La Aldea Antigua, La Aldea y el Mundo

La existencia de Camus

La Opinión-La Voz del Sud

El libro “La peste”, que el autor Albert Camus publicó en 1947, se convirtió en el más vendido de Argentina durante la pandemia. El novelista y dramaturgo nació en Mondovi, Argelia, el 6 de noviembre de 1913, y murió en París en 1960, pero dejó un legado que duró más de un siglo.

Si bien publicó obras como “Bodas”, en 1939, no fue hasta 1942 que comenzó a ser reconocido por la publicación de su novela “El extranjero”. Una vez mudado a París, en 1940, la obra que hacía referencia a su lugar de origen. Tanto esa obra como “El mito Sísifo” fueron las que lo catalogarían como uno de los exponentes principales del existencialismo, una de las corrientes filosóficas que más influyó en el pensamiento contemporáneo y la historia de la psicología.

Para Camus, los seres humanos desarrollan, desde el comienzo de sus vidas, un sentimiento de propósito muy fuerte que los identifica. Las personas, para él, desarrollan esa concepción de manera natural y sin necesidad de ninguna enseñanza: la vida tiene un objetivo más allá del de vivir.

Sin embargo, para él, el sentido de la vida no tenía ningún sentido.  Por lo tanto, la vida era, en definitiva, parte de una gran contradicción: creemos que nuestras vidas tienen sentido, pero esto no es así. Descubrirlo genera mucha frustración y aparece entonces la crisis existencial, que genera mucho malestar. Superar esas contradicciones pasa a ser, entonces, el verdadero sentido de la vida: aceptar el vacío de sentido podría ayudar a completarlo.

El personaje de “El extranjero” materializa estas ideas.

Camus también fue militante. Durante la Segunda Guerra Mundial lo hizo en la Resistencia, y contribuyó a fundar el periódico clandestino Combat.

En cuanto a “La peste”, su aparición fue un tanto disruptiva. Allí, el absurdo y la contradicción le dan paso la idea de solidaridad y resistencia de la humanidad. Algo muy parecido a lo que pasó, salvando las distancias, con el coronavirus y las cuarentenas impuestas alrededor de casi todo el mundo.

Otros escritos como “El hombre en rebeldía”, “La caída” y “El exilio y el reino”, completaron el gran legado de un hombre que reflexionó sobre la existencia misma del hombre, pero sobre todo de la suya.

¿Camus le habrá encontrado sentido su vida? Tal vez él no, pero años de historia lo trajeron de nuevo a la eterna pregunta del ser humano, con lo cual ya hizo algo por la humanidad.

Libro “El extranjero”, de Albert Camus

El extranjero, de Albert Camus

1942 (Fragmento)

Estaba solo. Reposaba sobre la espalda, con las manos bajo la nuca, la frente en la sombra de la roca, todo el cuerpo al sol. El albornoz humeaba en el calor. Quedé un poco sorprendido. Para mí era un asunto concluido y había llegado allí sin pensarlo.

No bien me vio, se incorporó un poco y puso la mano en el bolsillo. Yo, naturalmente empuñé el revólver de Raimundo en mi chaqueta. Entonces se dejó caer de nuevo hacia atrás, pero sin retirar la mano del bolsillo. Estaba bastante lejos de él, a una decena de metros. Adivinaba su mirada por instantes entre los párpados entornados. Pero más a menudo su imagen danzaba delante de mis ojos en el aire inflamado. El ruido de las olas parecía aun más perezoso, más inmóvil que a mediodía. Era el mismo sol, la misma luz sobre la misma arena que se prolongaba aquí. Hacía ya dos horas que el día no avanzaba, dos horas que había echado el ancla en un océano de metal hirviente. En el horizonte pasó un pequeño navío y hube de adivinar de reojo la mancha oscura porque no había cesado de mirar al árabe.

Pensé que me bastaba dar media vuelta y todo quedaría concluido. Pero toda una playa vibrante de sol apretábase detrás de mí. Di algunos pasos hacia el manantial. El árabe no se movió. A pesar de todo, estaba todavía bastante lejos. Parecía reírse, quizá por el efecto de las sombras sobre el rostro. Esperé. El ardor del sol me llegaba hasta las mejillas y sentí las gotas de sudor amontonárseme en las cejas. Era el mismo sol del día en que había enterrado a mamá y, como entonces, sobre todo me dolían la frente y todas las venas juntas bajo la piel. Impelido por este ardor que no podía soportar más, hice un movimiento hacia adelante. Sabía que era estúpido, que no iba a librarme del sol desplazándome un paso.