La consciencia
Por Rocío Cabanes
Profesora en Ciencias Políticas
En una conversación que tengo con una mujer, el 25 de mayo, surge la figura de Juana Azurduy y de su participación en la revolución de Mayo. Estábamos en un espacio abierto, cerca nuestro un hombre, en tono de queja dice: “si no fuera por esos, ahora seríamos europeos”. En esa situación giro mi cabeza para mirar a quien había hablado. El hombre, un tanto mayor, y al que seguramente más de una vez le pintaron la cara con un carbón para algún acto escolar en el “Día de la Raza”, actual “Día de la Diversidad cultural” y al que posiblemente le enseñaron que América existe gracias a que tres barcos arribaron al Caribe erradamente y crearon un nuevo continente, me obliga, como docente, a ofrecer un poco de perspectiva sobre el tema.
Todos esos sentimientos que compartimos con un otro: los celos, el enojo, el patriotismo, el sentido del humor, el instinto de supervivencia; algo que nos mueve a la mayoría: la posibilidad de identificar lo justo de lo injusto; todas, son emociones que parten de la existencia de una conciencia colectiva, es decir, de creencias compartidas.
Muchas veces cuando damos nuestra opinión sobre un tema o nos paramos frente a otros simplemente nos olvidamos que vamos cargando con esta conciencia colectiva tan arraigada a nosotros, tan antigua como la humanidad misma.
Por otra parte también existe la conciencia individual, la que nos identifica y que difícilmente ponemos en jaque porque es lo que nos representa, nace de nosotros. ¿Pero realmente somos conscientes de que nuestra mente ópera, en su mayoría, por el inconsciente?
Existen estudios que han demostrado que la mente humana es dominada en un 88% por la mente inconsciente y solo el 12% se lleva a cabo por la acción de la mente consciente.
Entonces, entendiendo que la mayor parte de nuestras acciones en la vida están condicionadas por la conciencia colectiva y operada en su mayoría por nuestra mente inconsciente, vuelvo a la anécdota.
Ese señor, como tantos de nosotros en algún momento, sostiene aún ese ideal, ese sueño de vincularse a una madre patria europea distante, y ahí me encuentro con uno de los elementos que forman parte de una conciencia colectiva de estas latitudes.
Sin embargo creo que esto se remonta mucho más atrás en la historia, y es más antigua que la escolarización eurocentrista que la mayoría de nosotros ha recibido.
Personalmente creo que para hablar del origen de esa consciencia colectiva eurocentrista, nos tenemos que remontar al siglo XVI.
Si nos olvidamos por un ratito de los manuales escolares, lejos de existir un “intercambio cultural” sabemos que esa época estuvo bañada de terror, humillación, torturas y violaciones para los residentes, los nativos de esta parte del mundo.
Antes de que se bautizaran estas tierras con el nombre “América”, 530 años atrás, existían entre 1500 y 2000 lenguas. Para el siglo XV ya contábamos con aproximadamente 80 millones de habitantes, entre sedentarios y nómades.
Fue en esa época en que una parte de la humanidad determinó que era necesaria la deshumanización de toda una región.
Deshumanización como concepto clave, por dos cuestiones:
Por un lado, para poder manipular y aniquilar a tantas personas lo primero que debieron hacer estos visitantes fue disminuirlos, explicarles que todo lo que conocían, hacían y en lo que creían no sólo estaba mal sino que debía ser eliminado.
Y por el otro, como forma de justificación en la intromisión a estas tierras, como sabemos existía todo un aparato que sostenía estas expediciones, desde la Corona, los inversores económicos, la Iglesia Católica, entre tantos otros. Se creó entonces una imagen diabólica de las criaturas incivilizadas de este lado del mundo, de esta forma podía sostenerse con menor culpa la violación de la dignidad humana.
Lo terrible fue que luego de las quemas en la hoguera, el castigo por la adoración a dioses inciertos y tanto más, estas personas terminaron creyendo que algo había mal en ellos, tanta crueldad no podía ser otra cosa que eso, la naturaleza limpiando sus playas, ríos y bosques de una especie que había llegado a la extinción.
Estos seres que trajeron consigo sus raras enfermedades mortales, su moral retorcida, su afán por el oro, también llegaron con la enseñanza de que ellos eran el modelo. Esa era la nueva especie que iba a habitar la tierra ahora y quienes no hubiesen nacido con las cualidades de los hombres del hemisferio norte, al menos por supervivencia, debían imitarlos y así tal vez, con sus nuevas ropas, dioses y ética, lograrían sobrevivir.
Y volviendo a ese día del mes de mayo, cuando me giré a mirar al hombre del comentario vi eso, un señor que siente como un recuerdo viejo o una especie de deja vú, esas lecciones, que quedaron impregnadas en las células de sus antepasados.