LA CELEBRACIÓN PENDIENTE
Por Raquel Weinstock (*)
Será tiempo de mirarnos adentro e intentar descubrir el sentido de nuestras vidas en el “terruño”, de escucharos y escuchar a nuestros viejos, de rescatar la memoria que ningún libro de historia posee, de ejercitarnos en el trato con los relegados nuestros de cada día, del peatón lento que intenta cruzar una calle y un auto se adelanta con prepotencia, de las mujeres golpeadas y los golpeadores sueltos, de quienes usan sillas de ruedas y traquetean en baldosas rotas sus cuerpos cansados, sus manos curtidas.
Será el momento de recuperar la capacidad de amigarnos con el otro, de movilizarnos, las veces necesarias para reclamar por la inequidad, el manoseo, la mentira.
Ya se habla de las fiestas, y deberíamos entender que ninguna celebración será completa sino diagramamos el mapa de nuestra cotidianidad, sino reconocemos como propia nuestra etnia, cada color, cada acento andino en nuestros barrios, cada rito y costumbres de los inmigrantes, cada colectividad, cada club, sino asumimos nuestros defectos, que no son pocos, y vigorizamos las virtudes.
Ninguna celebración asemejará la grandeza con la que nos soñaron nuestros padres o abuelos, nuestros campesinos y laburadores de antaño, nuestros anónimos héroes urbanos, sino nos despertamos para medir la potencia de nuestros actos contenidos, de nuestros gritos reprimidos, o agazapados, y de manifestarlos de una vez y para siempre.
Sólo, por la grandeza de derrotar la hipocresía.
Debemos, creo, desempolvar nuestras pequeñas mitologías y nuestras grandes metas colectivas. Sino no será nada.
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(*) Este texto fue publicado en nuestras páginas el 22 de diciembre de 2012, lo rescatamos como deseos que no tienen vencimiento frente al mundo que enfrentamos.