Expresiones de la Aldea

El relojero prodigioso

Martín Ernesto Troncoso

Ucronio dio cuerda a un Girard Perregaux, circa años cincuenta.  Era un reloj valioso de colección, pero ni por asomo la pieza más vieja que llegó a su milenario emprendimiento. Experto en el arte de la sincronización, cualquier forma de medir el tiempo se le antojaba conocida y dominaba a la perfección, incluso los horómetros de sol, que sabía poner en hora aún a costa de forzar movimientos astrales y planetas alineados. Imperios cayeron por su pasión laboral y fueron más aún las cabezas de oráculos desconcertados que rodaron.

A no confundir entonces, su negocio no eran los relojes, aunque suministraban su mayor sustento, sino el mismísimo tiempo, que manejaba con sapiencia y la paciencia, que el mismo material con que trabajaba, se encargaba de proveerlo.

Tal como uno puede imaginar a Deméter como una laboriosa panadera, si hubiera que insertarla en un rubro banal, los poderes de Ucronio eran tales que sus escasos asistentes dudaron de su humanidad, suponían a un ser divino encarnado en ese cuerpo enjuto que, a pesar de denotar muchos años, nadie jamás lo vio envejecer ni un minuto.

El relojero no era solo experto en máquinas, manejaba nociones del tiempo que otros mortales siquiera podían intuir. Era así que consideraba al segundo como la unidad mínima de cualquier acción racional de corte humano. Ciertamente hay acciones que los hombres suelen realizar en menor tiempo, como el tranco en los cien metros llanos o el latir de un corazón taquicárdico, aunque se trate de una acción refleja. Terco como una mula, aplicó fracciones a tal efecto y descartaba el valor de lo infinitesimal, no así a su resultado conjunto, que siempre concluía en una cifra racional. De esta forma, el más mínimo suspiro, adquiría recién valor cuando significaba un lamento.

El marajá Aliashae Almufrit llegó desde muy lejos hasta su puerta, conociendo sus prodigios. La misión era tan vital que no envió a visir alguno. Se apersonó frente al humilde relojero para encargarle una pieza única en el mundo; un reloj similar a los de arena, pero construido en base a oro en polvo. Un kilo exactamente. Supuso que de esta manera tendría la certeza de una vida pródiga en lujos y los poderes que el dinero conlleva. Algo de razón tenía, pero su plan poseía groseros errores. El oro era mucho más pesado que las finas moliendas de las playas y el peso exigido exacerbaba el peso acelerando la caída. Los infortunados resultados se vieron unos años más tarde, cuando luego de obscenas orgías e interminables bacanales, el tirano fue dado por muerto. Como su final temprano no estaba en el Plan Original, su guardia más fiel cerró el contrato con el tiempo, decapitándolo de cuajo. Alá no tiene contemplaciones con quien desoye su mandato, pero en el caso del Marajá Almufrit y el nuevo héroe de su pueblo, se permitió una excepción, considerando que el muy tunante tenía merecido su destino.

Suponer que su severidad en el trabajo, lo eximía de la piedad, es un error tan común como craso. Dulces ancianas asistían a cambiar las pilas de sus temporizadores pulsera. Ucronio lo hacía con gusto, cobraba bastante barato y disfrutaba hasta la más nimia de sus labores pues, al fin y al cabo, en eso consistía su rol de relojero. A los ruines y ventajeros les cobraba mucho más caro por hacerles perder el tiempo, que era justo lo que intentaban ahorrar, por medio de esa falacia, la premisa bastarda que reza “el tiempo es dinero”

A quienes merecían más tiempo para compartir con sus afectos, como quien no quiere la cosa, les insertaba baterías con porciones de eternidad, material bastante escaso en el mundo de los mortales. De esta forma se aseguraban unos cuantos buenos ciclos más, aunque equivocar proporciones podía producir más de un dolor de cabeza, cuando no un cruel espanto. Morir a destiempo puede resultar fatal, al igual que tomar demasiada distancia de un amor ido hace ya bastante. Para enmendar tales fallas, solía abandonar el local colocando un cartel que aseguraba “Enseguida vuelvo”. 

Si bien era un hombre de palabra, el tiempo es tan relativo, sobre todo para los inmortales, que el lapso de espera, podía prolongarse décadas. A tal efecto, podemos certificar con certeza, según actas municipales que, durante todo el período de entreguerras, Ucronio mantuvo su negocio cerrado hasta que el letrero se volvió amarillento.

