Expresiones de la Aldea, San Luis

Cuento II

Marisa Vilche (*)

Esta noche pasó un ángel por el patio de casa y lo vi por mi ventana.

Mis hermanos jugaban con duendes y como yo era muy pequeña, mamá dijo que ese era el motivo por el cual no los veía. La verdad, es que el único que tenía comunicación con gnomos era mi hermano mayor, Ignacio, que jugaba con ellos todo el tiempo. Él decía que vivían dentro del ropero y que se robaban los objetos que desaparecían de la casa. Una vez contó que se llevaron el cuchillo de mango labrado de papá y que lo escondieron dentro de la pared del cuarto. Debió haber sido cierto porque jamás apareció ni cuando nos mudamos.

Mi otro hermano, Joaquín, celoso de esos extraños amiguitos, los golpeó con su guitarrita de juguete y a partir de ahí, según Ignacio bañado en lágrimas, no volvieron nunca más.

Crecimos los tres y la única que siguió viendo espíritus fui yo. Nunca lo supieron porque no era muy extrovertida y tampoco hablaba mucho. A mamá sí le dije que la acompañaba un ángel pequeñito a todas partes y ella me creyó. Todos los días me pregunta por mis sueños y mis visiones.

Cuando la abuela murió, mamá no lloró y nadie la entendió; yo sí porque me dijo que ella seguía existiendo en algún lugar, aunque no aquí, y que debía quedarme tranquila porque la vería en sueños. No se equivocó; abuela aparecía apenas me dormía y me hablaba. Se presentaba joven y bonita y me pedía que no estuviese triste, que ella disfrutaba de un lugar hermoso.

Día a día mamá me ponía a contarle qué había dicho abuela. Así fue como estableció una comunicación con ella en el más allá por más de un año y ambas supimos, entre otras cosas curiosas, que aunque murió a los ochenta no permaneció en esa edad, sino que regresó a una indefinida entre los treinta y los cuarenta.

En cada sueño se mostraba más joven y feliz hasta que un día sólo oí su voz diciéndome que ya no la vería más como hasta ahora. El motivo que me dio de este abrupto cambio fue que pasaba a otro plano donde no tendría más esta apariencia, pero que siempre estaría con nosotros. Me dijo que no más recordándola ella estaría ahí; que era uno con todo y por eso jamás nos dejaría.

Así fue que yo seguí soñando aunque ella nunca más apareció. Ahora está presente cada vez que nos juntamos a comer, también cuando mi hermano Joaquín está triste o cuando mamá riega las plantas. Lo sé porque la veo cada vez que los miro. A mi rara vez me deja sola, debe ser porque no la olvido ni un segundo; es más, ella también vio el ángel que ese día pasó por la ventana.

Portada del libro “Cuentos traídos de la eternidad”.

(*) Este cuento conforma parte del libro “Cuentos traídos de la eternidad”. Marisa es puntana por adopción, nació en Mendoza en 1967 y desde los 20 años vive en San Luis. Ejerce la docencia y disfruta del arte y la literatura.