Valden
Por Valeria Glusman (*)
Soy una azucena que se tacha, una y dos veces.
Soy una ciruela con hambruna que sube escaleras a las puertas de la iglesia.
Vivo en una pregunta con trampas y otras yerbas.
Me tengo rencor por ser un puñado de campanas que ronca sin imaginar que puedo transmitir hierbas de montañas a cualquier lugar.
Soleo ventanas lluviosamente, imagino hombres en traje que habitan en mis climas enjabonados.
A veces me pongo gris de sentimentalismo y otras empiezo historias con rituales de pecados que honestamente no son más que duelos de deudas, me acostumbro a ser roca pero la adrenalina me supura como miedos en la ruta.
Y camino tan tortuga, tan alto y me callo porque me obligan.
Termino riendo silenciosamente. Sin poder explicar nada de los pinos, ni de los abetos ni de los abedules. La flecha se imagina la arena de la playa. Y me seduce.
Denval
Si, también soy rana con sopapa y salto, del aljibe al infierno.
Yo tan pingüino comiendo maíz en mi casa, o en las tumbas, con mis amigos puercoespines que retozan.
Los pozos en los que me martillo esperan que el cielo se llene de lechones.
Yo murmuro gritando a cada caracol que corretea por ahí.
Espero, espero que el agua llene mis silencios de espuma y que el infierno vuele y sueñe.
(*) Valeria Glusman. Docente, madre, Ingeniera agrónoma, esposa, hermana, tía, silenciosa, sembradora, amiga, en orden intercambiable. Con muchas esperanzas puestas en mí y en algunos otros millones más. El Universo creció cuando empecé a asistir a los Mágicos Talleres de Escritura “Los Silenciosos Incurables” de Viviana Bonfiglioli