La Aldea y el Mundo

INTERCULTURALIDAD, UN ASUNTO PENDIENTE

Los dichos xenófobos o racistas, provenientes de cualquier ámbito o personalidad, causan cada vez más indignación. Hay un camino recorrido y otro que falta por recorrer

Agustina Bordigoni

Las tendencias migratorias en América del Sur se fueron afianzando hacia un modelo de migración intrarregional, propiciada por la cercanía geográfica, la cultura y el idioma compartidos.

La tendencia se fue acentuando a medida que las legislaciones se adaptaron a los nuevos tiempos, como la ley Argentina 25.871 de 2004 y los Acuerdos sobre Residencia del MERCOSUR (2009). Sin embargo, y a pesar de los avances, parte de la sociedad no progresó con la misma velocidad que las legislaciones. Si bien la región es evidentemente multicultural, aún queda camino para llegar al ideal de interculturalidad.

Mientras como naciones multiculturales nos caracterizamos por la tolerancia y la coexistencia –más o menos– pacífica; el interculturalismo está basado en el respeto, la integración y el aprendizaje mutuos.

Estos tres factores son los que faltan por conseguir en lo que respecta a la relación con las personas migrantes, sobre todo con las provenientes de la región. Podríamos decir que en Argentina existen, para algunos, migrantes “de primera” y “de segunda”. No suele existir la misma visión que se tiene de un inmigrante latinoamericano que la de un europeo.

Xenofobia selectiva

Las bases de esta diferenciación son culturales, aunque demuestren una falta absoluta de conocimiento y cultura. Podríamos encontrar los orígenes en el siglo XIX en la Constitución de 1853, que expresaba la necesidad de fomentar la inmigración europea, una idea concordante con quienes participaron de su redacción.

“En vez de dejar esas tierras a los indios salvajes que hoy las poseen, ¿por qué no poblarlas de alemanes, ingleses y suizos? (…) Gobernar es poblar, pero sin echar en olvido que poblar puede ser apestar, embrutecer, esclavizar, según que la población trasplantada o inmigrada, en vez de ser civilizada, sea atrasada, pobre, corrompida” (Alberdi, 1852).

La imagen de los europeos como la cultura o la civilización se mantiene hasta hoy, mientras a los inmigrantes latinoamericanos les quedó entonces el papel relegado a los considerados como gente “atrasada, pobre y corrompida”.

Una imagen absolutamente falsa pero que tiene llegada en una parte de la sociedad que los ubica como los que vienen a “sacarnos el trabajo” o a cometer delitos. Esa misma imagen, reproducida una y otra vez, deriva en decisiones que se hacen eco de esas ideas. Sucedió con la llamada “ley Videla durante la dictadura, y también en 2017 cuando por decreto (70/2017), que impuso nuevas restricciones a las personas migrantes, contribuyendo a identificarlas con el delito, con la corrupción y con lo indeseable.

“Multicultural”, grafitti callejero.

Esto se convierte en un peligro latente en un país como Argentina, en el que alrededor del 5% de la población es migrante, y casi el 80% de ese total es proveniente de la región. Una situación muy distinta a la de principios del siglo XX, donde además de haber una mayoría europea la población migrante representaba más del 30% del total.

Pero por entonces no se veía una amenaza en tan significativa proporción. La realidad y las leyes cambiaron, pero el discurso se mantuvo y sus consecuencias fueron nefastas.  

En 2001 Marcelina Meneses se disponía a visitar al médico junto a su hijo, Joshua, de 10 meses de edad. Hacía 5 años que había venido a la Argentina desde Bolivia, con la esperanza de encontrar un futuro mejor.

Sin embargo, al llegar al tren, Marcelina fue víctima de un ataque xenófobo que causó su muerte y la de Joshua. Previo a arrojarla hacia las vías, es probable que haya escuchado frases como las del jugador de rugby, Pablo Matera, que tanto revuelo causaron durante estos días: “El odio a los bolivianos, paraguayos, etc., nace de esa mucama a la que una vez se le cayó un pelo en tu comida“.

Más allá de la violencia obvia del tuit, publicado en 2011, la afirmación implica varios temas de los que el propio autor no es consciente. Se trata del lugar que las personas migrantes ocupan en la sociedad: en su mayoría empleos de baja calificación, lo cual no quiere decir que las personas estén poco calificadas.

De hecho, el 40% de migrantes regionales tienen una calificación alta y en algunos países se ubican por encima del promedio nacional.

Se trata también del imaginario colectivo perpetuado por medios, ciertos periodistas, personas y mensajes.

No, no se trata de un tuit. Basta con un titular que haga hincapié en la nacionalidad de una persona que cometió un delito, o con hablar de “ilegalidad” de las personas migrantes, cuando en realidad se hace referencia a sus papeles.

Se trata de palabras que ya no deben quedar impunes.

A Marcelina no la mató el tren, la mataron los discursos de odio. El repudio ante este tipo de expresiones es, al menos, esperanzador.

Pero la tolerancia no alcanza, falta el paso decisivo hacia la interculturalidad.