BITÁCORA DE PANDEMIA
Hojear sin juzgar el cuaderno de bitácora de viaje en esta pandemia en el que diferentes y distantes personas escriben reflexiones y sentires de esta historia
La Opinión/ La Voz del Sud
Nos asomamos al cuaderno de viaje en pandemia de Oscar, un administrativo de Caleta Olivia, Santa Cruz:
Curiosamente cuando comenzaba la pandemia me encontraba leyendo “La peste”, de Camus. Tal vez no me sentía muy optimista por aquellos días, pero a veces los libros nos eligen a nosotros. Sí, las epidemias hacen estragos, nos despojan, nos desnudan, nos meten para dentro. Y empezamos a preguntarnos si Dios existe, no es el caso de Camus, pero nos volvemos existencialistas, nos preguntamos si estamos castigados, si lo merecemos, si valió la pena vivir.
Nos prometemos, más fuerte que esas incumplidas promesas sobre el bidet, que si salimos, que si zafamos, seremos mejores, viviremos con sentido nuestros días, diremos las palabras calladas, daremos los afectos mezquinados, y no sé cuántos engaños mentales más. Nos enojamos, por los que osan meterse con nuestras libertades y no por las veces que con total libertad nos quedamos sin norte, pero procrastinando cada segundo, ilesos de culpas y cargos, pero allí estábamos, mundialmente confinados por una nueva peste, levantando el dedito acusador, como si de eso se tratase la distancia social.
Mi confinamiento se pareció a un infierno, justo en esa parte en que llegó a mi mail el resultado de un análisis que cambió de verdad mi vida, porque el Covid, al menos yo no tengo dudas, ya va a pasar, pero mi nuevo yo, tras ese análisis, no va a pasar, no hay aun una cura para lo que tengo, solo tratamiento, pero como decía, descubrir en pleno confinamiento que era HIV positivo y que justito-justazo el coronavirus hacía pelota a los inmunosuprimidos, disparó todos mis terrores.
Aun no podía digerir el haber tenido relaciones sexuales imprudentes, aun ni lo había hablado con mi familia, y ahora estaba solo con mi digestión emocional. Lleno de preguntas sin respuestas, y con el horizonte de una vacuna, bastante lejano.
Hoy, cuando me miro en perspectiva, me doy cuenta de ese hombre lleno de angustias que nadie entendía, que cuando se abrieron un poco los encuentros sociales, y alguien intentaba visitarme yo respondía agresivamente, casi con locura, si estaban locos por juntarse, no quería que nadie se me acercara, porque no había iniciado el tratamiento específico de mi enfermedad, porque para iniciarlo debía aceptar frente a mi familia todo lo que me había pasado, me estaba pasando y quién sabe, me pasaría. Así fue al menos mi primer año. Hasta que pude contarles a mis hermanos, no a mi madre, pero al menos sí a ellos, y pude con eso iniciar tratamiento, y llegaron las vacunas y bueno, la logística me puso, con 38 años, en los grupos de riesgo, cosa que agradecí porque estuve entre los primeros vacunados, y hasta ahora no me he contagiado, la peste no me alcanza aún, solo mis monstruos internos.
Un día vi que en redes, en los estados personales, y los noticieros, y por todas partes, las personas ponían esta frase, en repudio a las miserias que la pandemia mostraba: “Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso”, me pareció linda frase, pero mucho fue mi asombro cuando vi que se la atribuían a Albert Camus. Dentro de “La Peste”, no está pensé, esa frase no es de él, y no, no la encontré en el libro, pero sí pensé que eso me llevó a otra que tal vez sí lo sea, y que me haría mejor para volver empezar: “Donde no hay esperanza, debemos inventarla”.
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