EL “CÓDIGO MIGUEL ÁNGEL”
La obra de Buonarroti acerca nuevas polémicas e inquietudes. ¿Se esconde o significa algo más cada detalle en los frescos de la Capilla Sixtina?
Adriana Toledo Pedroza
Miguel Ángel es inconmensurable, comprenderlo en su totalidad es por cierto innecesario si no quieren perderse de su arte, inteligencia e inmensidad creativa. Sin embargo, jamás pasará desapercibido. Es por ello que desde hace un tiempo algunos expertos trabajan para comprender y contradecir aquellas apreciaciones en torno a la obra de Miguel Ángel y las, por algunos llamadas, “desproporciones”. Como cuando se dio a conocer públicamente la obra de la Capilla Sixtina, ya desde ese entonces expertos de arte de diferentes épocas criticaron sus irregularidades anatómicas en el cuello de Dios y la iluminación discordante del panel, entre otras cosas, torpezas casi irreconciliables con la maestría de uno los más grandes anatomistas de la humanidad. ¿Relaciones con el cerebro, cerebelo, riñones, salud, enfermedad ocultas en los trazos de Miguel Ángel?
Pero para llegar a las nuevas miradas en torno a la obra de Miguel Ángel es importante una mirada con historicidad y contexto sobre el artista.
Si pensamos en el Renacimiento lo reconocemos como un movimiento social que cambió las bases de la cultura occidental, más próxima a nuestra realidad actual. Es el surgimiento del individualismo, el antropocentrismo, la valoración de sus orígenes, volviendo las representaciones de la imaginería clásica, el concepto de capitales personales mediante el desarrollo mercantil y no solamente aristocráticos, como lo fuera el Medioevo, aún los eclesiásticos buscaron alejarse de la nominada “edad oscura” renovando, mediante expresiones artísticas sus representaciones religiosas y el nacimiento de una nueva burguesía que necesitaba evidenciar su nueva jerarquía.
Este fue el ambiente propicio por el que se vieron favorecidos los artistas, quienes eran captados desde sus más tiernas juventudes a capacitarse con grandes maestros, a los que luego le proponían ideas para sus más diversas creaciones, sumados a la competencia entre las ciudades por mostrar poder a través de la contratación de los más virtuosos especialistas de cada disciplina.
Detrás de una pasión
En ese escenario, sin lugar a dudas, es que destaca nuestro protagonista, Miguel Ángel Buonarrotii, hijo de una familia de mercaderes y banqueros de Florencia. Su padre era un funcionario con una posición acomodada en la ciudad y pretendía que su hijo se dedicara al comercio o a las leyes. Sin embargo, desde muy joven, Miguel Ángel se inclinó por la carrera artística, contra el deseo preestablecido de su padre y madre.
A los 13 años un amigo de la familia lo llevó al taller de Domenico Ghirlandaio para que se iniciara en las diversas técnicas de la pintura, entre ellas la del fresco, misma técnica que luego aplicaría en la Capilla Sixtina.
En 1489, Lorenzo de Médicis, gran mecenas de las artes, lo invitó a vivir y a formarse en su palacio. La corte de Lorenzo el Magnífico estaba compuesta por los más famosos poetas, filósofos y artistas de la época, y se convirtió para Miguel Ángel en su gran fuente de aprendizaje además es allí donde se empapa del arte de la Antigüedad Clásica, replicando las esculturas y obras de su protector.
Tras la muerte, en 1492, de su mecenas Lorenzo de Medici, el artista talló en madera un Cristo crucificado para el prior del convento de Santo Spirito, quien le permitía utilizar una sala para diseccionar cadáveres del hospital asociado a la iglesia.
Entre lo religioso, lo científico y la gloria
Según escribió su discípulo y biógrafo Ascanio Condivi: al maestro le producían un gran placer estos estudios de anatomía, relató cómo era capaz de impartir toda una lección magistral de anatomía, revelando detalles que ni siquiera los médicos de la época conocían. Incluso planeó publicar un tratado en colaboración con el eminente anatomista Realdo Colombo, su amigo, médico y, al menos en una ocasión, proveedor de cadáveres. Luego de cuatro años de inestabilidades que lo llevaban de Venecia a Bolonia, en 1496 el artista se instala en Roma, en pleno pontificado de Alejandro VI, el fastuoso papa Borgia.
En la ciudad papal, buscando evidenciar su talento singular, Miguel Ángel realiza su primera obra maestra, la Piedad del Vaticano. La perfección clásica y lo vívido de las figuras, llenó de asombro a sus contemporáneos y le aseguró años después, que papa Julio II lo contratara para la realización de los frescos de la Capilla Sixtina, compuesto por más de 300 figuras.
