Expresiones de la Aldea, San Luis

Con la lupa de la introspección

Amparo Jiménez y Ana Claudia Machado no sólo eligieron a San Luis como hogar sino que desde la escritura despliegan modos de apreciar y resonar con el paisaje serrano

Por Matías Gómez

Tanto para Amparo como para Ana Claudia, puntanas por adopción, la reflexión y la meditación son andamios para levantar con perseverancia versos o prosas que permitan fluir, ver el dolor de manera constructiva o quitar algunas de las espinas de la existencia.

Amparo Charo Jiménez

Nació en la ciudad de Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires, en enero de 1979. Actualmente vive en Estancia Grande. Realizó estudios sobre Filosofía en la ciudad de Bahía Blanca. Luego, dedicada a la vida familiar y alejada del ruido de las ciudades y en conexión profunda con la naturaleza, despertó su amor por la escritura.

En octubre del 2017 publicó «Palabras en el monte: volver a lo esencial», poco tiempo después, en febrero del 2020, su segundo poemario, «La poesía, mi amparo» (Ediciones del Callejón), y en noviembre del 2021, en un nuevo desafío, como en un intento de unir el cielo y la tierra, compartió su última creación: «Yo Soy Luz».

“La lectura es un hábito que siempre fue muy estimulado desde niña, casa de historiadores, asiduos lectores, los libros formaron parte de mi paisaje cotidiano. Escribir también lo hacía, sobre todo en mi adolescencia, probaba con algunos versos mientras entrelazaba con la lectura de autores nacionales y latinoamericanos y siempre, siempre, utilizaba la escritura para manifestar mi postura ante alguna injusticia.

Más de adulta, a los treinta y largos, cuando por motivos familiares me trasladé de provincia de Buenos Aires a Traslasierra, Córdoba, y allí, en pleno monte, con el majestuoso Champaquí de fondo, mis manos, el lápiz y el papel se juntaron para siempre. Escribir en ese entonces fue sólo una terapia, lejos estaba la idea de ser «escritora», mas a partir de allí fue un antes y un después”, recuerda Amparo.

«Palabras en el monte: volver a lo esencial´ surgió sin darme cuenta, mi vida en el monte fue de tiempos de mucha introspección, mucho trabajo interno, mucho mirar dentro, la escritura era mi compañera, mi cable a tierra. Más vaya a saber por qué, sentí en un momento que podía tener sentido compartir aquello que estaba escribiendo, que tenía ganas de convertirlo en algo más, y así surgió la idea del libro.

«Palabras en el monte…» fue mi primera obra autogestiva, de una experiencia y sentir único, pues se escribió, ilustró y encuadernó en mi casa del monte, en una bella tarea de trabajo en equipo. Hoy tengo más conciencia sobre la tarea de escribir como parte de mi vida, hoy es con la escritura la vida, antes, era lo que era. Y desde ese lugar, el compromiso cambió, ya que me cuido de no apurarme a decir algo, las palabras nos atraviesan, y uno debe ser muy responsable en su decir y en aquello que desea transmitir, por ejemplo en este último libro (publicado en noviembre último) sobre todo, donde me corro del formato de la poesía, sentí todo el tiempo esa responsabilidad”, señala la autora.

“En San Luis vivo desde 2018, mas toda mi infancia, mis veranos sobre todo, fueron aquí, en el Potrero. A la hora de escribir, el paisaje puntano me inspira doblemente, por un lado, porque cuando escribo siento que también hablan mis ancestros, mis raíces, mis recuerdos, entre río, menta, peperina y mate cocido de la abuela, y por otro, me inspira su belleza, su abundancia, la sencillez de su gente, la simpleza de la concepción del tiempo y de la vida, la rusticidad justa de un paisaje que todavía puede, en muchos lugares de la provincia, decirse puro”, expresa.

“No tengo ritual, pero si lo pienso mejor, el ritual es dejar que las ganas de escribir vengan espontáneamente, sin mente y sin presión, con todo lo mágico y rico que eso es. Y sí, me retiro a mi espacio, un pequeño rincón de la casa, donde me alejo del ruido y las tareas cotidianas, para emprender diferentes viajes con el papel. Pensándolo bien, creo que tengo ritual”, apunta.

“Si bien hace poco tiempo que resido en la provincia, he tenido la gracia de conocer compañeros, colegas que me han acercado al mundo de la escritura local y provincial. Doy gracias que siempre haya gente muy talentosa haciendo cosas maravillosas, y sobre todo que haya gente joven escribiendo, eso me emociona. Creo que ahí el laburo de gestores culturales que nuclean a los artistas, a los poetas, que le dan espacio para expresar su arte, para generar un vínculo con la gente, es fundamental. Es necesario y nos salva de la frivolidad de la red social, como único medio de comunicación”, reflexiona.

“En noviembre publiqué mi tercer libro, todavía estoy disfrutando de su nacimiento y sus primeras cosechas. Sueños y proyectos siempre hay. Veremos la vida y el destino que me tienen preparado”, se emociona Amparo.

Mi altar es la montaña
en ella encuentro el silencio necesario
el reparo preciso
el abrigo amoroso.
Mi altar nada me pide
no habla de culpas
no premia y recompensa
no castiga.

