Expresiones de la Aldea, La Aldea y el Mundo

Intersecciones

Gabriela (Pereyra)

Un hombre y una mujer se miran por un instante sin sus antifaces. Lo atávico visita la atmósfera e invita a recordarse sin cadenas ni tabúes. Dos desconocidos se piensan, se presienten y hasta se añoran. Alguien lee un relato que no escribió pero es suyo.
Acaso sea este el tiempo de desobedecerse, buscar en el hartazgo resabios de una tregua con nuestro torturador que viste de mandatos y contratos escritos con “letra chica” y “complicidades grandes”.
Somos parte de esta historicidad plagada de intersecciones con otras existencias, pero nos contamos historias entre paréntesis, cuya referencia, de ser eliminada, no cambiará el sentido.
¿Desde qué intersección puede el arte ser construido y compartido sin excusas aunque el espacio no acontezca?
¿En qué intersección se cruza el vacío propio y el ajeno llenando de un nosotros la existencia?
Ante tanta conmoción se vuelve inexcusable esa cita individual y colectiva para respirar y respirarnos conscientemente, fuera del automatismo dócil y tambaleante que dicta nuestros días y nuestras noches, y sin embargo, detenerse a respirar pareciese una expresión hace tiempo expulsada del libre albedrío.
Cuánto más deberá doler la muerte, la mentira, la injusticia, el abandono y el olvido para resquebrajar “el embrujo” pestilente que nos convence, metódicamente, que no hay nada fértil por quién o para quien luchar y extender una mano.
¿De qué puede tratarse la inmanencia que te define si no puedes identificar la última vez que fuiste realmente libre? ¿O puedes?
El lenguaje infinito de las palabras, los gestos y los cuerpos debiera ser la pausa que encuentran quienes de verdad estén dispuestos a abrazarse en la fragilidad creadora de belleza, de arte, de ganas…
Es posible cambiar de sendero para garantizar la intersección con otras y otros cada vez que la indefensión sobreviene, cada vez que se vuelva necesario destituir falsas morales en pugna.
Es posible también tomar un atajo para conversar asomándose dentro de alguien más.
El trazo del instante que hoy te cuenta, sin querer vuelve invisibles tus formas, pero has sido cómplice necesario de esa postergación y la de otros. Puedes dibujarte de nuevo. ¿Puedes?
Existen por suerte, universos perfectamente imperfectos que confluyen por amor a la contemplación. Se tocan, se reclaman, se enciman. Estremecen.
Somos huellas de un eterno retorno buscando reconocernos y a veces olvidarnos. Motores de la otredad con un yo, por momentos, inerte. Pero ese instante, ese ínfimo instante en que despiertas, vale la eternidad y ya nada es igual.

“Halcones de la noche”, de Edward Hopper. 1942