos juntas mientras cantábamos. Cuando ya estaban listas (me acuerdo su aroma, ¡qué rico olían!) no me convidaba, se comía ella rápido una porción grande y lo que sobraba lo guardaba para su té de la tarde, yo en silencio, solo callaba.
Los días de sol y mucho calor me empujaba al patio, para que jugara, pero no había plantas, ni árboles, nada crecía, todo se moría, ni césped tenía, era solo tierra seca y dura. Terminaba con la cara enrojecida como un tomate, a veces me salían algunas ampollas, esas sí me dolían.
Ella a mi mamá le explicaba muy compungida que era una niña muy alérgica, tanto que hasta la brisa me hacía mal.
Pero como mi mamá trabajaba y no tenía otro lugar donde dejarme, me aguantaba el dolor e iba a la escuela con pasamontaña, en pleno mes de noviembre.
Éramos solo mamá, la abuela y yo; a mi papá no lo conocí y nadie nunca lo mencionó, así que supongo que nunca existió.
Un día decidió morirse (mi abuela), digo decidió porque, subió al edificio más alto de la ciudad y se lanzó al vacío, como un pájaro en busca de su nido. Se encontró con el piso, y allí quedo tiesa, inmóvil, inerte, en fin, sin vida.
Con mamá nos mudamos a su casa. Desde ese día, no tuve que bajar más al sótano, y si quería hacia las tareas, tampoco tomé más sopa. Ah, me olvidaba de contarles, pude decir su apodo en voz alta, ¡Mala!

“Mi abuela”, artista desconocido.

(*) Soy Yessica Berardi, escritora, estoy casada con Fabián y soy mama de Santiago y Bautista,¡a quienes amo mucho!, también amo a mi mama Dora, mi papa Raúl y mi hermana Cynthia. Cuando iba a la escuela, mis maestras se molestaban porque no entendía lo que explicaban o cuando recién terminaban de explicar, yo levantaba la mano preguntando ¿Cómo?, no entendí. Yo no estaba en el aula en ese preciso momento, estaba habitando mis mundos fantásticos e imaginarios, que para mí eran mucho más interesantes que entender la lección del día. Hoy les invito a compartir conmigo un poco de mis mundos de fantasía. Había una vez…