Paz para ganar la guerra
Mahatma Gandhi, impulsor del movimiento de desobediencia civil que logró vencer al régimen colonial más poderoso en la historia, murió asesinado hace 75 años
Por Agustina Bordigoni
La palabra “Mahatma” significa, en sánscrito, “alma grande”. Así fue conocido quien en realidad era Mohandas Karamchad Gandhi, y que nació el 2 de octubre de 1869, en Porbandar, India.
A los 13 años, cumpliendo con la tradición hindú, contrajo un matrimonio arreglado con Kasturba Makhanji, su compañera fiel en toda su travesía.
En un país en el que casi el 90% de la población era analfabeta antes de la independencia, Gandhi, procedente de una familia acomodada, tuvo acceso a una buena educación. Ya casado, continuó sus estudios en Londres, en donde se recibió de abogado.
Tras ejercer su profesión en su país natal, decidió aceptar una oferta laboral en Sudáfrica. Allí vivió 20 años, en los que comenzó su lucha por los derechos de los indios que vivían en ese país.
No fue hasta que renunció a todos los privilegios con los que había nacido para emprender su por él llamada “búsqueda de la verdad” que Mohandas se convirtió en Mahatma.
Los años clave
En los años que pasó en Sudáfrica, observando las injusticias y las humillaciones que vivía su comunidad por parte de los británicos en ese país, Gandhi comenzó a utilizar el método de lucha que él mismo llamaría “satyagraha” (satya: verdad, agraha: insistencia).
Este método de lucha no violento (pero tampoco pasivo) tenía entre sus principios el de defender una causa justa, minimizar el sufrimiento del adversario, apelar siempre a la razón, endurecer la lucha solo a medida que esto fuera necesario, llegar a una solución acordada con la otra parte en conflicto y, sobre todo, estar dispuesto a asumir sacrificios considerables en nombre de la causa.
Fue en esto último, tal vez, en lo que radica el gran éxito de Gandhi al movilizar a las masas: que estuvieran dispuestas a hacer cualquier tipo de sacrificio (incluso el de su vida) por una causa justa.
El líder hindú creía fervientemente que la violencia solo provocaría más violencia, y que, en cambio, una actitud de lucha no violenta y de sacrificio terminaría por convencer a la otra parte. Eso, pensaba, facilitaría las negociaciones y derivaría en una reducción de la violencia a lo largo y a lo ancho del mundo.
La religión tuvo mucho que ver con su método no violento y su forma de vida. Según el mismo Gandhi afirma en su autobiografía “uno debe ser capaz de amar la menor expresión de la creación como a uno mismo. Y un hombre que aspira a eso, no puede permanecer fuera de cualquier manifestación de la vida. Por ello, mi devoción por la Verdad me llevó al campo de la política; y puedo afirmar (…) que aquellos que sostienen que la religión nada tiene que ver con la política, no conocen el significado de la religión”.
Gandhi hizo de su modo de vida el ejemplo a seguir. Los sacrificios que profesaba a sus seguidores eran los que él estaba dispuesto a hacer, porque para entender una causa, él creía, debía vivirla en primera persona. Él hablaba de la “autopurificación” en su vida, algo que necesariamente, llevaría a la purificación de quienes lo rodean. En este sentido entendía la libertad: liberarse a sí mismos para liberarse del exterior, era lo que la India y su población necesitaba.
Tiempos de desobediencia
Durante sus primeros meses en Sudáfrica, Gandhi pudo no solo observar sino también padecer la discriminación que sufrían los indios por parte de los ingleses. En uno de esos episodios, cuenta él en su biografía, fue expulsado del tren por no obedecer la orden de instalarse en el vagón de los equipajes, a pesar de tener un pasaje en primera clase. Los indios no podían compartir espacios comunes con la población blanca y mucho menos viajar en el mismo vagón.
Pero la lucha no comenzaría por estas experiencias en carne propia sino por el recrudecimiento de las leyes que profundizaron esta discriminación.
Es por primera vez en 1906, ante el anuncio del gobierno de una nueva ley que obligaba a los indios a imprimir sus huellas digitales y contar con un carnet de identidad a riesgo de expulsión, cuando Gandhi, movilizando a una gran parte de la población, aplicó los principios de su satyagraha.
Como primera medida se aplica la “desobediencia civil”. De los 13.000 indios que debían registrarse, solo lo hicieron poco más de 500. Tras movilizaciones no violentas por un lado, y respuestas violentas por el otro, las cárceles quedan repletas de rebeldes, incluido Gandhi.
Durante esos varios años de movilizaciones no violentas, que incluían desde la desobediencia hasta la huelga, Gandhi se convirtió en un interlocutor y negociador reconocido por el imperio británico.
