Martín Horacio Cortondo-02-01-2022
Mi nombre es Martín Horacio Cortondo, nací el 17 de febrero de 1980, en San Carlos de Bariloche. Mi hija se llama Emma y tiene nueve años, y mi mujer se llama Valeria Dree.
Comencé desde muy chico con la música, andaba corriendo por los pasillos cantando y a mi viejo, que era visitador médico, le decían que hiciera algo (se ríe). Me mandaron al coro, estuve en lugares con mucha estructura, era un coro muy exigente, teníamos un año de preparación en afinación con una pianista. Era el Coro de Niños y Jóvenes Cantores de Bariloche, había hecho gira europea y grabado para Eslovenia, a mis once años ya había sentido la presión de cantar en el Colón, y actuaba con la Camerata Bariloche, es decir tenía mucho prestigio. Lo viví con mucha presión, había que estar muy preparado, hoy le doy un sentido de sanación, cambiando estructuras para enseñar desde otro lugar.
Estudié la Licenciatura de Canto Lírico en el Conservatorio Manuel de Falla, donde también me volví a encontrar con una estructura muy grande, y muchos terminamos siendo fotocopias de nuestros maestros. Allí nunca se hablaba a nivel emocional de cómo trabajar el miedo en un escenario, básicamente fui una persona que sintió mucho miedo y presión al cantar.
Cuando comencé a enseñar en Merlo, hace diez años, quise empezar a investigar a nivel emocional qué pasaba con las personas, y porque teníamos tanto miedo a la exposición. Pude ver a través de cada alumno y pude reconocerme en aspectos que parecen invisibles, al mismo tiempo que entendía lo que me pasaba. A través del pánico escénico, comencé a estudiar biodecodificación, relacionada a la parte emocional y el inconsciente.
Me enseñó a entender las respuestas automáticas, casi a nivel del instinto, en las etapas de la evolución humana. Comprender de dónde vienen la competencia y los juicios, entender cómo funciona la percepción en el contexto, y cómo reaccionamos de acuerdo a ello.
Fui encontrando las herramientas para ayudar a los alumnos, ahora sabemos que hay un mapa, un hilo del cerebro para ser capaces de observarnos. Si pienso que no soy capaz, tengo una creencia instalada desde chico, esa creencia es individual y puede ser cultural, diciéndonos que solo una persona con talento puede subirse a un escenario.
Cuando alguien quiere cantar, hay una parte interna que le dice que solo pueden cantar los talentosos, porque cada vez que se escucha hace un juicio diciendo no canto bien o no estoy a la altura, y no se permite disfrutar. Es lo que a mí me ha llevado a trabajar sobre el disfrute del canto, que nada tiene que ver con afinar.
Desafinamos en nuestra vida cotidiana, en la forma que proyectamos nuestros miedos, en cómo nos maltratamos con la comida, cómo queremos solucionar los problemas solos sin abrirnos, hay muchos aspectos que se descubren incoherentes en esto de cantar y ser felices.
Muchos al escucharse se reprimen automáticamente, hay una creencia de que tenemos que ser perfectos. En este trabajo, mis primeros pasos fueron intuitivos, haciendo ejercicios con los ojos cerrados, en una caminata, en un recorrido subconsciente por ejemplo que me llevaba a los siete años, en una situación donde cantaba y estaba bien; el inconsciente es atemporal, oler un perfume nos puede trasladar a cualquier momento de nuestra vida, en la música cualquier canción me puede trasladar también.
Un amigo me dijo que eso se llamaba camino al inconsciente, que formaba parte de la Bioneuroemoción, él se llama Sebastián Gonzáles y trabaja con biodecodificación exclusivamente. Me puse a estudiar por mi cuenta con los libros que me facilitó, estudiando con Enric Corbera, un boom en todo el mundo por entonces.
Estudié con Carla Escudero, ella es bióloga y enseña los procesos del cerebro, una mirada sobre cómo se modificaron las conductas durante la evolución; hice también la carrera de Coaching Ontológico para conectar con el mundo emocional nuevamente, y finalmente después de veinte años volví a componer mi música.
En Bahía Blanca estudié cuatro años con el profesor de canto de Abel Pintos, y luego volví a Buenos Aires a seguir la carrera en el Manuel de Falla, después me metí en el mundo de la lírica, en un ciclo de zarzuelas y operetas. Es decir hice todo un camino de estructura para hoy poder comprenderme y encontrar mis sonidos, mis propias canciones, ya hice dos shows en la Casa del Poeta, uno a beneficio y otro presentando mis canciones, que hablan a nivel emocional de los límites interiores que tenemos.
En el Gimnasio de la Voz, que es donde doy clases de canto, vemos más allá de la técnica, descubrimos quiénes son y a qué le tienen miedo, la manera de permitirse los errores. Simplemente espero que en esta pandemia hayamos conectado con la posibilidad de hacer los cambios que teníamos que hacer, un freno de mano para volver al silencio y repreguntarnos qué estamos haciendo, si estamos conectados con nuestros dones, con el disfrute, y con ser lo mejor que podemos.