Los conflictos bélicos eran períodos de excesiva demanda laboral por eso la debacle europea de los cuarenta lo mantuvo exigido a destajo. Roeles nuevos dejaban de funcionar, instrumentos vetustos seguían andando, aunque no lo merecían. Los familiares de los soldados acudían más a Ucronio que al Consejo de Guerra. Su información era más confiable, fidedigna y manejaba elementos rituales que precisaban con certeza si el pobre infortunado estaba muerto o púnicamente perdido tras una infernal batalla que desquiciaba hasta a los más curtidos. Los metrónomos de mano con una bala en el medio eran indicio firme y obvio que su poseedor había pasado a mejor vida en una época que el Más Allá no tenía que esforzarse mucho para lograr mejores condiciones que esta.

“El Relojero”, por Remedios Varo – Pintura Surrealista.

Hay relojes tan descomunales como inútiles. Uno de ellos marca los tiempos que no existieron y solo admiten en su interior posibilidades descartadas. Es de patente propia y por ese motivo a las historias no ocurridas se denominan en su honor, ucronías. Un merecido homenaje.Un cronómetro pulsera y digital solo se encarga de los tiempos muertos.  Se llena constantemente de sucesos intrascendentes y de escasísimas emociones que apenas merecen la fría complexión del Led o del ya demodé cuarzo.

Los relojes de péndulo poseen un secreto escabroso. Tomaron su inspiración del vaivén de los ahorcados. No es casualidad que estén recubiertos de lustrosos mobiliarios basados en ataúdes, aunque apenas un poco menos angulosos.El temporalizador en reversa, solo inducía a la angustia, por ese motivo fue un fracaso. Los asientos de la empresa encontraron un único comprador, un tal señor Valdemar que exigió detener su reloj biológico en el exacto segundo previo a su propia muerte. Los testigos aseguran que el infortunado sufrió un destino peor que la crepitud y adelantar ese instante fue una de las decisiones más traumáticas de su larguísima existencia.

Detener para siempre un reloj es misión harto sencilla, basta con un buen martillo u otro objeto contundente. El resultado de esta acción es siempre lamentable, un desparramo de vidrios, piezas y cuadrantes. La violencia del final compromete incluso las horas que allí se cobijaron y todo lo ocurrido hasta el fatídico instante de la destrucción, se siente vano. Ucronio, por fortuna es mucho más sutil.  Suele aceitar con ternura los engranajes para luego si, embadurnarlos con pegamento. A ese momento de funcionamiento óptimo, previo a la acción del cemento, el vulgo suele denominaron, la mejoría de los muertos y es más común de lo que parece.

Cabe preguntarse si el relojero tiene su propio reloj.  La respuesta es afirmativa y no sólo eso. Pues allí se encuentra el secreto de su alquimia. La malla está formada por labradísimas venas y capilares, un trabajo de joyería perfecta. Los números y sus particiones están tatuados en piel humana en intrincada tipografía gótica. Las manecillas, sólidas y delicadas fueron confeccionadas sobre huesos y cartílagos. Su funcionamiento no es convencional.

La aguja menor, acaso la más importante e individual, nunca se mueve ni un ápice, de allí su condición de imperecedero.  El minutero marcha hacia delante con más prisa que la sincronía mundial, no respeta ningún huso horario, ni el meridiano de Greenwich. Su celeridad le permite adelantarse a los acontecimientos y por ese motivo pareciera tener el don de la clarividencia, aunque tan solo es un sujeto adelantado a su tiempo.

El segundero, siempre inquieto, marcha en reversa, hete aquí el motivo por el cual sus recuerdos siempre se amplían en prodigiosa memoria de exponencial crecimiento.  La combinación de esa triada sorprendente, da por resultado la ilusión de eternidad, pero nunca hay que confiarse y Ucronio lo sabe muy bien. La humildad es fundamental para continuar con vida, pues un instante puede albergar eones, así como la vida más longeva es pasible de ser resumida en apenas un par de oraciones.

El poder de Ucronio es superior al del resto de los humanos, pero apenas chucherías y fuegos artificiales ante la imponencia de Cronos quien a su vez sucumbe con facilidad ante Tánatos, si bien se sospecha que son socios de una de las jugadas más arteras del mundo de los divinos, que incide con fatalidad en el devenir de los mortales.

Ucronio nunca ceja en su empeño por fabricar la relojería más perfecta, aquella imperecedera que finalmente desemboque en la eternidad. Mientras tanto, hará todo lo posible para dejar su huella y su sello de talento indiscutible en los relojes, panteones materiales, portátiles y prácticos, donde los hombres suelen sepultar sus propias épocas.