Reportajes

Nicolás Alejandro Pereira-20-11-2022

Mi nombre es Nicolás Alejandro Pereira, vivo en San Luis capital con mi esposa Andrea y mis dos hijos, Guadalupe e Ignacio. Nací en San Francisco del Monte de Oro, en enero de 1980 en un humilde dispensario, en el seno de una familia de docentes: papá, maestro rural; mamá, maestra jardinera con 4 hijos, de los que soy el tercero. Crecí acompañado también por la presencia impagable de tías, tíos y una abuela inolvidable.

Mi niñez y mi adolescencia transcurrieron en plena felicidad en la paz de un pueblo con amigos, primos, juegos y siestas eternas de río, fútbol en la calle, libros y aventuras que aún conservo en mi memoria y que son el sostén del adulto que soy.

La pasión por la lectura aún perdura y de hecho, creo que ha crecido; he podido construir con el tiempo un sitio donde tengo reunida parte de mis pasiones, como las antigüedades (libros, máquinas, armas, cuadros), y cuando necesito tranquilidad o cuando me puedo reunir con los míos, ese lugar nos cobija. Siento allí la presencia de lo que me hace vivir junto con el recuerdo permanente de mi padre, que tenía algunos de los mismos intereses.

En la infancia también participé de lo político, concurriendo a algunos comités con un puñado de adultos que sabían perfectamente que jamás podrían ganar una elección, pero que de todas formas se reunía a compartir algunas ideas en un partido, en el que mi abuelo había sido diputado en los 40, y que hoy casi no existe. En esas reuniones, los niños íbamos como acompañantes a pasar el rato, comer algún choripán (situación ocasional, ya que los partidos pequeños prácticamente no tenían sostén económico) y algunos pickles del gringo Valenti. Sin saberlo, ahí, con menos de 8 años, terminó definitivamente cualquier atisbo de participación política, una actividad que me genera gratos e inocentes recuerdos, pero que nunca me atrajo para ejercerla.

Cursé mi secundaria en la Escuela Sarmiento, ex Normal Regional de San Francisco, y ese Bachillerato Humanístico me orientó hacia la filosofía o la educación. Empecé y terminé la carrera de Ciencias de la Educación en la UNSL, lugar en donde trabajo desde 2004, luego de haberlo hecho en escuelas, Institutos de Formación Docente y en el INET.

Considero que del pueblo uno nunca se va del todo, yo al menos tengo esa teoría ¿Acaso no se han preguntado por qué mucha gente de los pueblos no sabe el nombre de las calles donde vivió? La respuesta es menos filosófica de lo que se presume, y cae como una sentencia: ¡porque no nos hace falta! La memoria actúa en estos casos por referencias visuales-populares. Es decir, la mayoría de las calles tienen para nosotros un anidamiento emocional que parte de una referencia a algún acontecimiento, a un personaje del pueblo o a una familia, que son más potentes que lo pueda haber hecho un prócer.

Se trata de un código pueblerino con el que nos manejamos y que no se corresponde con un límite temporal. Quizás la referencia a una calle (por ejemplo, verlo sentado a Remigio comiendo fiambre en la vereda del negocio de Mamerto García) se remite a principios de los 80, pero después de más de 30 años sirve para orientarnos, y créanme que así será mientras viva.

Varias veces tuve que pedir perdón a algún turista por no saber explicarles cómo llegar a la altura de una calle determinada, y al no poder explicarles mi razonamiento acerca de por qué lo desconozco viene la pregunta: “¿pero, usted, al final, es de acá?” Yo creo que uno puede tener muchas casas, pero un solo hogar al que siempre se está volviendo en un eterno retorno que solo termina con la muerte inexorable. Voy a volver para quedarme, lo saben mis hijos: mi última morada será junto a la primera.

Como mis antepasados, disfruto de la amistad sincera y honesta que me han brindado los mismos amigos desde hace décadas. Disfruto del rito de los encuentros asociados a la comida, sobre todo los asados donde el tiempo se prolonga en la sobremesa. Eso me acompaña desde chico; las mesas grandes, el tiempo que pasa lento, las conversaciones sobre las acciones de los parientes que ya no están o la composición de las familias cercanas. En nuestra familia, desde comienzos del siglo XX, la comida ocupa un lugar preponderante. Otra parte importante son las plantas. Los Pereira tenemos manos verdes, nos apasionan los jardines y el cuidado de estos, quizás porque crecimos en un verde imponente que se impregnó en nuestra sangre.

Los días transcurren hoy en un entorno de paz familiar, haciendo con pasión mi trabajo, enseñar e investigar, y tratando de continuar con una vida de alegría, honestidad y sencillez.