Por Ana Toledo (*)

El niño se ríe mientras juega con un aro. Me pregunto de dónde lo habrá sacado, si lo habrá encontrado tirado mientras jugaba en el jardín de su casa. Por lo que veo desde acá es un aro muy bello, quizás extraviado porque no veo a su par.

Matías es un niño pequeño. Siempre lo veo jugar en el jardín desde la ventana de mi cocina. A veces, lo veo dormido desde mi pieza que da a la pieza de sus padres cuando, imagino, cansado de tantos juegos, cae rendido.

Desde la distancia me encandila el brillo de la joya, que no puedo afirmar sea de oro o pura fantasía. Lo que sí puedo decir es que la sonrisa de Matías es genuina. Lo observo mientras se prueba el aro en cada una de orejas, en su diminuta nariz y hasta en su ombligo.

Recuerdo cuando me mudé y escuché desde mi departamento su llanto. Me asomé a la ventana después de desistir a la idea de continuar mi sueño y lo vi. Su mamá le cambiaba el pañal. Cuando terminó, lo levantó y lo paseaba de uno a otro lado de la pieza para hacerlo dormir.  Nunca vi tanto amor y tanta paciencia en nadie, ni en mi mamá ni en mis hermanas. Es que hay algo especial en Matías, quizás es ese amor primero, el deseo, el sueño cumplido, no lo sé pero hay algo especial en ese niño.

“Vamos a merendar”, le dice su mamá. Rápidamente Matías esconde el aro en un balde de juguete y lo lleva a su casita de miniatura bajo la higuera. Sonrío porque conozco perfectamente la sensación. Matías me descubre mirándolo. Nos observamos como si fuéramos uno solo mirándonos en un espejo, le guiño un ojo y cierro la cortina. No tengas miedo, niño, tu secreto está a salvo conmigo.

(*) Ana Toledo, también conocida como Toleda, La Tole o simplemente Anita. Desde chica me dicen que me parezco a Mafalda pero soy más Susanita (en deconstrucción). Licenciada en nada. Estudiante crónica. Actúo, leo y escribo. Hincha de River. Amo el olor a tutti frutti. Odio hacer fila en un banco. Viajera, feminista y queer. Todo lo que mamá y papá no querían que fuera.