Nave de luz en tiempo sánscrito
Por María Celeste Domínguez (*)
Imponente simetría impertérrita se quiebra al centro de su espíritu frágil, como rayo que desde el cielo viene trazando el nexo alquímico.
Horizonte dividido como emblema de un sitio que pareciera pertenecer a otro cielo. Ahí, desde lo alto se ven pletóricas cúpulas cual pórticos hacia un vasto mundo.
Aire vegetal que observa el suspenso incierto, ya no vuelve en paz la campana. Un invasivo dios ha evadido al hombre en su palabra, y rompiendo el paisaje fue arrogándose esta colosal morada.
Ya no quedan vidas para orarle al creador de la nada, entre arbustos una fe desgastada se hunde.
¿Qué templo construir para las ruinas de un alma profanada?
Sobrevolando sombras de un destino, mis ojos indagan en tiempo pasado para obtener las respuestas benditas.
La eternidad promete su piadoso descanso al ingreso del coloso, a la vez que umbrales hipotéticos permanecen tallando la piedra fundante.
Dicha la palabra, esta furia abrió una hendidura que no pertenece al cielo. Laceradas y artrósicas garras espantan arañando impunemente el celestial concilio.
Elevándose detrás de la espesura agreste, una colosal herramienta divina comulga. Este anacrónico monumento también corresponde al hombre.
Ya el sacrílego follaje irreverente traza su marcha por sobre la inmaculada fe de esta estructura hendida.
Blasfemantes brazos leñosos arden fuego ante la vehemente nave silenciosa.
Ni el metálico eco de presumidos campanarios salpican ahora el valle hueco. Sólo silencios y rezos fantasmales curvan las horas malditas. Se agazapan en su clepsidra goteando culpa tras culpas en lapsos amorfos.
¿Por qué el Dios de los todopoderes no está cobijándose en el sagrario fracturado?
Bajo ninguna cruz se ampara mi alma raquítica rogando expiación.
Me detengo en contemplación elevada con unos ojos voraces que no claudican. Este llanto fue señal de agua dicha desde el cenit.
Semejante atmósfera fisurada sólo pretende disuadir al aventurero escéptico como exasperado acto de evadir fariseos.
Otros pueblos abandonan sus creencias ante el primer diluvio. Así, plantada entre rocosos arbustos desvencijados, la fe se ha transmutado cáscara.
Muros de reseca tierra tuercen cada vértice edificado. Vacía de milagros, la iglesia contempla el inmaculado cielo que no la habita. Sin altares ni crucifijos ya los non-sanctos no rezan penas ni suplican penitencias.
A miles de millas transoceánicas, los faraones se encierran bajo sepulcros ostentosos, piramidales panteones astrológicos. Cada poderoso escoge la forma de su sarcófago donde le será cómodo habitar su muerte.
Sobrevuela el ave briosa de mi curiosidad atea, enamorada de las suaves curvas semi esféricas.
¿La luz tiene, acaso, otra misión escondida debajo de su sombra recostada?
Portales tenaces guardan respeto y compostura frente a espectrales seres.
Todo roza lo metafísico en este confín agreste. Las formas y las palabras escritas ya no se creen solas.
Al descender, los guerreros no encuentran compasivos brazos valkirios sino en las espinosas alabanzas que los reciben.
Viaje espectral, un alma ingresa con liviana mesura.
Ese puente cruza todos los infiernos, desembocando entre espinillos y ases de soles destellantes.
Otros seres se abren paso encendiéndose rumbo al fantástico cielo del pródigo. Ellos habitan los muros descascarados del portal sánscrito, las aves profanan su vuelo como icono de mundos alternos.
Tantos ojos elevados deberían poder ver la existencia de un peligro inminente en el sutil hecho de que otros despojos desmoronan su infinita espera.
¿Por qué tragaluz subterráneo se filtran los chaparrones del tiempo?
Me percaté del magnánimo descuido y con desmesurada prudencia opté por quedarme. Inmaculada utopía no llega a mi destino sincrónicamente.
Raíz en tierra firme está arraigándose férreamente bajo el árido cascarón.
Se han desgranado, como arena, las fachadas eternas. Sólo resta rendir la vida en busca de la promisoria muerte.
(*) Fragmento de “Enfoques anacrónicos” – Inspirado en fotos de la Iglesia Sta. Rita y Sta. Bárbara–Paraje La Isla.