BITÁCORA DE PANDEMIA
Hojear sin juzgar el cuaderno de bitácora de viaje en esta pandemia en el que diferentes y distantes personas escriben reflexiones y sentires de esta historia
La Opinión/ La Voz del Sud
Nos asomamos al cuaderno de viaje en pandemia de Alida Chebli, quien reflexiona desde Ciudad de Buenos Aires:
Están pasando demasiadas cosas raras
Para que todo pueda seguir tan normal…
Bancate ese defecto – Charly García
En el verano del 2020 se hacía noticia un virus extraño, con alto poder de contagio y, la mayoría de las veces, mortal. Era en China, afectando también a Europa y comenzaba a desparramarse por medio de viajeros.
En mi oficina, donde confluíamos unas 50 personas, comentábamos con cierta incredulidad – agregando los chistes del caso: murciélagos, sopas y costumbres raras y demás -, convencidos de que no llegaría a Argentina.
A los días, ya estábamos seguros de que la globalización iba a traernos al elemento extraño y empezaba la preocupación. Saludos con el codo o el pie cuando, al rato, como siempre, compartíamos el mate. ¿La coherencia? ¡Te la debo!
Era el anticipo de lo que no imaginamos fuera a venir. Lo raro nos cercaba.
La palabra pandemia sonaba a algo histórico y lejano. Terrible, pero de tiempos en que la tecnología y el desarrollo no llegaban a niveles de hoy.
El aislamiento preventivo, estricto, respetado por casi todos, demostraba el temor y la incertidumbre que sentíamos. El aplauso a las 21 horas para el personal de salud mostraba el agradecimiento de antemano aun cuando era tan bajo el número de enfermos y contagios en esos primeros momentos. También dejaba entrever el susto.
Las prácticas cotidianas se modificaron de forma abrupta, queriendo pensar que iba a pasar rápido, que eran por algunas decenas de días, casi como un descanso de la rutina, además.
Todo implicó cambio. Adaptación en medio de una noción de fragilidad y vulnerabilidad de la que nos falta conciencia cuando andamos la vida.
El tiempo empezó a debilitar el respeto por las normas impuestas a la vez que se incrementaban los contagios y las muertes. Faltaban los afectos, la distracción que no viniera de una pantalla, los abrazos y mateadas. Somos argentinos: amigueros al extremo.
Nada podía seguir “normal”.
¡Era un quiebre mundial que afectaba a todos!
Pensé que ésta sería una gran oportunidad para que lo grave cambie.
Que la solidaridad se hiciera gesto habitual; que la explotación del medio ambiente empezara a ser revertida, esta vez en serio; que los más vulnerables y sometidos fueran los más cuidados.
Creía que íbamos a entender – de una vez – que el valor y la dignidad de las personas serían lo prioritario.
No fue así. No está siendo así.
Tuvimos la oportunidad de ver manos extendidas; muchos se expusieron para llevar un plato de comida diario; otros tantos que colaboraron con dinero que beneficiara a quienes más necesitaban; redes de apoyo a los viejitos y viejitas solitarios; vecinos colaborando como nunca; maestras que enseñaron y acompañaron desde su celular y gastando sus datos.
Y vimos, también, a los aprovechadores de siempre. Los que en cada situación analizan cómo sacar beneficio propio; los que no reparan en el sufrimiento ajeno ni dejan de pensar en el bienestar personal y de los suyos como principal motivo de acción, caiga quien caiga, y pese a quien le pese. No quiero detallar las bajezas ni dedicarles palabras. Todos sabemos qué no fue bueno, qué no resultó.
Me quedo con los buenos gestos y con la esperanza de que la bondad va a prevalecer y que algo de esta época tan rara nos va a hacer mejores.
El problema no es
repetir el ayer
como fórmula para salvarse.
El problema no es jugar a darse.
El problema no es de ocasión.
El problema, señor,
sigue siendo sembrar amor.
El problema - Silvio Rodríguez