Expresiones de la Aldea, San Luis

Anochecer en Behlzaria

Victor Borak (*)

Una espesa niebla crecía sobre el río. Cubría el casco y la cubierta de una embarcación. Cuando anocheció la bruma comenzó a desvanecerse. Ahí tocaron tierra.

El viento de la tarde llegó a una ciudad impaciente. Aunque  Behlzaria, en realidad vivía en un sueño eterno.

El viejo capitán descendió del barco junto con su tripulación, ansiosa por conocer esta ciudad olvidada en el tiempo. 

Otros barcos de muy antiguo porte yacían amarrados en los muelles. 

Desde el puerto asomaban gigantescas y blancas columnas de mármol. Resaltaban el frente de la ciudad. Más allá una inmensa plaza precedía a lo que parecía un templo de enormes dimensiones con columnas dóricas y escalinatas de alabastro. Todo en esa ciudad evocaba lo ancestral.

Casas deterioradas por el tiempo. Paredes descascaradas resaltaban pinturas de animales desaparecidos. Así parecían cobrar vida dragones y gárgolas rejuvenecidos. Nada era nuevo en Behlzaria.

Un ruido ensordecedor sacudió la plaza. Cientos de seres pálidos con togas blancas emergían por doquier. De cada casa, de cada agujero en la tierra. 

Los integrantes del  Zafirus quedaron atrapados y avasallados por el infernal gentío. Pero nadie los miraba; en realidad los eludían. Con la vista perdida se movían como si nadie existiera. 

La tripulación, como seres invisibles asistieron y vivenciaron las interminables procesiones y ceremonias celebradas como todas las noches.

Los nativos, sin hablarse, sin sentirse; como autómatas adoraron sus dioses hasta el amanecer.

Aparecieron mujeres envueltas en coloridas sedas. Golpeteaban una especie de tamborín, giraban en frenética danza.

Entonaban variados cánticos que fluían hacia la selva y se dispersaban con el aire frío.

Amanecía y los pálidos participantes de esos rituales, así como aparecieron en segundos, así también desaparecieron.

Nunca sabrían de las tripulaciones que venían a verlos todas las noches. No reparaban en ellos. Solo oraban. 

Como cada anochecer de su rutina eterna.

Pintura “La Noche Estrellada”, de Vincent Van Gogh, 1889.

(*) Soy Victor Borak médico psicoterapeuta desde hace muchos años y participante de la vida de San Luis y de Silenciosos Incurables desde hace muy poco. He descubierto, aún principiante mi pasión en el arte de escribir. Gracias Silenciosos.