Hacer música en los 60
Por Sebastián Reynoso
Es muy larga la historia, pero vale la pena resumirla, hay recuerdos de hace más de 60 años que recorren a algunos de nuestros músicos en la ciudad, algunos que desembarcaron en nuestro suelo, quizás atraídos por la belleza de provincia, otros que ya siendo niños llegaron con sus padres, y, como suele ocurrir demasiado, nunca más se quisieron ir de San Luis. Ese es el caso de aquel pequeño niño, Sergio Muriel, que llegó con sus padres de Buenos Aires y luego se hizo actor y parte de nuestra cultura.
No cualquiera podía llegar a ser músico en aquellos tiempos, había que estudiar siguiendo un patrón que para algunos resultaba tedioso y muy estructurado, había poco margen para aportar lo de uno mismo o improvisar, eso no les gustaba a muchos.
En aquel pasado en la ciudad de Villa Mercedes se conocían todos, y enseguida se daban cuenta cuando venía alguien de afuera, de otra provincia, o de otro país, le pispiaban la vestimenta, la manera de hablar distinto o de desenvolverse, quizás que hasta caminaban distinto, ni hablar si alguno tenía dotes profesionales o semiprofesionales con el baile o el canto, o alguna otra habilidad involucrada con el arte y la cultura, rápidamente corría el rumor de los talentos foráneos.
A veces en ese exceso de confianza, los muchachos del barrio le ponían de manera cariñosa algún que otro sobrenombre a las personas, a Sergio Muriel, por ejemplo, un músico extraordinario, todos lo conocían por «el huesito», justamente por su presencia, era un joven de estatura muy alta y bien delgado.
Un pianista de una calidad exquisita, una habilidad distinta que pocas veces se observa en una ciudad como la nuestra, porque en las grandes ciudades donde la posibilidad del conservatorio y las clínicas está al corriente, ver entre el montón a algún que otro destacado siempre motiva al resto, lo difícil es en una ciudad donde por aquellas épocas, en los años 60, las maestras de piano lo único que hacían era conservar, por eso se llamaba «conservatorio».
Tan identificado así estaba el método, que a veces las maestras daban clases con una regla en mano, si alguien se atrevía a agregar un acorde de más que no correspondía, enseguida se le propinaba un golpe con la regla en el dorso de la mano al alumno, y eso estaba instalado en la manera de educar, el arte se enseñaba en las academias, y el privilegio estaba para el ejecutante, no así para el creativo.
Y en algunos se producían esos pequeños escapes, de los que pudieron zafar de ese corcel, el que no te permitía tocar por fuera de la partitura, y no se repetía exactamente igual con todas las escalas y demás. Pero algunos se atrevían, casi siempre eran pocos, porque a los indisciplinados se los corregía de esa manera, pero así se desafiaba a la estructura de aquel sistema, revelándose ante él, imponiendo la creatividad, el ingenio y el talento para improvisar.
Uno de estos distintos fue Muriel que tuvo a su madre y padre que venían de la música pero él hizo música porque quiso, no por imposición. Supo decir: “toco canciones, temas de otras personas, pero dentro de eso, lo toco a mi aire, respeto el tema, la melodía y la armonía general, pero lo toco a mi manera. Toco jazz, donde es obligatorio improvisar…”