La Aldea Antigua, La Aldea y el Mundo, San Luis

Anónimos pilares de grandeza

Martín Cabanes

Con errores y aciertos de interpretación moderna, todos han escuchado hablar sobre los grandes faraones como Ramsés II, Keops, Cleopatra, Nefertiti o Akhenatón; colosales y espléndidos monumentos certifican su paso por la Tierra. Pero, ¿qué hay de los trabajadores que los erigieron? ¿Podrían rescatarse del olvido las voces del pueblo llano? Y aún más, ¿qué aspectos en común existen entre esos ancestros y la gente actual? Las vivencias cobran vida a través de hogares, tumbas, cartas, y sus huellas en el mundo.

Fe
La civilización egipcia se desarrolló y moldeó por más de tres milenios casi ininterrumpidamente, ostentando el récord de ser la más longeva de toda la historia de la humanidad. Tomando como ejemplo los actuales países latinoamericanos, desde sus independencias, ninguno cubre un 10% de la cronología egipcia. Se dice que el reinado de Cleopatra está más cerca en el tiempo de un McDonald’s que de los templos más antiguos o pirámides. Realidades y personas fueron, como en cualquier época y sociedad, influenciadas por los tiempos que tocaron vivir. Sin embargo, hay un elemento característico a lo largo de esta extensísima línea de tiempo: su fe; aunque no la fe como se la entiende actualmente. El historiador griego Heródoto visitó Egipto en el siglo V a.C. y calificó la cultura egipcia como “la más religiosa de cuantas hay en el mundo”, pero el egipcio no la practicaba, y durante siglos, siquiera tuvo un concepto para “religión”; seguía una filosofía de vida aplicada al día a día, más allá del templo, basada en respetar el orden cósmico. Hay nombres que aún resuenan: Isis, Osiris, Amón-Ra, etc., tanto el campesino como el visir, el médico como el sacerdote, celebraban las fechas religiosas oficiales, como lo es hoy navidad o hanukkah, las pequeñas urbes, además, crearon sus deidades menores. Tal es el caso de Bes o su contraparte femenina Beset que ahuyentaba malas energías del hogar o que garantizaba un parto exitoso y respetuoso a las embarazadas. Nunca se dudó del “Más Allá”, se escribía a los difuntos igual que en vida: “Estuve contigo cuando estaba llevando a cabo todo tipo de oficio. Estuve contigo y no te divorcié. No hice que tu corazón se entristezca. Lo hice cuando era joven y cuando estaba llevando a cabo todo tipo de oficios importantes para faraón, la vida, la prosperidad, la salud, diciendo: “Ella siempre ha estado conmigo, ¡así dije!”. En la carta, datada del “Imperio Nuevo” este marido le recuerda a su difunta esposa que fue fiel y leal antes de pedirle ayuda con un problema. Resulta destacable que la mayoría sabía leer y escribir, gran logro incluso para estándares actuales.

Comunidades
Las ciudades egipcias, en esa época las más grandes del mundo, reunían toda multiplicidad social, clases cuyas diferencias se angostaban aún más durante los períodos de mayor prosperidad.
Para conocer al egipcio común hay que trasladarse al suburbio. Es casi audible el bullicioso ambiente de trabajadores yendo a las obras o regresando a casa por callejuelas, puede imaginarse el olor a pan recién horneado y quizás tomar una buena cerveza jugando a Senet, en comunidades obreras como Pardemi o “La Villa”.
Había espacio para el arte. Así se expresaba un poeta anónimo: “Ella no tiene rival, no hay nadie como ella / Ella es la más bella de todas / Ella es como una estrella que surge / Ella me ha robado el corazón con su abrazo (…)”
En la obra que representaría a Akhenatón, el escultor Tutmés y sus discípulos trabajan en una nueva forma de estatuaria, más orgánica, instaurando cánones artísticos. Al contrario de lo que se pensaba, la esclavitud como tal no existía en Egipto. De hecho, la evidencia muestra otra realidad. Los trabajadores percibían salarios, estos constaban en recibos y además recibían asistencia médica, comida y bebida durante los descansos. Las comunidades almacenaban excedentes en graneros comunitarios, por eso, cada ciudadano recibía su ración cuidadosamente contabilizada por escribas. Un egipcio ambicioso, al margen de su género, podía escalar jerárquicamente si contaba con la formación y vocación suficientes. Amenhotep, nacido hacia el 1418 a.C., inició como escriba y fue acumulando títulos por mérito propio; alcanzó el cargo de visir, el escalafón más alto después del faraón. Nunca renegó de sus orígenes humildes, apareciendo casi siempre documentado como Amenhotep, hijo de Hapu.


Fuentes complementarias:
“El arte egipcio” – Sergio Donadoni
“Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto” – Luis Gonzáles Gonzáles