José Santos Ortiz, la otra víctima de Barranca Yaco
Por José Villegas
El 9 de octubre de 1837, refrendado por el Ministro Arana, el Gobernador de Buenos Aires con la suma del Poder Público, firma la sentencia:
1°- Que la ejecución de la pena de muerte, que por dicha sentencia se impone a José Vicente Reynafé, a Guillermo Reynafé, a Francisco Reynafé, a José Antonio Reynafé y a Santos Pérez, tenga lugar en la Plaza de la Victoria, con la calidad y circunstancias que en ella se expresan: debiendo enseguida de la ejecución suspenderse sus cadáveres por seis horas en la misma plaza.
2°- Que la ejecución de la misma pena de muerte, en la parte relativa a los oficiales Cesáreo Peralta y Feliciano Figueroa se verifique en la plaza de Marte.
3°- Que los ejecutores de la degollación: Basilio Márquez, Fermín Flores, José María Juárez, Marcelo Figueroa y Francisco Peralta, condenados a sufrir la pena de muerte en dicha sentencia, “sean sorteados”, con los cooperadores Juan Pedro García que facilitó el cuchillo para la ejecución del crimen; y Marcelo Márquez, que después de tener el cargo de haber mandado voluntariamente una ternera a la gente reunida para el asalto, y un aviso oficioso a Santos Pérez sobre la salida de la galera en la que venía el General Quiroga, detuvo en su casa de posta la misma galera: de todos los que, TRES sufrirán de pena de muerte, y serán ejecutados en dicha plaza de Marte, y los cinco restantes, que por la suerte libren la vida, queden destinados a presidio por diez años” .
El 25 de octubre de 1837 a las 11 de la mañana se cumple lo dispuesto. Dicen que Santos Pérez antes de morir, soltó un grito desgarrador a la muchedumbre reunida: “¡Rosas es el asesino!”
La Historia y los historiadores discutirán la veracidad de esta frase durante años, unos por sí, otros por no. Quien esto escribe, sin ocultar subjetividad, sostiene que Juan Manuel de Rosas (a quien critico por otras acciones), no es el autor intelectual de este crimen. Tal vez no porque fuera tan humanista, sino porque para sus planes políticos la ausencia repentina y trágica de Facundo y del estadista intelectual José Santos Ortiz, esto significaba un gran retroceso.
Rosas necesitaba en ese momento aliados, no adversarios dentro del federalismo. Los que sí querían contar los muertos federales (¡y de tamaña envergadura!) eran los hermanos Reynafé, quienes (aunque no está probado en esta acción) siempre contaban con al paraguas protector de Estanislao López, adversario declarado de Facundo por el dominio de Córdoba.
Pero seguramente, por razones obvias, es coincidencia de quienes plantean análisis antagónicos cuando advierten que Santos Pérez no mintió aquella mañana con su frase lapidaria, y que murió convencido de que aquella era una orden dada por Rosas a los Reynafé, tal como aquellos ¡se lo habían hecho creer!
Lo cierto es que Facundo estaba muerto, y muerto con él aquel transportador de sueños, José Santos Ortiz: puntano renqueño, exgobernador de San Luis, intelectual y progresista, valiente hombre de acción y de ideas libertarias, amigo de curas y juristas, de gauchos pobres y aristócratas. La posibilidad de una República Federal y Democrática en aquellos días, había muerto con él.
Muestran los documentos que obran en el Archivo General de la Nación que las estancias de los Reynafé fueron confiscadas por orden del Gobernador de Buenos Aires y el resultado de sus ventas fue entregado: “no ya en la casa de Moneda sino a la señora Dña Dolores Fernández de Quiroga, viuda del finado Gral Quiroga, y cuya entrega ha dispuesto igualmente S.E. que ordene al mismo tiempo a V.S. que se haga inmediatamente y sin la menor demora”.
Aunque no se ha encontrado documentación al respecto, debemos inferir que igual suerte corrió la viuda de José Santos Ortiz con respecto al pago de pensiones y reivindicaciones económicas por parte de las autoridades federales de ese momento. Lo que sí sabemos es que ambas viudas pidieron por los restos de sus maridos.
Así fue como Dolores Fernández de Quiroga solicitó que su esposo fuese llevado desde Córdoba a Buenos Aires para ser inhumado en el actual Cementerio de La Recoleta, lo que se cumplió a rajatabla por disposición de Rosas con exequias fastuosas y honores. También la otra viuda, Doña Inés Vélez Sarsfield de Ortiz, solicitó el traslado de los restos de su compañero a la provincia de Mendoza donde residía en 1836, medida ésta que inmediatamente fue cumplida y los restos depositados en un austero y sencillo mausoleo en lo que hoy es el Cementerio Central de Las Heras de la provincia hermana. Desde allí, los restos del ilustre Renqueño fueron trasladados en noviembre de 2010 a su pueblo natal, en una justa causa dispuesta a recuperar memoria, y restituir a los hijos preclaros a su terruño.
Entrega Final