Reportajes

Rosa Elizabeth Amieva-

Soy Rosa Elizabeth Amieva. Nací el 10 de octubre de 1966 en San Luis. Mi infancia la viví en el campo y después en la ciudad con mis padres. Era totalmente distinto a lo que es ahora, hoy todos están pendientes del celular. En cambio nosotros de los juegos, de la el tatetí, la farolera, las rondas las escondidas, podíamos caminar sin peligro en la calle. Sin tecnología, pero éramos tan felices, soy la mayor de tres hermanos, me sigue una hermana. Cuando nació el más chico, tendría seis años, y creíamos en las cigüeñas, teníamos esa inocencia de los pequeños. Queríamos destruir su nido porque no queríamos más hermanos (se ríe), pero nos encantaba cuidar a mi hermano menor, era un muñeco para nosotras. 

He tenido padres maravillosos, aún tengo a mi madre con ochenta y seis años, mi padre falleció hace diez años, aun no lo puedo superar. Era muy regalona, lo tengo muy presente cada día. Cuando fuimos a vivir al campo en Donovan, con mi compañero, yo era muy joven, nos visitó un día mi padre y nos aconsejó hacer alguna sombra. Construimos enramadas, porque no había nada. Cuando mi padre falleció mi madre me pidió sacar la enramada, “total, el papi ya no va a volver”, me dijo. Hoy los árboles han crecido, tenemos sombra, pero cómo afecta la ausencia de un ser querido…

Actualmente soy productora agropecuaria de cabritos, y elaboro dulces artesanales. Es lo que me mantiene en pie, porque he atravesado varias enfermedades y el trabajo me motiva a seguir por la familia, hijos y quince nietos. Hacemos queso de cabra que nos ha dado un muy buen resultado, obviamente cumpliendo con todas las normas sanitarias. Hago dulces de temporada, por ejemplo ahora estamos terminando las alcayotas que nos quedaron después de la helada, también de peras, manzanas, sandía y melón. Esta temporada cayó una helada tardía en noviembre, además de la falta de lluvia, un poco de granizo, en fin… No pudimos tener una buena cosecha como años anteriores. Plantamos mucho tomate, además de la salsa hago dulce de tomate, nos habrá dado dos cajones, todo lo demás se secó. 

Las tierras donde vivimos son una herencia de mi mamá, trabajamos la tierra hace muchos años, tenemos un invernadero de plantas aromáticas, y las plantas de otoño-invierno: acelga, lechuga, rabanito, haba de agua dulce, que se venden en bolsones. Trabajamos con la Secretaría de la Mujer, avisándoles cuando tenemos disponibilidad de verduras. Al comenzar la pandemia no podíamos salir a las ferias, así que las chicas de la secretaria se encargaron de vender los bolsones, lo más bonito de todo eso resultó por no tener bolsas. Como a mí me gusta tener telas, a pesar de la queja de mi compañero dudando de su utilidad, nos pusimos a cortar telas y a confeccionar bolsas, las mujeres estaban muy contentas porque después esas bolsas sirven para las compras. 

En luna cuarto menguante empiezan a parir la mayoría de las cabras, y es la temporada del chivo, cuarenta y cinco días después están listos para la venta, alimentados con leche de su madre, después de ese periodo el sabor de su carne cambia con la pastura. También vendemos huevos y pollos, cuando los costos de los alimentos lo permiten. Sembramos maíz pero al helarse poco queda, siempre sembramos algunos cuadros para alimentar a los animales.

Trabajamos todo el tiempo, todo el año, cada día, sin feriados ni vacaciones, es la vida del campo, pero también es otra vida, sin el ruido y la locura de la ciudad. Cuando nos fuimos a vivir al campo, fue de repente, un 8 de diciembre, un 24 de diciembre estábamos poniendo el techo una pieza, que era lo más bonito, la concreción de un sueño. No teníamos luz, como no se podía llevar la luz solo a una casa, creamos una asociación con los vecinos, que va a cumplir diez años, que como todas las cosas buenas nacen debajo de un árbol, bajo la mora de mi casa. Después de la luz llegó la iluminación de la calle y otros avances para los vecinos. Nos juntábamos a comer en nuestro merendero los sábados y domingos. La pandemia nos llevó a grandes mujeres que iban con sus nietos. 

Cuando me pidieron que fuera candidata a concejal por Juana Koslay aceptamos por la gente. La gente nos visita para comprar nuestros productos y conocer nuestra granja que se llama “La Granja de Eli, Dulce y conserva artesanal”, estamos en Facebook y en Instagram. Agradezco el trabajo que realizan tanto el gobierno provincial, como el municipal dándonos la posibilidad de que trabajemos en las ferias vendiendo nuestra producción. 

Amo a mis nietos, estoy enferma de lupus, y me duelen mucho las articulaciones pero no me duele cuando mis nietos me piden ico ico. Mi compañero es Mario Guerra, mis hijos son Sergio, Ariel, Juan, Flavia y Héctor, ellos me bendijeron con 15 hermosos nietos. Me gustaría que así como llegó el progreso que lleguen todos los que se fueron un día sin esperanza, que vuelvan al campo, porque el campo es vida.