Expresiones de la Aldea

LA MONTONERA

Por José Villegas

Recorriendo escritos en la web me encontré con un texto cuya curiosidad radica en que su autor es una Institución, a saber: CUADERNOS DE HISTORIA.  MUJERES ARGENTINAS. IGUALDAD DE OPORTUNIDADES. MUJER UNIÓN DEL PERSONAL CIVIL DE LA NACIÓN www.upcndigital.or

Se trata de nuestra cuyana Martina Chapanay, estigmatizada hasta el cansancio. Aquí comparto un fragmento de este escrito:

Martina Chapanay, hija de indio y de cristiana, que maneja lazo y puñal como mejor lancero de la federación y que ha de convertirse en providencia rústica de caminantes y viajeros.

“De estatura mediana, ni gruesa ni delgada, fuerte, ágil, lozana, la indígena mostraba un raro atractivo en su mocedad. Parecía más alta de su talla. Su naturaleza, fuerte y erguida, lucía, además, un cuello modelado. Caminaba con pasos cortos, airosos y seguros. Sus facciones, aunque no eran perfectas, mostraban rasgos sobresalientes. Su rostro delgado, de tez oscura, delicada, boca amplia, de labios gruesos y grandes, nariz mediana, recta, ligeramente aguileña, algo ancha, mayormente en las alas, pómulos visibles, relativamente grandes sus ojos, garzos, algo oblicuos, hundidos y brillantes, de mucha expresión, que miraban con firmeza entre espesas pestañas. De carácter unas veces alegre, de repente se volvía taciturno.

El historiador Marcos Estrada nos relata las andanzas de Martina Chapanay: “en uno de sus viajes a Pueblo Chico, con el objeto de lucrar con mercaderías, conoció al que sería su marido.” El mozo fuerte, bronceado, de mirada inteligente, se sorprendió al verla, y tímidamente la saludó. Fue un flechazo mutuo, pero ella luego se alejó. El hombre, soldado de Facundo Quiroga, le preguntó después al pulpero quién era, y cuando supo la historia huarpe, se interesó más por ella y fue a Zonda a pedirla al cacique. Cuando terminó de hablar, Martina estaba con los puños apretados, apoyados en las mejillas, mirando fijamente al orador. Él sintió la profundidad de sus ojos.

Martina recordaría por mucho tiempo el encuentro, cuando su compañero se la presentó a su jefe. Él había clavado en ella sus ojos penetrantes, como cuando miraba un mapa de los llanos, y la seguía recorriendo, tal vez para memorizarla. Se detenía en su pelo chuzo, en sus botas de potro, en su cara curtida de heladas y zondas. – … le oí la voz, que ya era leyenda, pero que se asemejaba al hombre todavía – referiría Martina. – ¿Así que vos sos Martina Chapanay, huarpe indígena, casada con uno de mis hombres, y estás dispuesta a incorporarte a las filas montoneras? – Preguntó con curiosidad – ¿No tenés miedo? … ¡Pelear no es fácil aquí! Y ella había contestado con firmeza y determinación. – ¡General Quiroga ¡… ¡Es mi obligación seguirlo hasta la muerte… como a Usted!

Y se puso firme, cuadrándose. La lanza que empleaba “la montonera”, como fue bautizada por la mayoría, tenía más de tres metros de largo. En momentos de entrar en combate, la alzaba en alto, ejecutando molinetes. Gauchos, indios y soldados quedaron fascinados después de verla actuar en los combates, montando en pelo, descalza o con ojotas, defendiéndose con lanza, daga, cuchillo, o con lo que tuviese a mano.  

“En mitad de su carrera, Martina perdió a su compañero y esposo”. ¡Ay, las lágrimas de la que nunca había llorado!… ¡Ay el dolor, cuando no pudo socorrerlo y lo vio caer en la Ciudadela de Tucumán, aplastado por su caballo, y ultimado una y otra vez para que hubiera un federal menos en la República!

La tradición señala que vivió sus últimos años en el rancho de una india, a unas 20 leguas al sur de Jáchal. Martina había envejecido. Era el año 1874, cumplía sesenta y seis años de edad. Su ruda existencia la había desgastado, no podía continuar con su vida montaráz. Según relata Pedro Echague, en su libro “La Chapanay – 1884”, murió atendida espiritualmente por un franciscano y luego sepultada por la dueña del rancho y el franciscano. Antes de expirar sus últimas palabras fueron…” ¡Padre! …Yo siento que también mi fin se acerca. Salía el sol, cuando la dueña del rancho ayudó al sacerdote a preparar el entierro, y entre ambos, secundados por los vecinos de la aldea, que bien pronto acudieron, depositaron los restos de la Chapanay en una sencilla fosa que Fray Eladio cubrió con una laja blanca a guisa de lápida.

Martina Chapanay, por Lucas Aguirre. Obra de ilustración digital para el concurso del Consejo Federal de Cultura, ente conformado por las Secretarías de Cultura de las provincias y de la Nación.