Este fue un trabajo exigido y complicado que afectó el carácter y el ánimo de Miguel Ángel, lo cuenta en sonetos y cartas, se extendió durante cuatro años (1508-12), en duras condiciones y sin una contrapartida económica adecuada para compensarle, subido a un andamio que él mismo había construido, hubo de soportar terribles dolores de espalda debido a las posturas que tenía que adoptar mientras pintaba y sobrellevando el cansancio de su vista.
Según dicen, era frecuente verlo trabajar sentado o tumbado boca arriba, mientras la pintura le goteaba en la cara y en el cabello. Así pasaba día tras día, a veces sin descender del andamio ni para dormir. Quizás esos malestares, o simplemente por cosas de la vida, sus creencias e inquietudes habían aflojado su intensidad religiosa tornándose cada vez más cuestionador, republicano y libre pensador.
El cerebro hecho arte
La apertura al público de la capilla fue un verdadero acontecimiento y casi de inmediato la fama de su creación se difundió por toda Europa, sobre todo por medio de grabados. Como mencionamos al principio ya los expertos criticaron sus irregularidades anatómicas en el cuello de Dios y la iluminación discordante del panel, entre otras cosas, torpezas casi irreconciliables con la maestría de uno los más grandes anatomistas de la humanidad.
Quinientos años después de su creación, en 1990 esa creencia llegó a su fin, cuando el doctor Frank Lynn Meshberger lanza su creencia en el “Diario de la Asociación Médica Estadounidense” de que las figuras y sombras situadas detrás de la de Dios, inmersas en el manto sagrado en La creación de Adán, son una imagen anatómicamente precisa del cerebro humano, que incluyó el lóbulo frontal, el quiasma óptico, el tronco del encéfalo, la hipófisis (o glándula pituitaria) y el cerebelo.
Estos estudios, desencadenaron una especie de tratado anatómico a develar. Así en el 2000 el nefrólogo Garabed Eknoyan publicó un estudio en el que establecía una similitud en estructura y colores entre el manto de Dios en el fresco de La separación de las tierras y las aguas, y un riñón derecho diseccionado. Eknoyan no sólo relacionaba esta semejanza con los propios problemas de riñón que sufría el artista, sino que además la cree una metáfora deliberada de la función renal en la separación de sólidos y líquidos, tal como se entendía entonces.
Los médicos suecos Anne-Greth y Lennard Bondeson sostienen que Dios evidencia en su cuello claros signos de bocio, una dolencia tiroidea que sospechan padecía el artista; aunque para el neurocirujano Rafael Tamargo y el ilustrador médico Ian Suk esta misma representación es un esbozo del tronco cerebral humano, al que acompañan una médula espinal y un nervio óptico en los pliegues de los ropajes.
Otros detalles que asombran, además del hecho de que Adán posea ombligo es la seguridad de expertos en anatomía, que han comprobado que Adán tiene una costilla de más en el flanco izquierdo: la costilla de Eva. Otra hipótesis más cuestionada sobre el enigmático ombligo de Adán, es que la tela roja alrededor de Dios tiene forma de útero femenino, y la tela verde, podría ser el cordón umbilical. Esto representaría que Dios es también la “madre” de Adán, su creador.
O en el fresco La Embriaguez de Noé, donde el protagonista se ve abatido y su cuerpo apoyado sobre bolsas, beodo y dormido con la pierna extendido dibuja el corte de un hígado enfermo y la alegoría del hígado sano formada por los hijos de Noé. Cam, Sem y Jafet por medio de sus extremidades y mantos que conforman la silueta de un hígado desde una visión posterior. Así como los ignudis que flanquean este fresco, que también representan en sus espaldas las texturas visuales de un hígado sano y en el opuesto un hígado cirrótico.
Como vemos los secretos de Miguel Ángel aún hoy, a quinientos años, siguen originando debates y discrepancias entre lo que se considera evidente o los casos de pareidolia (un tipo de ilusión óptica que consiste en la asociación de una forma con una figura reconocible).
Lo que nadie discute es que la Capilla Sixtina es una de las obras maestras de la pintura y su creador un verdadero gentil hombre digno de su época, modelo del hombre múltiple y docto, que tenía conocimiento de todas las áreas (ciencia, artes y humanidades). Y lo que más nos intriga y nunca vamos aseverar con exactitud, qué es realmente lo quería comunicarnos además de sus saberes. Y nos intriga aún más los mensajes que descubriremos para el futuro, quizás sobre los posibles sentidos del fresco.
Fuentes: