Margarita…y el amor
Margarita esperó a su amor, que había partido en misión hacia el Perú. Muerto su prócer, ella también se fue de la pena, en 1826
Por José Villegas
Dicen que murió de pena, en 1826. Cuentan que, enterada del crimen del único hombre que amó y esperó, se dejó morir. Tenía sólo 36 años. De las cuatro hermanas, ella era la segunda, después de María Isabel, y antes de Melchora y Úrsula.
Sin duda fue la más rebelde, la más inquieta, la más fecunda (aunque soltera y sin hijos) de las cuatro hermanas.
Fue confidente y continente de su amiga Valeriana Villegas, la de Estancia Grande, la madre de la hija de su hermano.
También fue madrina de esa niña, nacida en 1819, pero bautizada recién tres años después, el 26 de noviembre de 1822, con el nombre de Fermina Nicasia, hija de Valeriana y Juan Pascual Pringles.
Siete años llevaba esperando a aquel hombre la Penélope criolla, la dulce y fiel Margarita. Y aunque sabía que era destino de toda mujer de prócer esperar, ni una sola noche dejó de rezar a su Dios que protegiera a aquel que le enseñó que las revoluciones son un sueño eterno y que la independencia americana bien valía hasta su propia vida.
Sin embargo, él no volvió del Perú. No pudo. Un puñal asesino se interpuso entre ella y su regreso. Por eso es que murió de pena en 1826, tan sólo unos pocos meses después de la muerte de su amado, cuando terminó de darse cuenta que los muertos no resucitan, aunque hayan sido probos, héroes, o sólo queribles.
Quizá deseó encontrarse con él en el cielo, con ese hombre al que trataba de “Usted” con admiración y respeto profundos. Quizás ese hombre, al que llamaba sólo por su apellido, la estaría esperando. Él era José Bernardo De Monteagudo.

argentino, que participó en los procesos independentistas en el Río de la Plata, Chile y Perú.