Florecer en la oscuridad
Charles Pierre Baudelaire, el padre de la poesía moderna y una obra para la inmortalidad
La Opinión/La Voz del Sud
Los últimos días de Charles Pierre Baudelaire, a quien se lo había acusado de ser un poeta maldito por sus palabras, transcurrían sin la posibilidad del habla. Había contraído sífilis, lo que le había causado una parálisis hacia el final de su vida. El escritor, considerado el padre de la poesía moderna, murió en París, el 31 de agosto de 1867, a los 46 años de edad.
Su vida transcurrió entre los traumas familiares y la escritura, fiel reflejo de su paso por el mundo. Huérfano de padre desde muy pequeño (Charles tenía 6 años cuando su padre, el sacerdote Joseph François Baudelaire murió) y con una relación conflictiva con su padrastro, Jacques Aupick, Charles fue enviado a la India por un año durante 1841, para que rectificara su camino. A Charles Baudelaire ya se lo acusaba por entonces de tener una vida licenciosa y ya manifestaba su interés por la poesía.
Desde 1842, y tras reclamar su herencia paterna, Charles vivió una vida de lujos. Sin embargo, su estilo de vida hizo que su familia decidiera ponerle un tutor a cargo del dinero, que tampoco le duró mucho tiempo.
Los primeros escritos del joven Baudelaire fueron críticas de arte. El autor debió hacerlo tras perder su fortuna, quedar endeudado y ante la necesidad de ganarse la vida. Sus artículos de prensa están compaginados en los libros “Salones” de 1845 y 1846. A partir de esas críticas de arte y literarias descubrió a autores como Edgar Allan Poe, a quien tradujo al francés con maestría. Fue allí que su interés por la escritura creció y lo fue convirtiendo en uno de los exponentes del simbolismo.
Su obra tal vez más conocida y polémica fue “Las flores del mal”, de 1857. Se trata de una serie de poemas que llevaron al autor a un juicio por el que debió pagar una multa. Seis de los poemas que componían la obra fueron retirados.
Los temas de la obra como la muerte, el satanismo, las drogas y el erotismo, eran muy mal vistos por la sociedad de ese momento. Los seis poemas censurados lograron salir a la luz en 1949.
En su artículo “Biografía de Charles Baudelaire” (2004), Tomás Fernández y Elena Tamaro afirman: “GustaveBourdin, en la edición de Le Figaro del 5 de julio, lo consideró un libro «lleno de monstruosidades», y once días después la justicia ordenó el secuestro de la edición y el proceso al autor y al editor, quienes el 20 de agosto comparecieron ante la Sala Sexta del Tribunal del Sena bajo el cargo de «ofensas a la moral pública y las buenas costumbres». Sin embargo, ni la orden de suprimir seis de los poemas del volumen ni la multa de trescientos francos que le fue impuesta impidieron la reedición de la obra en 1861. En esta nueva versión aparecieron, además, unos treinta y cinco textos inéditos.
Precedido de una dedicatoria en verso «Au Lecteur», desconcertante y penetrante apóstrofe, Las flores del mal está dividido en seis secciones: Spleen e Ideal, Cuadros parisienses, El vino, Flores del mal, Rebeldía y La muerte. En esta subdivisión ha querido verse la intención del autor de dar a la obra casi el riguroso dibujo de un poema que ilustrase la historia de un alma en sus sucesivas manifestaciones.
Así, el espectáculo de la realidad y el resultado de las múltiples experiencias (que proporcionaron el tema a las poesías de la primera y de la segunda sección) seguramente llevaron al poeta a una desolada angustia”.
Pese a los intentos de la sociedad y la familia del escritor por llevarlo por el que consideraban el “buen camino” Baudelaire siguió escandalizando: en 1858 escribió la primera parte de“Los paraísos artificiales” una obra basada en su experiencia con las drogas e inspirada en las “Confesiones de un comedor de opio inglés”, del británico Thomas De Quincey.
En Bélgica desde 1864 y con una salud deteriorada, Baudelaire volvió a los brazos de su familia. Su madre, Caroline Dufayis, lo llevó de nuevo a París en 1866 donde terminaría su vida.
"La metamorfosis del vampiro" (de Charles Baudelaire) "La mujer nos decía con su boca de fresa, ondulante, acechante, entre sierpe y tigresa, los senos oprimidos a punto de estallar, estas palabras que ella dejaba resbalar: “Yo tengo el labio húmedo y conozco la ciencia que en el fondo del lecho diluye la conciencia. Enjuga todo llanto la gloria de mis senos que hacen reír a los viejos igual que a niños buenos. ¡Y soy para quien sepa contemplarme sin velos la luna, y soy el sol, las estrellas, los cielos! Tan docta soy amando, queridos sabihondos, cuando un hombre aprisiono en mis brazos redondos o cuando a sus mordiscos abandono mi pecho, frágil y libertina a la vez, que en mi lecho, gustador del deleite que raya en frenesí, hasta los mismos ángeles se perdieron por mí.” Cuando toda la médula succionó de mis huesos, y sobre ella rendido quise darle mis besos, advertí que en sus flancos —todo fue en un momento— resbalaba un humor viscoso, purulento. Cerré entonces los ojos de frío y de terror, y al abrirlos de nuevo al vivo resplandor, junto a mí, y en lugar del maniquí gozado que parecía haberse ya de sangre saciado, temblaba un esqueleto, produciendo un crujido como el de esa veleta que da un agrio chirrido, o el rótulo hecho trizas del umbral del infierno tremolando en el viento de una noche de invierno". "El amor y el cráneo" "Viñeta antigua El amor está sentado en el cráneo de la Humanidad, y desde este trono, el profano de risa desvergonzada, sopla alegremente redondas pompas que suben en el aire, como para alcanzar los mundos en el corazón del éter. El globo luminoso y frágil toma un gran impulso, estalla y exhala su alma delicada, como un sueño de oro. Y oigo el cráneo a cada burbuja rogar y gemir: —Este juego feroz y ridículo, ¿cuándo acabará? Pues lo que tu boca cruel esparce en el aire, monstruo asesino, es mi cerebro, ¡mi sangre y mi carne!"