Recrudeciendo la protesta de un lado y la respuesta del otro y tras varios arrestos y paros generales que dejaron por momentos a las ciudades paralizadas, se consiguió en 1914 la derogación de las leyes discriminatorias y la primera victoria de la satyagraha.
Gandhi pudo entender y utilizar para ello el poder de los medios de comunicación, a los que supo movilizar al igual que a las masas. La presión que ejercieron sobre la corona fue de gran ayuda para este triunfo, y lo sería para las conquistas futuras.
Para ese entonces Gandhi ya tenía su propio periódico (“Indian Opinion”) y había renunciado a todos los privilegios con los que había nacido.
Un largo camino
En 1915, Gandhi volvería a la India, convertido en una figura ya conocida dentro del país y del Congreso Nacional Indio, el partido que encabezaba desde algunos años el movimiento por la independencia del país.
Ya en su territorio y en diferentes regiones, comenzó a practicar su satyagraha. Tal vez en esos recorridos comprendió el verdadero significado de la declaración de independencia: sería el último escalón a subir por un pueblo ya liberado en la práctica.
Su movimiento de no cooperación pacífica incluyó también en este caso la huelga general, el boicot a productos británicos como las telas (Gandhi siempre instaba a que los indios se fabricaran su propia vestimenta), huelgas de hambre (Gandhi hizo 17 a lo largo de su vida) y por su puesto movilizaciones pacíficas pero altamente simbólicas y llamativas.
Tal vez la más recordada sea la marcha de la sal, en 1930. Tras recorrer más de 300 kilómetros a pie, primero con algunos y después con cientos y miles de seguidores, Gandhi tomó un poco de sal del mar, a modo de protesta por el monopolio que ejercía la corona de este recurso indio. Ese monopolio imponía un impuesto sobre el producto y manejaba su distribución, a la vez que prohibía la fabricación de sal a los indios.
Miles de personas, a lo largo de todo el país, comenzaron a fabricar sal y venderla. Y como era algo considerado ilegal, entre 60.000 y 100.000 personas terminaron encarceladas, sin dudas un número que daba más para pensar a la corona que a los miles de presidiarios.
El fenómeno que significó Gandhi para su mundo y que significa hoy para el nuestro, no podría explicarse solo por su crecimiento y su historia personal.
Luego de la Primera Guerra Mundial, pero sobre todo de la Gran Depresión (1929-1933), la relación entre las colonias y los grandes imperios mundiales comenzó a tambalearse, en parte porque la caída de la economía mundial había disminuido estrepitosamente los precios de los productos primarios (lo que causó malestar en las colonias, cuyas economías dependían fundamentalmente de estos productos) y en parte porque el costo de mantener un gobierno autónomo y un ejército en las colonias, era cada vez más difícil de afrontar por las potencias imperiales. Esto último se hizo más y más patente luego de la Segunda Guerra Mundial.
En la India, la estrategia de boicot y de no cooperación comandada por Gandhi, haría que la ya perdida colonia cayera por su propio peso.
Gandhi ya se había convertido en una figura notoria dentro y fuera del país y fue uno de los principales actores en la negociación por la independencia. Pero sobre la mesa se puso en discusión la delimitación y división del país por motivos religiosos, algo que el líder pacifista no estaba dispuesto a aceptar.
La independencia
Finalmente la independencia llegaría en agosto de 1947, pero de la mano de la fractura del país. Tras años de duras negociaciones, la única propuesta aceptada por la corona y por algunos sectores de la India, era la creación de dos naciones: una predominantemente hindú (India) y otra musulmana (Pakistán).
El trazado de la frontera se hizo por Cyril Radcliffe, el presidente de la Comisión de Límites nombrado por la corona, un hombre que no conocía el terreno que estaba dividiendo.
Lejos de solucionar el conflicto, las diferencias se profundizaron y el imperio dejó el terreno a la suerte de las nuevas naciones. La guerra civil que comenzaría con esta partición fue históricamente sangrienta (entre 200.000 y 1 millón de personas perdieron la vida) y generó más de 12 millones de refugiados.
La lucha de Gandhi por una independencia y una India unida, tuvo éxito, sólo en una de esas premisas, por lo que, el líder pacifista afirmaba, no había nada para festejar.
Así comenzaría su última huelga de hambre, que tras doce días logró finalizar con la ola de violencia que se inició entre musulmanes e hindúes luego de la independencia.
Los conflictos cesaron, pero las diferencias no. India y Pakistán siguen conservando una tensa relación hasta la actualidad.
A pesar de que Gandhi creyó haber fracasado en su lucha, sus pequeñas conquistas tienen un gran significado para la humanidad.