Cállate que me desesperas
Por Agustina Bordigoni
Kiko, el niño de cachetes prominentes, amigo del Chavo del 8 y de la Chilindrina, ya no es lo que era. Sus modos siguen siendo los de ese pequeño un tanto egoísta, caprichoso y llorón, pero esta vez pretende hablar de un tema serio.
Contratado por la embajada de los Estados Unidos en México, Carlos Villagrán volvió a ponerse el traje de marinero y a representar al personaje en un contexto muy diferente del que acostumbraba a hacerlo. En esta oportunidad, en vez de presumir una torta de jamón, una golosina o un juguete frente a un niño más pobre que él, instó a las personas migrantes a “cruzar legal” las fronteras que dividen ambos países y a “no poner en peligro” a su familia en el trayecto.
Así, y aprovechando la popularidad de un niño que, en el fondo, parecía bueno, el discurso que criminaliza a las personas migrantes vuelve a reproducirse sin mucha novedad. Salvo que en esta oportunidad el tono paternalista se hace más evidente, cuando lo que chocan son camiones de juguete en un escenario de circo.
Y el tema es serio, claro, porque de acuerdo con los últimos datos de Naciones Unidas, más de 110 millones de personas se vieron obligadas a abandonar sus países de origen por serias violaciones a sus derechos más básicos. Garantías que, además, no se cumplen tampoco en los países de tránsito o destino.
Un peligro en potencia
“Hola cuates, primero que nada ya cállense, cállense, cállense que me desesperan. Tengo algo importante que decirles: no crucen la frontera de los Estados Unidos, porque puede estar en peligro tu papá, tu mamá, tu tío, el perro, el gato, el perico, todo el mundo”, dice Kiko en uno de los videos publicitarios. “Mejor, cruza legal. Anda, di que sí, qué te cuesta. Y si lo haces, sí me simpatizas”.
Los términos ilegal o clandestino son regularmente utilizados en los medios de comunicación para referirse a este tema. “Migrantes ilegales”, “indocumentados” o “clandestinos” a menudo aparecen en los titulares de los diarios. Sin embargo, la palabra ilegal parte de una imposibilidad semántica: la persona nunca es ilegal, tal calificativo no se puede aplicar al ser humano.
Además, el término es utilizado para referirse a personas que están en una situación de irregularidad o informalidad administrativa, no delictiva. De similares resonancias es el término clandestino, que refuerza la idea de que el inmigrante es “propenso a eludir o a transgredir las leyes establecidas”, y por lo tanto puede constituir una amenaza.
También es frecuente leer palabras como desesperación, oleada, avalancha, aluvión, así como otras relacionadas con cuestiones bélicas o violentas como “asalto”. Todas estos términos tienden a mostrar a las personas migrantes como un peligro potencial, porque en definitiva están dispuestas a lo que sea para permanecer en el país de destino.
Ser “legal” de un Estado
Pero, ¿de dónde viene esta idea de “amenaza”? Para entenderla debemos remontarnos al origen de nuestros propios Estados-nación y a nuestra incorporación como población dentro de este esquema.
Si bien las migraciones anteceden –por mucho–, la existencia de los Estados, se presentan como la novedad y una crisis sin precedentes. Entendiendo al Estado-nación como una organización compuesta por un territorio, un gobierno y un pueblo, resulta importante resaltar que es este último (el pueblo) el componente más difícil de definir.
La nación de ese Estado, en teoría, está conformada por un conjunto de personas que tienen un lenguaje, creencias, costumbres y características similares. Sin embargo, dentro de un Estado pueden existir múltiples nacionalidades, y por lo tanto características, culturas y lenguajes diferentes.
Propia de esa definición de población es la diferenciación entre el pueblo de ese Estado (nosotros) y los demás (ellos) y, desde esta lógica, la presencia del migrante es una presencia ilegítima o al menos provisoria: una presencia que tiene que ser legitimada.
Esa lógica de Estado-nación es la que permea todo: nuestra visión del tema, la narrativa de los medios de comunicación, los imaginarios sociales, las políticas migratorias y la respuesta del Estado (en la mayoría de los casos, desde un enfoque basado en la seguridad).
En esas condiciones, los términos “ilegal” y “clandestino” encajan en la concepción de “ellos”, los “extranjeros” que, por el simple hecho circunstancial de no haber nacido en un territorio determinado, no forman parte de esa nación.
La responsabilidad de cruzar esos límites territoriales parece ser, entonces, exclusiva de la persona que se ve obligada a hacerlo, que es la encargada además de justificar cada paso.
Una crisis de gobernabilidad
En los videos patrocinados por el Gobierno de los Estados Unidos las culpas están bien definidas. Por un lado, quienes “deciden” migrar por caminos irregulares son, en palabras de Kiko, culpables de lo que pueda sucederles a sus seres queridos, perico incluido. Porque, en definitiva, ¿qué les cuesta?
Como segundos responsables están los que se aprovechan en el trayecto. “Todos quedaron destrozados, hay que llamar a la ambulancia… La chusma de los coyotes siempre te deja tirado. Es mejor decirles que se larguen, que se vayan. Lárgate, lárgate, lárgate que me desesperas”, dice Kiko mientras estrella un camión -que se supone tiene personas migrantes dentro- y hace llegar una ambulancia de juguete.
La realidad, sin embargo, es bastante más cruel que un juego. El 28 de junio de 2022, 53 personas murieron de calor y de sed en un camión que abandonaron los “coyotes” en Texas, camino a los Estados Unidos. En esa oportunidad, la realidad se convirtió en noticia, aunque hay muchos casos más.
“¡Atención! Si un coyote te quiere convencer para cruzar a los Estados Unidos tú dile: ‘lárgate, lárgate, lárgate que me desesperas’. Y eso sí, sal de volada y no te acerques a él, comunícale a todo el mundo. Además, cruza legal a los Estados Unidos”, vuelve a remarcar el emblemático personaje del Chavo.
En el medio, nada aparece sobre la responsabilidad de los Estados que impulsan políticas migratorias cada vez más restrictivas y basadas en la idea de la seguridad como respuesta a esa potencial amenaza.
Políticas que en los últimos años han obligado a miles de personas a emprender caminos cada vez más peligrosos como el tapón del Darién, que cruzaron más de 400 mil personas en lo que va del año, o el Mediterráneo, en donde se calcula que han muerto más de 2500 en ese mismo periodo.
Mientras tanto, los Estados comprometidos en un pacto para garantizar una migración “ordenada, segura y regular”, a simple vista, no lo están logrando. Y, mucho menos, que además de ordenada, segura y regular, sea voluntaria.
En cambio, invierten en publicidades que intentan desalentar un desplazamiento que ellos mismos promueven. Figuras queridas como Carlos Villagrán o su personaje Kiko resultan funcionales para perpetuar formas de ver el mundo y de responder a estas realidades con poca seriedad, pero con gravísimas consecuencias.
Una población que no representa más del 4% del total de la humanidad no debería convertirse en un problema difícil de gestionar para el 96% restante.