Reportajes, San Luis

Claudia Rey

Soy Claudia Elizabeth Rey, nací el 29 de septiembre de 1984 en San Luis. Me crié en El Chorrillo, recuerdo los fríos de la mañana caminando al colegio Juan Martín de Pueyrredón, recolectando flores para llevarle a la maestra. Salía a jugar en los recreos con los chicos del barrio, los mismos que hasta hoy sigo viendo en la zona donde vive mi madre. Fui al colegio Roberto Moyano, me iba muy bien, era escolta y nunca me llevé materias. A esa edad ya estaba incursionando en la costura, aunque me daba vergüenza decirlo al principio. Hacía mis bolsos y los demás me preguntaban quién me los hacía, yo decía que era mi hermana. De a poco abandoné esos miedos. Mi mamá tenía una máquina Singer, empecé haciendo mis bolsos con jeans rotos, hasta que un día llegó una de las vecinas y me dijo: “¿Me podés hacer un ruedo?” Era la primera persona que me pedía algo, mi primer trabajo. Por entonces cuidaba chicos, hacía tareas domésticas, atendía un negocio y la costura era solo algo más para ganar dinero. Nací en una familia muy humilde y no tenía recursos para estudiar una carrera, aunque fui la única que finalizó la secundaria, los demás empezaron a trabajar antes.

A los veinticuatro años me inscribí para estudiar farmacia, lo dejé por razones personales, pero después me di cuenta de que no era lo mío, no me apasionaba. Me quedé sin trabajo y lo único que tenía en mi casa era la máquina de coser que me había comprado y retazos de tela. Se me ocurrió hacer bolsos que pintaba y bordaba, incursioné en las ferias de emprendedores, empecé a publicar y dejaba en comercios a consignación, lo que me permitió tener una entrada que no había planeado.

Como yo no sabía hacer moldería, tomé un curso. Moldería es tomar las medidas a la persona y pasarlas al papel, para luego cortar la tela exactamente. Me enteré de un curso, que en realidad era un terciario de dos años de diseño e indumentaria. Crecí viendo los programas de Utilísima, allí aparecía Hermenegildo Zampar, que hacía moldería, para mí una eminencia. Resultó que el curso a distancia era de su escuela. ¡Esta es una señal!, me dije. El curso me expandió la mente, fue el clic que necesitaba. El curso se dictó en una sedería, donde también pude conocer más sobre telas, descubrí un mundo nuevo. Me tocó confeccionar mi primer vestido de egreso, a pedido de una clienta. Me animé con miedo, pero sabiendo que tenía el respaldo de la profesora. Lo terminé y después en la misma sedería me pidieron exponerlo en la vidriera. Ese vestido fue visto por diseñadoras de San Luis, y dos me llamaron para trabajar con ellas. Di mis primeros pasos en lo que es la alta costura, y fue lo que a mí me enamoró: los vestidos de fiesta, los detalles a mano, los bordados. A los dos años de trabajar con las diseñadoras decidí independizarme, porque ya tenía mi propio trabajo que me llegaba directamente y no me daba tiempo para cumplir con todo. También empecé a incursionar dando clases de costura en la sedería, además de dar clases particulares en mi casa. Abrí mi propia página, en ese momento en Facebook, hice una sesión de fotos con las mismas egresadas para tener material para publicar. Después me sumé a Instagram y actualmente me dedico mucho a las redes.

Es una de las partes importantes de mi trabajo, estoy como Claudia Rey, Alta Costura. También me llamaron de una universidad de capacitación para dictar Diseño de Indumentaria, donde actualmente sigo dando clases. Dar clases es compartir el conocimiento que uno tiene, me permite llegar a las nuevas generaciones y también a gente mayor, alentarlos y decirles que pueden hacer algo más que ser la modista del barrio.

Tengo alumnas ya egresadas que han terminado y hoy en día tienen sus propias marcas, sus propias colecciones y hacen desfiles también. Es un orgullo para mí, es el empujón que yo no tuve.

Mi provincia me ha dado lo que nunca pensé. Mi primer desfile fue en 2018, por invitación de Vidal Rivas Fashion School, junto a la modelo Laura “Malala” Figueredo. En el último desfile compartí pasarela con el diseñador Benito Fernández. No lo hubiera imaginado jamás, fue algo muy bueno como oportunidad para los diseñadores de San Luis.

Compro mis telas en la provincia porque considero que nos tenemos que ayudar entre todos. Además de la relación comercial, ellos me llaman cuando una clienta les pide referencias y se preocupan si no tenemos trabajo. Lo mismo sucede con otros diseñadores, a nadie se le ocurriría hacer un diseño de una colega. Hay un gran respeto por el trabajo del otro. Cuando recién empezaba hacía bordados para otras modistas. Me tocó bordar el vestido de 15 de una chica, y pasando los años me tocó hacer su vestido de novia completo. Fue una de mis grandes satisfacciones ver ese paso del tiempo. Otro vestido fue el de una chica que egresaba y, al hacerle la entrevista, descubrí que era una de las pequeñas de tres años que cuidaba cuando trabajaba en una guardería.

En la pandemia los modistos fuimos quienes solucionamos la problemática de la falta de barbijos en la casa, en el barrio, en la familia. Para muchos fue un ingreso que nos permitió subsistir, por eso siempre digo que no hay que menospreciar nuestro trabajo. Mi sueño es poder tener un local en el cual pueda diseñar, exhibir y vender al público. En mis comienzos una de las personas que me incentivó mucho fue Virginia Chada, la dueña de la sedería que puso el vestido en la vidriera. Si eso no hubiera ocurrido, yo no estaría donde estoy.