Para alcanzar el nirvana
El 23 de julio de 2011 Amy Winehouse se unió al fatídico “Club de los 27”. Años antes, también en julio, habían partido Brian Jones y Jim Morrison. Además de la edad, los unía el talento
La Opinión- La Voz del Sud
“Es mejor quemarse que apagarse lentamente”, escribió hace 25 años Kurt Cobain en su última carta. Además de músico y líder de la banda Nirvana, se convirtió desde ese día (5 de abril 1994) en miembro de un fatídico club. Tal vez sus palabras son la definición más exacta de lo que pensaban, en definitiva, casi todos sus miembros.
Unidos por una característica coincidente (morir a la misma edad), por sus historias –sobre todo por la manera en que decidieron o pudieron vivirlas– los miembros del club de los 27 siguen siendo un mito.
La depresión, las contradicciones entre una carrera musical y una comercial, las bajas expectativas –y las expectativas altísimas–, el entorno, los excesos y la falta de la tan anhelada libertad, terminaron con la vida de grandes artistas unidos por la soledad. Una soledad muy conocida para personas que nunca estuvieron literalmente solas.
El número los aglutinó bajo una característica incontrastable. Las otras tienen discusión, pero también presentan evidencias. Las ideas de la vida, la muerte, el arte y la libertad son coincidentes. Aparecen en sus palabras y también como mensajes ocultos y explícitos en sus canciones. Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison murieron a la misma edad y entre 1969 y 1971. Dos décadas los separaron de Kurt Cobain y casi otras dos pasaron entre este último y Amy Winehouse.
Los humanos, en general, nos resistimos a aceptar las simples coincidencias, o preferimos creer que hay algo más allá. Eso es en definitiva lo que nos une a estos grandes seis. Eso es lo que hizo que después de tantos años no haya análisis capaz de matar al mito.
La vida, la muerte y la vida después
“No creo que pase de los 27”, dijo Brian Jones, el fundador de los Rolling Stones, en 1965. El 3 de julio de 1969 moría ahogado en su pileta, y exactamente a esa edad. No sabía entonces que se convertiría también en el primer integrante del Forever 27 Club. Las diferentes hipótesis sobre lo que sucedió en la madrugada anterior alimentaron el mito que Brian había creado en vida. En la despedida que le hicieron los otros miembros de la banda (de la que había sido echado hacía poco más de un mes), Mick Jagger leyó fragmentos del poema Adonais, de Percy Shelley: “Él no está muerto, ya no duerme, se ha despertado del sueño de la vida”.
La vida como preparación para la muerte, como sueño, como ilusión o como todas ellas, era concebida también así por quien pasaría a formar parte de la leyenda: “una vez que estás muerto, estás hecho para la vida”, dijo el guitarrista y músico James Marshall Hendrix antes de morir a la misma edad, el 18 de septiembre 1970.
Como una premonición o un deseo inconsciente cumplido, la cantante Janis Joplin –la primera mujer en ser considerada estrella del rock and roll– moría unos días después y también, a los 27 años. “Una mañana de estas vas a levantarte, levantarte cantando, vas a desplegar tus alas, chico, y elevarte hacia el cielo”. La muerte era también para ella, en sus canciones, una forma de despertar de un sueño. Bueno o malo, pero sueño al fin. Un sueño que debía terminarse en algún momento.
“Es extraño que teman a la muerte. La vida duele mucho más que la muerte”, afirmó alguna vez Jim Morrison, líder de The Doors, casi sintetizando muchas de las vivencias que habían experimentado los otros miembros del club, a los que tristemente se unió el 3 de julio de 1971 (justo 2 años después de Brian Jones).
Dos décadas pasaron hasta que Kurt Cobain reflotara la tragedia. «Pienso que la vida solo dura hasta los 27 y la juventud junto con la vida también», dijo ya contando con la ¿ventaja? de conocer la historia de sus antecesores. El músico decidió, de alguna manera, despertar del sueño que es la vida, con la esperanza de que lo que vendría sería mejor.
“Los locos como yo no viven mucho tiempo”, comentó la cantante de voz poderosa, Amy Winehouse, que volvió a hacer vigente la leyenda el 23 de julio 2011 para unirse al club. En una de sus canciones más exitosas (Back to black) dijo haber muerto “cientos de veces”.
Una infancia infeliz y una tremenda desazón adulta, propia de las contradicciones entre hacer arte y hacer un buen negocio, fueron probablemente los principales puntos en común de todas estas historias.
A solas
Sin dudas hay diferentes formas de vivir la soledad. Y la soledad, a su vez, no necesita ser literal para sentirse. “En el escenario le hago el amor a 25.000 personas diferentes. Luego me voy sola a casa” (Janis Joplin). “No quiero volver a beber nunca más, solo necesito un amigo” (Amy Winehouse).
Cuando el público se iba y las luces se apagaban, solo quedaba lo real, la faceta del artista que pocos conocían. “Si mi sonrisa mostrara el fondo de mi alma mucha gente al verme sonreír lloraría conmigo”, se lamentó alguna vez Kurt Cobain.
Aunque todos ellos disfrutaban de la fama o quisieron de alguna manera conseguirla, les presentaba una contradicción. Encontrarse completamente a solas consigo mismos no era fácil. Las drogas y el alcohol eran el otro escenario, el lugar donde (probablemente) todo era posible. “Camaradas, proscribamos los aplausos, el espectáculo está en todas partes”, dijo casi explicándolo de alguna manera Jim Morrison.
No era fácil para ninguno de ellos pasar esas contradicciones en soledad.
Depresivos, tristes y solitarios. Todos fueron definidos por otros alguna vez con esas palabras. Y muchos de ellos se definieron también: la “neblina púrpura en mis ojos” de Jimi Hendrix era el equivalente a “la nube negra que se cierne sobre mí” de Amy Winehouse. Después de todo, en ese sentimiento, no estaban completamente solos.
Libertad para liberarse
La palabra nirvana significa “el estado resultante de la liberación de los deseos, de la consciencia individual y de la reencarnación”. Así, alcanzan el nirvana quienes practican diferentes técnicas espirituales para conseguirlo.
Cuando la experiencia espiritual es la vida misma, la muerte sería la liberación y alcanzar el nirvana (el final) es en sí una reencarnación. Tal vez de esta manera pueda entenderse la muerte precipitada, entre otros, del líder del grupo musical que llevaba ese nombre.
A todos los miembros del club los unía una cierta idea de libertad. Se pensaban libres, aunque no lo fueran del todo: las adicciones, la presión del público y las discográficas les marcaron el rumbo, a pesar de su fuerte voluntad. “Cuando otras personas esperan que nosotros seamos como ellos quieren, nos obligan a destruir a la persona que realmente somos. Es una forma muy sutil de matar”, dijo Jim Morrison. “Ya hace demasiado tiempo que no me emociono ni escuchando ni creando música (…) A veces tengo la sensación de que tendría que fichar antes de subir al escenario. Lo intenté todo para que eso no ocurriese”, escribió en su último intento Kurt Cobain.
Llegaron, en algún punto, a no tomar en serio la vida y a pensar seriamente en la muerte. A no disfrutarla como un fin, sino a pensarla como un medio para llegar al bien superior de la verdadera libertad. “Si muriera mañana, me gustaría ser una chica feliz”, llegó a decir Amy Winehouse.
La muerte como redención, como salvación y como último fin. La muerte como final y comienzo. Como destino y consagración. Siempre presente, más que la vida misma.
La muerte en vida, la vida en la muerte.