Mi altar es permanencia
presente continuo
y siempre hoy.

Mi altar no es mercancía
no necesita diezmo
ni ritual.
Su presencia todo lo vasta, todo lo abarca.
El sólo habla siendo lo que es
"las palabras las eligió el hombre, para apresar la forma y perder lo esencial". 

La montaña, mi altar
en cada aurora
cuando la resolana intensa
cuando la luna nueva
y la noche estrellada...
cuando la luna llena y el cielo de fiesta...
en el principio del tiempo
y hasta el fin de los días
abriga mi presencia tan efímera.

En ella mi espíritu se expande
el cuerpo ablanda mis músculos presos
la mente amaina su ritmo apresurado
y las respuestas como nubes se dejan encontrar.

Ana Claudia Machado

La escritora nacida en Rosario es también facilitadora de talleres para el autoconocimiento y la respiración consciente. A principios del 2019 publicó su primer poemario ¨Infinito pixelado¨. Asimismo, participó de las antologías de cuentos de ciencia ficción y fantasía, ¨CoLiPuCiFa ¨ y de ¨No tan Silenciosos¨ con textos de asistentes al Taller Literario Silenciosos Incurables del Centro Cultural La Vía.

“Escribo desde que tengo uso de razón. La escritura decodifica y pone en evidencia lo poderoso en mis profundidades. Me recuerdo escribiendo desde chica, creo que antes empecé a leer porque en casa nos estimulaban bastante con la lectura, mi abuela me regalaba libros. Recuerdo escribirles unas cartas de despedida a las maestras de séptimo grado y una canción de cuna para mi prima que estaba por nacer, ahí empecé”, comparte la autora.

“´Infinito Pixelado´ empezó sin querer cuando en 2015 comencé el taller literario con mucho deseo de darle un cauce más disciplinado a una escritura que no encontraba los momentos por muchos trabajos, la crianza y las mudanzas. Decidí comenzar con los ´Silenciosos Incurables´ pero sin ninguna intención de publicar. Empecé a pulir la escritura aunque también disfrutaba de lo grupal, ya que para mí es fundamental. Y Viviana Bonfiglioli, la profesora, me decía que tenía que publicar”, recuerda.

“El libro tiene un orden cronológico de poemas. Cuando lo publiqué se me abrió otro universo. En principio me sorprendió la llegada que tuvo durante la presentación, me quedé casi sin libros y después tenía que viajar a Buenos Aires porque había gente que me los pedía. Así que tuve que hacer otra tirada. Fue muy impresionante. Me gusta cada tanto tomar el libro y releer algunas cositas. Aun no tengo la necesidad de volver a publicar. Creo incluso que he escrito más porque pasaron algunas cuestiones: me quedé sin trabajo, vino la pandemia, pero mi estilo tomó otros caminos. Tengo un montón para publicar pero por ahora no tengo el deseo”, señala Ana Claudia.

“Vine a vivir a San Luis cuando tenía 27 años. Soy de llanura y río Paraná, pero siento que las sierras me adoptaron. Es una sensación física incluso que percibo al verlas, por suerte las tengo frente a mi ventana. Me ha pasado de extrañarlas cuando viajo y pasan los días. Eso me ha hecho escribirles y nombro mucho las sierras en algunos poemas y prosas. Este es mi lugar en el mundo y lo elijo todos los días”, expresa.

“He tenido momentos de mucha profusión para escribir y otros en los que me ha costado. Entonces como ritual, y a veces para impulsarme o enfocarme, me predispongo con la computadora y pongo música de piano sin letra. Me hago el mate y preparo todo en la mesa como para empezar a escribir. A veces parto de palabras sueltas, otras desde frases que guardo. También, durante el Mundial de Escritura me desafié a escribir en la computadora directamente, y lo logré, pero me gusta mucho escribir a mano”, asegura.

“Creo que hay un crecimiento muy importante de la literatura local y que se le ha dado más valor que hace un par de años. Sin embargo, la sensación es que todo queda a nivel doméstico y que somos los mismos girando, leyendo, y no hay una proyección regional, eso sería algo óptimo, porque las letras de San Luis son excelentes”, opina.

“Mi próximo sueño creativo es organizar los textos que ya tengo, para darles una forma y tenerlos, por si surge el deseo de publicación. También retomar esa disciplina y gimnasia que me daba escribir todos los días. Y el otro sueño, para más adelante, es un proyecto editorial con un compañero de lujo que lo ha propuesto y eso me llena de alegría y entusiasmo”, adelanta Ana Claudia.

Terrestre

La alegría que disuelve los terrones de mi sangre,
la que modela mi arcilla y me echa a andar caminos,
es la raíz profunda que me sostiene 
cuando la tormenta grita.

Pachamama acunó mi siembra, 
la que supe plantar en su pozo oscuro.

Este árbol que soy, se irguió en su barro
Cuando llegué a éste, 
mi terruño elegido, bordado de montaña.
Como un hornero, con su adobe amasé cada ladrillo, 
como pude.

Cada terremoto me enseñó más equilibrio 	
Y decidí arrancar sonrisas de su vientre telúrico.
Construyo gratitud, como tumba de la pena.