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Sin miedo

El reconocido psicólogo catalán, Rafael Santandreu revela las claves de su reciente manual para superar ataques de pánico, trastornos obsesivos compulsivos, hipocondría, entre otros desequilibrios

Por Matías Gómez

“Allá por los años 90 estudié en la facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona y, al acabar, me inscribí en el Colegio Oficial de Psicólogos de Cataluña, con número 8711. A partir de ahí, inicié un periodo de formación intenso en diferentes formas de psicoterapia. Estuve en Inglaterra, en la Universidad de Reading y en Arezzo, Italia, en el Centro di Terapia Strategica, trabajando con el célebre psicólogo Giorgio Nardone, al que me une una gran amistad”, se presenta Santandreu en su web oficial. 

“En la década de 2000 trabajé como profesor en la Universidad Ramon Llull y fui redactor-jefe de la revista de psicología Mente Sana, junto a Jorge Bucay. Después de muchos años de ejercicio de la psicoterapia, me decidí a publicar mi primer libro El arte de ´No amargarse la vida´, que se ha convertido en un éxito en muchos países. Después publiqué ´Las gafas de la felicidad´, ´Ser feliz en Alaska´y ´Nada es tan terrible’”, detalla el psicólogo cognitivo que se hizo famoso por su método práctico y desafiante en los programas de la televisión pública española. 

Este año, presentó su libro “Sin miedo”, un método de cuatro pasos (afrontar, aceptar, flotar y dejar pasar el tiempo), con más de veinte testimonios de superación, para enfrentar los temores irracionales. 

Basado en el estoicismo, su enfoque, al igual que las obras anteriores, propone una mente de preferencias en vez de exigencias y trabajar los diálogos internos.

Actualmente, Santandreu reparte su trabajo entre la psicoterapia, la divulgación y la formación de médicos y psicólogos.

-¿Cómo se retroalimenta el miedo al miedo? 

-El miedo al miedo aparece cuando le coges miedo a algo interno como que el corazón vaya muy deprisa. Todo empieza cuando notas que el corazón se acelera. Eso te pone nervioso. Pero esos nervios aceleran todavía más el corazón. Y eso te pone aún más nervioso. Y, claro, entras en una espiral ascendente. En minutos, tu corazón va a mil por hora, te mareas, la tensión sube por las nubes, te duele el pecho, te cuesta respirar y piensas que te vas a morir. A eso se le llama “ataque de ansiedad”.

-¿Y cómo salir de esas arenas movedizas?

Tienes que dejar de tenerle miedo a esas sensaciones: a todas. Dejarle de tener miedo a la propia ansiedad, a que el corazón se desboque, a marearte, etc. Y la única forma de hacerlo es experimentarlo muchas veces con sosiego, sin huir.

-En los países del primer mundo resulta más llevadero asumir su mensaje de vivir con poco, pero en los países atravesados por crisis económicas y políticas, ¿por dónde empezar?

– Igual. No veo por qué debería ser diferente. Yo tuve la suerte de crecer en una familia bastante pobre. Crecí en un barrio obrero y mi padre era un desastre para los negocios. Era albañil y tuvo cinco hijos. Teníamos lo justo para comer. No pasamos hambre por poco, pero nunca tuvimos regalos materiales, y la ropa justa para no ir desnudos. Pero fue una etapa maravillosa, fuimos súper felices. Porque en mi familia nadie pensaba que necesitásemos nada más. Íbamos a un cole que no nos cobraban nada. ¡Y la biblioteca era gratis! Mientras tengas agua y comida, en realidad, no tienes ningún problema.

-¿Y en los países de verdad pobres?

-Hay zonas del mundo con hambrunas como en África y eso sí es un problema de verdad. Pero, por ejemplo, en India la gente es mucho más feliz que en España. Es verdad que cientos de miles viven en las vías del tren, pero como no les falta un plato de arroz son armoniosos, alegres, optimistas… Además, en las zonas realmente con problemas de alimentación la gente no tiene problemas de neurosis: eso son enfermedades de los países del primer mundo.

¿De dónde proviene esa necesidad de querer tener siempre la razón?

