Reportajes

María Laura Zarlenga-25-06-2023

Mi nombre es María Laura Zarlenga, nací el 24 de abril de 1979 en Almagro, Buenos Aires. Soy la primera de dos hermanas, junto a mis padres éramos solo nosotros cuatro, y mi abuela, quien me acompañó hasta hace un par de años. Después mis papás se separaron y ahí cambió, pero no fue traumático. Luego de un tiempo ellos se divorciaron, y luego se volvieron a poner de novios y se casaron nuevamente. Una historia de amor, un poco extraña. Soy bailarina desde pequeña, desde los tres años y pico, hasta antes de los trece. Todos esos años fueron de bailar clásicos, zapateo americano, español, una academia muy linda, con mucha seriedad, en los teatros de la calle Corrientes, en fin, estuvo bueno. Abandoné cuando tuve que comenzar a estudiar más y seguir una carrera. Siempre digo, si hubiese tenido un poco más de conciencia sobre mis deseos, hubiese seguido algo que tenga que ver con el baile como profesión.

Llegué a la provincia en el 2005, ya que mi pareja tenía un proyecto de trabajo relacionado al fútbol, y nos vinimos a San Luis, nos habíamos casado, así que decidimos probar suerte. En 2009 quedé embarazada de nuestro primer bebé, él se quedó sin trabajo, además se avecinaba el nacimiento primerizo, nuestras familias allá, asi que nos volvimos. Sin querer otra vez estábamos en Buenos Aires, siempre con el deseo de volver por la forma de vida que teníamos acá y pensando  en la seguridad de nuestro hijo pequeño recién nacido. Al poco tiempo me quedé embarazada, ya estábamos desesperados por volver hasta que en el 2013 lo hicimos.

Tanto en la primera etapa como en la posterior, siempre trabajé en el Hospital de Salud Mental, ya que soy licenciada en psicomotricidad. Hace un par de años soy Jefa del Servicio de Niñez Adolescencia y Familias, es un trabajo bastante arduo y somos un grupo grande: dos psiquiatras, cuatro psicólogas, yo psicomotricistas, una fonoaudióloga, una kinesióloga, un músico terapeuta y tres secretarias.

En cuanto a mi carrera en el baile arranqué tomando clases de ritmos latinos, me incorporé a un grupo coreográfico, había muy pocos en el ambiente salseros y bachateros, que se había conformado para hacer shows, además de dar clases. Fui creciendo en el conjunto y luego dando clases, dirigiendo equipos, uno de ellos con capacidades diferentes, con quienes estuve hasta que me tocó volver a Buenos Aires. Cuando regresé volví a dar clases, pertenezco a una escuela de samba llamada “Tormenta Puntana”, emergente de Sierras de Carnaval en épocas del Carnaval de Río en San Luis. Conformamos un grupo de batería y bailarines, tanto para carnavales, como para competencias y distintos tipos de eventos. La Escuela de Samba ensaya en el Parque de las Naciones, quienes quieran acercarse lo pueden hacer los días sábados a las cuatro y media.

Actualmente doy clases de salsa y bachata, sigo estudiando en el Centro Cultural y pertenezco a la escuela de samba. Nunca imaginé que iba a tener estas oportunidades en San Luis, me siento agradecida. Lo que siempre rescato es que aquí encontré un lugar donde tengo tiempo, tiempo para hacer mis cosas, para tener amigas, tiempo para la amistad, para el ocio. El tiempo es algo valioso, uno no se da cuenta, allá ver a una amiga era, arreglar durante un mes, y mucho tiempo de traslados. Además aquí está lo bello de decir estoy en la ciudad capital, y en dos minutos estoy en un lugar como Potrero, este paisaje es algo que me encantó siempre.

Aquí todos los caminos se hicieron más fáciles para mí, no puedo negar que mi pasión está en el baile, pero también en el trabajo que hago. Son mis dos grandes ramas en mi vida, que tienen cierta conexión sin dudas. Aunque el baile no me da de comer, ni es un trabajo estable, genera un reconocimiento y relaciones sociales. En cuanto a mi trabajo, hay que tener mucha vocación en el ámbito público, poner mucho esfuerzo por el otro, porque el otro está no solo con dolencias y sufrimiento, sino relegado en el sistema, a veces con bajos recursos y muchas veces con poca contención familiar.

Actualmente mantengo un buen vínculo con el padre de mis hijos , que siempre está presente, vivo sola con mis hijos de trece y once años, Thiago y Bruno, que juegan al fútbol los fines de semana en el Club Juventud. Sé valorar la salud mental, es tan importante como la orgánica. Nunca quiero dejar de bailar porque creo que uno mata el alma cuando no ejercita su pasión.

Me encanta poder brindar clases, nos reditúa ver a la gente con tanta alegría. Muchos tienen el objetivo de una hora de relax, de diversión, de reírse, de encontrarse con un espejo y verse, otros con aprender o perfeccionarse, y otros simplemente conocer gente. El centro cultural Puente Blanco es uno de los mejores lugares para dar clases. Un mensaje para dejar sería, dedicarse al menos un poquito de tiempo, de conectarnos con nosotros mismos, funciona de descarga, de conexión emocional, tiene un rebote positivo en la salud, mi idea es seguir fomentándolo.