La Aldea y el Mundo

La conciencia es de los pueblos

En su libro “Mi nombre es Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia”, la premio Nobel de la Paz relató su historia, que es nada más y nada menos que la de muchos pueblos indígenas del mundo. Pero no fue la única obra que escribió: también reivindicó la vida de muchas infancias a través de “La niña de Chimel”

Por Agustina Bordigoni

“Cuando yo nací, mis padres me pusieron el nombre de mi abuela. Yo fui la sexta hija, y mis padres me llamaron “Laj M’in”, como mi abuela. Mi nombre va cambiando conmigo: Laj M’in cuando era pequeñita; Li M’in cuando todavía no alcanzo la madurez completa, o cuando todavía no llego a alguna sabiduría. Y cuando sea niña más respetada y tenga alguna sabiduría de la vida me llamarán Chuch M’in.

M’in es un nombre bonito. No está bien que yo lo diga, pero me gusta. “M’in” es una forma de decir “Domingo”, es un día tranquilo y despejado, el día de la semana en que hay fiesta. Llamarse así significa lo mejor de la vida: el sol, no tener la obligación de trabajar, el cielo azul, los juegos todo el día, un gran almuerzo en el centro, no tener preocupaciones. El domingo es un día solar, alegre, juguetón. Por eso mi carácter verdadero debería ser así. Yo me gozo mucho la vida. Me río mucho, hago muchas bromas, digo chistes, soy optimista, y creo que el bien puede vencer al mal. Es que me llamo Li M’in.

Mi padre tardó algunos días en ir a la Municipalidad a registrar mi nombre. Cuando llegó, el secretario municipal le dijo:

-¿Qué nombre le piensa poner a su hija?

-M’in.

El secretario no estaba acostumbrado a oír un nombre como ése. Arrugó el entrecejo, movió los bigotes, se ajustó las gafas y le contestó:

-Ese nombre no existe, señor Vicente -porque mi papá se llamaba Vicente.

Se pasaron toda la mañana discutiendo. “Sí existe”, decía mi papá. “No existe”, decía el secretario. Hasta que al final, con tal de cumplir con la ley, mi papá cedió.

-Muy bien. M’in no existe. Entonces, ¿qué nombre le pondremos?.

El secretario se levantó de su silla y fue a examinar el calendario, que no era de ese año, pero tenía bonitas ilustraciones y, lo que era más importante, tenía los nombres de los santos de cada día.

-Se llamará Rigoberta, porque nació el día de San Rigoberto -sentenció el secretario. Y a partir de ese momento, me llamé Rigoberta.

Mi papá regresó a la casa con la verdad de que yo había cambiado de nombre. “y ahora cómo se llama?”, le preguntaron. “Ahora se llama Rigoberta”. Todos se quedaron desconcertados”.

Rigoberta Menchú Tum y su libro “La niña de Chimel”.

Cuando el 12 de octubre de 1942 la primera invasión española llegó a territorio americano, muchas cosas cambiaron y el desconcierto reinó entre los pobladores, que veían cómo su cultura y todo lo conocido hasta el momento se destruía. 

Las consecuencias traspasaron diferentes generaciones, e incluso alcanzaron a quien hoy conocemos como Rigoberta Menchú Tum. Siglos después, los pueblos indígenas siguen sin la posibilidad de determinar su propio destino, empezando por su nombre.

El fragmento corresponde a “La niña de Chimel”, una historia que Rigoberta Menchú publicó contando esta historia mínima que se repite por mil. En parte, para conservar una historia y que no se pierda como ocurrió en 1942, y en parte para que la memoria permita avanzar hacia un futuro más equitativo.

Hace unos años, en una entrevista con La Opinión, Menchú afirmaba: “Creo que hay elementos de sabiduría ancestral que nos han dado vida… Y con ancestral no me refiero a si es maya, si es indígena, no es indígena, sino a nuestra cuna humana de muchos años, millones de años atrás, que nos ha dejado muchas enseñanzas, muchas lecciones. Yo pienso que hay muchos valores y principios que son de nosotros los humanos. La clave es que cada quien vea sus siete generaciones anteriores: ¿quiénes eran sus abuelos? ¿Quiénes eran sus abuelas? ¿Cómo se llamaban? ¿Cuáles eran las sabidurías que nos transmitieron?”.

Así, continúa, “tendríamos una conexión muy profunda con el pasado, que es lo que hacemos los pueblos indígenas. Entonces, pienso que la humanidad tiene que ser consciente de sí misma. 

Yo he recorrido el mundo y más de algún aprendizaje traje. Sea porque sufrí, porque también para nosotros el sufrimiento es una escuela de vida. 

Doy gracias a mis ancestros por lo que he sufrido, porque eso me dio lección para aprender algo que yo no voy a perder”.