Legados del Río Quinto
Por Sebastián Reynoso
Estamos recreando historias de nuestra ciudad que se han ido conformando como una idiosincrasia, por no decir una ideología, que distingue a los mercedinos. Probablemente no nos hace ni mejores ni peores que nadie, pero debemos reconocer que en gran parte somos distintos.
Si nos comparan con la gente del sur, aunque nos hemos acostumbrado tanto que, apenas cruzamos el Río Quinto, enseguida los llamamos «gente del sur». Desde aquel día en que se comenzó a construir el barrio La Ribera, el cual prácticamente hoy es otra ciudad aparte, Villa Mercedes comenzó a tomar posesión sobre el río.
Antes de eso, el río era como una cosa que se encontraba a espaldas de la ciudad, eran fondos de viviendas, prácticamente un lugar poco presentable. Vivir en el bajo del río era una descalificación social que estaba muy mal, la verdadera periferia de la ciudad, afirmaban. Solían decir: «viven en el bajo rana».
En la actualidad, se pueden apreciar construcciones de verdaderas residencias de muy buen gusto en su gran mayoría. Estas residencias cuentan con parques que visualizan el río como si este fuera parte de la costa. Transitando por la calle Betbeder, al salir de Villa Mercedes, uno se encontrará con barrios casi privados que comparten una calle fina sobre la barranca misma del Río Quinto.
Desde allí hasta lo que era el antiguo puente de madera, se repite ese tipo de construcción en lo que nosotros de niños llamábamos «la calle del dique Vulpiani». También se pueden apreciar construcciones de quintas de buen gusto, cuyos parques o patios se encuentran junto a la barranca misma del Río Quinto.
Todo esto puso en valor toda esa zona. Era absurdo que en una provincia donde el agua era un bien muy preciado, el Río Quinto, que es el recurso más importante de toda la provincia y cuya agua es la mejor, se encontrara en una situación de poco aprovechamiento. De hecho, fue la calidad del agua del Río Quinto lo que motivó la fundación de la ciudad de Villa Mercedes.
Fue uno de los argumentos más fuertes para elegir la “Ensenada de las pulgas” como lugar donde se iba a fundar la ciudad, precisamente por la calidad del agua, tanto de ambos márgenes, aunque siempre se recomendaba del lado norte del río.
El cruce del Río Quinto llevaba mucho tiempo. Los ríos se variaban, en una parte del río se tocaba el lecho de tosca al cruzar el ganado, por la calle Venezuela en el extremo sur, donde se encontraba el viejo matadero municipal, ese era el cruce al río de un lado a otro.
Desde allí, había que vadearlo con los animales, y los carruajes cruzaban despacito con apenas unos 30 centímetros de agua de profundidad, salvo en aquellos momentos de crecida en los que era necesario esperar con paciencia para poder cruzar.
Para ir al sur, se debía elegir el famoso camino de la rastrillada, que era por donde venían los ranqueles, avanzando sobre lo que les habían quitado o desde donde los habían desplazado.