EL CERNÍCALO
Por Jorge Sallenave (*)
Aclaraciones necesarias
CERNÍCALO: Ave rapaz de la familia falcónidos, con un alar de 80 centímetros y de cuerpo pequeño. Se alimenta de roedores e insectos. En una época eran cazados por el hombre. Vive en las montañas donde se aseguran un nido para cobijarse de otros animales depredadores.
También el término se usa para nombrar a un hombre rudo e ignorante.
CERNER: Aletear de un ave en el aire. Sin moverse del lugar mientras él espera a su preso con sus grandes alas y el uso de las corrientes de aire.
Figurativo: Amenazar de cerca algún mal.
A un hombre que conocí bien.
Rudo y de ideas cortas, que cumplió
condena por los daños ocasionados.
James Cagney le decíamos cuando no habíamos cumplido aún los doce años, pero teníamos un boletero de cine que nos dejaba pasar cuando proyectaban una película del actor que siempre hacía de malo.
¿Por qué lo llamábamos así? Su verdadero nombre era Eduardo Ferrer, pero por ese entonces lo visitábamos en su casa y si había polluelos le gustaba pincharles los ojos o aplastarlos con un solo golpe arrojándolos sobre la pared lindera. Sus padres tenían un almacén, Eduardo les robaba azúcar, café, yerba para venderlos en las calles a un cincuenta por ciento del costo y disponer de dinero seguro en sus bolsillos.
No existían comestibles que se salvaran del robo hormiga. Hasta solía llevarse trozos de carne si el carnicero se descuidaba.
Quien lo descubrió fue su padre y trató de darle una paliza, pero James Cagney sacó un cuchillo que solía llevar en el bolsillo interior de su ropa. “Si me tocás, te mato”.
Esa afirmación lo hizo detener al padre que desde ese día sintió miedo por la conducta del niño.
Al llegar al secundario, Eduardo Ferrer había desarrollado un físico importante y cada tanto buscaba pelea sin importarle que algunos tuvieran mayor edad, total que siempre salía victorioso.
Ignoro por qué me protegía. Tal vez tenía que ver mi cuerpo flacuchento, sin músculos. Era posible que yo no tuviera carácter, era miedoso y de baja estatura. No sé las razones que lo llevaban a salir en mi defensa si algún alumno o varios se burlaban de mí o intentaban golpearme. Él aparecía sacándomelos de arriba. Recibía golpes de los otros, pero los otros recibían más.
El comentario de ese guardaespaldas no tardó en llegar a ese mundo secreto de la escuela y dejaron de molestarme, por lo menos hasta que James dejó el colegio para seguir la carrera de suboficial del Ejército.
Un día, cayó en mi poder una revista con fotos de aves rapaces. Me atrajo un cernícalo que se parecía a un aguilucho de nuestra pampa.
Algo me llamó la atención: existía otra acepción del término cernícalo. Se podía usar como hombre rudo. Me dije que Eduardo Ferrer debía dejar de llamarse como el actor norteamericano, que le caía mejor el nombre de cernícalo por su continua violencia.
Al comentarle mi idea, él preguntó qué quería decir rapaz.
—No lo sé —contesté yo—. Tal vez sea voraz, agresivo. Ahora si leés el final, te darás cuenta que también se dice de un hombre rudo.
—¿A vos te parece que soy rudo?
—Hace años que somos amigos, por lo tanto, sé cada batalla que has librado, muchas veces me defendiste. Sos rudo hasta los tuétanos.
- Primera parte
(*) La Opinión y La Voz del Sud tienen el honor de presentar estos cuentos inéditos de Sallenave. Escritor consagrado que es pluma y esencia de las letras puntanas. La pandemia no pudo con su inspiración, todo lo contrario. Publicarlo es siempre una celebración.