Colón, espejismos e imaginación
Eliana Cabrera
Lo cierto es que el almirante llega lleno de esperanzas y la certeza de que encontraría grandes cantidades de oro. Regida por una economía monetaria, España vivía por esos años el auge del “hambre del oro”. El metal llegó a revalorizarse en relación con las mercancías, de modo que quienes más poseían, podían comprar más. Colón, en su afán ambicioso de enriquecerse y ennoblecerse, se dirige a “la India” a cumplir el sueño europeo del oro infinito.
Los desplazamientos de Colón y su gente están determinados por los signos y señales del supuesto oro infinito que se buscaba. Viajaba de isla en isla pero no consiguió volver del primer viaje más que con el anuncio de quizás había oro, llevándose consigo algunos nativos que, según lo (poco) que él entiende, han estado allí.
En los siguientes viajes su búsqueda sigue, pese a que tiene muy pocos indicios de que realmente exista oro en grandes cantidades, salvo por algunos pequeños trozos que encuentra en los accesorios de los nativos.
¿Qué hace que Colón sostenga sus ideas de forma tan obstinada?
Rolena Adorno, investigadora y crítica literaria, sostiene que los europeos en sus percepciones interculturales se limitaban a tratar de ubicar lo nuevo dentro de sus esquemas antropológicos, utilizando parámetros propios. Colón es un caso (quizás extremo, ya que a medida que pasa el tiempo se acerca más a la locura), sumado a una gran imaginación. Proyecta en el “Nuevo Mundo” no solo el mito del oro infinito sino también relatos que había leído, como “El tesoro del rey Salomón” o “El tesoro de David”, llegando incluso a reconocer (forzadamente) a Cipango y Cathayen Cuba, tierras rebosantes de oro de Asia Oriental, según Marco Polo.
Colón asegura que toda indicación e información sobre el territorio la obtiene de los nativos, pero no existe evidencia de que él entendiera su lengua, por lo que también en ese plano existió un delirio acerca de “lo que creía escuchar” en las voces de los indígenas. Se dedicó a interpretar lo que veía de la forma más conveniente y vincular como sea las tierras recién conocidas con su ideal imaginario. Ve lo que quiere ver.
Además de no poder encontrar el oro infinito que anhelaba, a partir del segundo viaje comienza a romperse la imagen edénica que tenía del Nuevo Mundo. Los nativos comienzan a rebelarse, ya no son tan mansos y buenos como los describiera en el primer viaje, y el clima ya no es tan apacible como también aseguró.
Sin oro y observando la caída de su paraíso, opta por trasladar la misma narrativa exagerada, que antes utilizaba para describir la belleza y bondad del “Nuevo Mundo”, al relato de sus pesares, con el propósito de “dar cuenta de mi duro y trabajoso viaje”. De este modo, la honra que esperaba alcanzar a través de la riqueza podía ser alcanzada en el reconocimiento de sus esfuerzos y sacrificios.
América se convierte en una pantalla en la que Colón proyecta su europeísmo, su ambición y esperanza desmedida. Más que cronista del “Nuevo Mundo”, lo que el almirante lleva a cabo es una interpretación del nuevo “otro” a partir del sistema axiológico del europeo: su impronta económica y sus relatos míticos y religiosos. Colón no llega a conocer a América, sino que ve un espejismo de sí mismo y la sociedad que representa.
La ruptura entre colonizador y colonizado se da en el momento en que ese “Nuevo Mundo” no responde a los preconceptos con los que se acerca un extranjero; es en la ruptura donde América construye y demuestra su propia identidad. Colón no pudo ver realmente a América Latina, ni entender su lengua o apreciar sus verdaderas riquezas. Aun así, arrasó con el territorio y dio paso a una seguidilla de colonizaciones nefastas. Ambición, imaginación y delirio no traerán nunca nada bueno. Hay que romper los espejos donde se ven a sí mismos quienes tienen delirio de grandeza y colonización, es la forma de enfrentar a quienes quieran tomar nuestras tierras y recursos, o simplemente avasallar nuestra identidad.