Reportajes

Silvana Deolinda Nievas-21-11-2021

Soy Silvana Deolinda Nievas, nací el 28 de marzo de 1977 en Quines, pero toda mi infancia y adolescencia la viví en Luján, San Luis. Nos dedicábamos a jugar, a compartir, a ser solidarios en un barrio humilde de la misma clase social, tengo los mejores recuerdos de ese tiempo. Mi relación con el arte es familiar, mi padre era guitarrero de los tradicionalistas. Siempre lo acompañábamos a fiestas donde él tocaba, también lo acompañábamos a las peñas. Comenzó a interesarme el tipo de danzas, que no son iguales en otros lugares, el sonido de la guitarra y la manera de cantar, en aquella época se cantaba la tonada medio llorona, además de las letras hermosas.

Era la manera de sentir y vivir la música, en familia. Una profesora comenzó a dar clases de danzas folclóricas, y en esa época el hermano mayor era quien comenzaba a incursionar en cualquier actividad, por eso comenzó mi hermana mayor, yo iba de oyente hasta que me tocó.

En un determinado momento no pude continuar con el estudio porque el profesor no iba más, así que finalicé mi carrera de Profesora de Danzas Folclóricas en la localidad de Leandro N. Alem, al mismo tiempo finalicé mi secundaria en la escuela Fragata Presidente Sarmiento de Luján.

En San Francisco del Monte de Oro comencé a estudiar magisterio mientras armaba mi academia en Luján, llamada “Naranjitay”. Le tomé el gusto a la enseñanza, daba clases gratis a los chicos, salíamos representando a la localidad, así se sumaron muchos jóvenes, al tiempo me recibí de maestra en enseñanza primaria. Poco tiempo después gané un concurso para tomar la dirección en una escuela rural, Baldecito de la Pampa, tenía 21 años. Conocí a Hugo, mi esposo, que había ganado también la dirección de una escuela en Luján, nos casamos y vinimos a vivir a San Francisco. Naranjitay siguió un tiempo con un profe y después cerramos. En tiempos del profesor Alcaraz (año 2000) como Intendente de San Francisco, empecé como directora del Ballet Municipal, apoyo que también tomaron los intendentes que han continuado en la gestión. Al año y medio nació mi hija, que demandó nuestro tiempo, fue muy mimada por los abuelos y no nos dimos cuenta de que nos equivocábamos.

Al comenzar el jardín nos reconocía más como tíos que como padres, hicimos un clic y dejé de trabajar para dedicarme a ella. Renuncié a mi trabajo en la dirección, durante un año y medio estuve dedicada a su crianza. Me inscribí nuevamente en la junta y volví a empezar, me designaron en Beazley donde trabajé cuatro años, muy buena gente los directivos, los padres, una comunidad divina. Comenzó a ponerse difícil el costo del transporte y tuve que dejar, después de cinco meses volví a inscribirme y a trabajar en una escuela de San Luis capital. En la fiesta madre de los pueblos en Villa Mercedes fuimos los primeros ganadores, con el ballet municipal de San Francisco. Actualmente trabajo en la escuela Domingo Faustino Sarmiento de San Francisco y sigo con Estirpe Gaucha, y doy clases en nuestro propio salón cultural, allí funciona una “escuela de danza”, cambiamos el formato.

Trabajamos en red con el Instituto de Arte Folclórico de Buenos Aires, otorgando títulos muy importantes, con pedagogía incluida. Estamos ocupados concientizando para que la ley contemple enseñar folclore en las escuelas y para que se implemente lo antes posible. El Concejo Deliberante del pueblo nos apoya en esta iniciativa, lo que nos pone muy contentos. Cuando se estudia folclore no solo se aprende a bailar, también se aprende literatura gauchesca, y los elementos del gaucho por ejemplo. 

Mi hija Rita, la más grande, es profesora de danza, de bombo, y está haciendo el profesorado de guitarra, que son las tres disciplinas que manejamos. Mi hija de diez años está incursionando en la academia de danza, se llama Dulce Aymara. Ella nació con algunas dificultades y como acá en el pueblo no había ninguna terapia, decidimos por su futuro, y por el de los chicos del pueblo, armar una asociación que trabaje con chicos de capacidades diferentes, así lo hicimos y se llama Aymara, como nuestra hija. Son talleres lúdicos donde se da equinoterapia, musicoterapia, con la idea de que todo chico que lo necesite, tenga un lugar donde desarrollar sus capacidades. Quisiera terminar mi salón, que está hecho a pulmón, también incorporar más profesionales con el fin de que los niños y jóvenes puedan realizar lo que desean y expresarse, en definitiva ser felices, después de tanta cosa complicada, ese es mi sueño.

Lo que más me satisface es ver la sonrisa de un niño cuando logra algo que se propone. Agradezco al pueblo, a mi familia, mis hijas y a los jóvenes quiero decirles que busquen lograr sus objetivos, y que entre todos estemos siempre unidos.