-Es una neurosis más. Es como la necesidad de ser muy guapo, elegante o tener las tetas grandes. Una estupidez porque todo eso no sirve para casi nada. Pero mucha gente se crea la necesidad de demostrar que son inteligentes, sabios, leídos, cultos. Y cada necesidad es una carga. Porque claro, si no la alcanzas, te haces un desgraciado a ti mismo. En cambio, si no lo necesitas estás mucho más relajado. No tienes que discutir con nadie y puedes conversar con armonía.

En algunas entrevistas ha señalado que la sociedad de consumo es la responsable de los males que nos aquejan, ¿Qué nos ahorraríamos con unas buenas dosis diarias de psicología conductual?

-La sociedad de consumo se basa en la siguiente ley: “Cuanto más, mejor”. Y eso es una locura porque la naturaleza no funciona así, sino con la ley del equilibrio, la homeostasis. Y por eso andamos todos estresados, llenos de necesidades inventadas, frustrados, insatisfechos, adictos, enfadados, indignados, culpabilizados… porque tenemos la sensación de que siempre falta algo, de que las cosas no marchan bien, que la gente es un asco, que nosotros mismos no estamos a la altura… 

-¿Cuáles son las profesiones u ocupaciones más expuestas a la ansiedad y la depresión?

-Los abogados son los más estresados; los médicos y los profesores les siguen. Los primeros porque tratan con el conflicto a diario y eso te pasará factura. Los médicos porque trabajan demasiado y están cada vez más expuestos a la demanda judicial y así es muy difícil trabajar. Y los profesores porque los chavales crecen cada día más mimados y su autoridad ha saltado por los aires.

¿Por qué considera que en España, en el sector de atención primaria, hay una tendencia a medicar rápidamente casos de ansiedad y depresión? 

-Porque todavía no se ha actualizado como debiera. Sin embargo, en Reino Unido y Alemania las guías médicas oficiales ya han desaconsejado, por ejemplo, medicar con ansiolíticos los trastornos de ataques de pánico y de ansiedad en general. Ya hay muchísimos estudios que demuestran que los trastornos de ansiedad no se curan bien con muchos de los fármacos que se recetan. 

Aunque este método se diferencia del psicoanálisis, ¿cuáles serían los puntos compartidos?

-Gracias a Dios, ninguno. Yo no le recomendaría a nadie el psicoanálisis por dos razones: A) no ha seguido principios científicos en su construcción como disciplina. De esto habla mucho el gran filósofo de la ciencia Karl Popper. B) En los estudios comparativos de eficacia de los diferentes tipos de terapia, siempre sale el último.

¿La vida de nuestros tatarabuelos era mucho más sencilla y por qué es difícil percatarse del aumento de las exigencias en los tiempos actuales?

-Porque el aumento progresivo de exigencias es algo gradual y no caemos en ello. Pero si te paras y comparas, te das cuenta enseguida. Mi abuelo vivía en un pueblo en la cima de las montañas. No necesitaba estar delgado, tener estudios, mucho dinero, muchos amigos, hacer vacaciones, haber viajado, ser elegante, estar en forma, ser extrovertido, ser listo… y era inmensamente feliz, sosegado, valeroso, alegre, etc. Y las exigencias siguen subiendo cada año… 

¿Qué impresión se llevó de Argentina durante su visita?

-Me encantó. La capacidad de razonamiento verbal es la más alta que yo he visto en ningún otro lugar. ¡Y eso es una gran cosa! Me recuerda a la India con su increíble capacidad para el razonamiento filosófico y matemático. Todos los países tienen unas capacidades preponderantes, como Japón con la ingeniería. Pero no en todos es tan destacada. 

Los estoicos también consideraban que el excesivo optimismo era la causa de la ira, ya que se pasan por alto probables contratiempos, dificultades, imperfecciones; y esa decepción provoca enojo, rechazo o malestar. ¿Considera que este podría ser el error de algunas corrientes de autoayuda que solo insisten en enfocarse en lo positivo de la vida?

-Por supuesto. Todo lo excesivo es malo. Incluso el exceso de bondad. Por ejemplo, decir absolutamente siempre la verdad sería un desastre. Por ejemplo, decirle a alguien que lo ves muy flaco y desmejorado cuando está en pleno tratamiento de quimioterapia. La psicología cognitiva es, por cierto, en un 70%, estoicismo.