La Aldea y el Mundo, San Luis

Experiencias de integración por el cambio cultural

Especial para La Opinión – Por Belén Cangiano

Lo invito a leer mi historia basada en hechos reales que más o menos muestran cómo a pesar de tener un plan, la vida nos lleva para donde ella quiera. Antes de comenzar, quiero aclarar que esta es una historia de vivencias personales llenas de subjetividades con las que puede estar de acuerdo o no.

Me llamo Belén, tengo 26 años y desde hace más de 4 años que dejé mi vida en San Luis – sin saber que lo hacía. En 2019, trabajando muy felizmente como profesora de inglés y de italiano en distintas instituciones de la provincia – y quizás profe de algún lector – apliqué a un Programa de Asistente de Idioma en el Reino Unido. Sin expectativas, una mañana de trabajo recibí un email detallando que había sido una de las personas seleccionadas.

Llegué a Inglaterra esperando vivir una vida de calma y disfrute pero al comienzo fue muy difícil. Estudié inglés y cultura inglesa desde pequeña pero aun así, llegar fue como recibir una cachetada de realidad. Me costaba entender, hablar, hacer trámites, entender como funcionaba el sistema, adaptarme y pertenecer a la cultura, vivir por primera vez sola – y en realidad no completamente sola porque solo podía costear una habitación en una casa a compartir… Aun así, mis semanas de adaptación, me enseñaron mucho, ante todo, a tener paciencia y a encontrar soluciones.

Viví en Reading, Inglaterra y trabajé part- time como Asistente de Español, actividad que consistía en brindar apoyo para desarrollar la habilidad oral de los estudiantes ingleses. Esto me permitió tener tiempo para recorrer localmente ciudades como Londres, Oxford, Brighton o Manchester durante alguna escapada de fin de semana. Sin embargo, como las vacaciones están distribuidas de otra manera (2 semanas en otoño, 2 en invierno, 2 en primavera, 6 en verano), pude viajar a otros países, debido a la facilidad de traslado, las cortas distancias y los precios accesibles.
Me fui a Inglaterra sabiendo y avisándole a todos que no se preocuparan ni me extrañaran porque solo me iba por 9 meses (un año académico) y me volvía. Si se detienen un poco en la fecha, se darán cuenta que me tocó vivir la pandemia del COVID en el extranjero. Y si bien, me encerró por un tiempo, también me abrió puertas. La escuela donde trabajaba como asistente me ofreció una renovación de contrato porque no podía volver a mi casa y porque les había gustado mi forma de enseñar. Los 9 meses se convirtieron en 2 años y medio. Nunca más tome una despedida a la ligera.

Castle Combe, Inglaterra.

Ya era tiempo de volver a casa y también de pensar en el ‘después’. Cuando uno se da cuenta de que puede elegir, se abre un mundo infinito de posibilidades… y de dudas. Estaba trabajando en dos de las mejores 10 escuelas de Inglaterra. Obtener excelentes resultados era lo esperado. Enseñaba un programa super estructurado y exigente para que mis alumnos pasaran exámenes. Estaba habilitada a enseñar pero como mi título no podía ser homologado, mi salario era mucho menor que el de un profesor con estudios europeos. Personalmente quería seguir viajando, pero no me llenaba más mi trabajo como docente.

Decidí buscar otro trabajo. El proceso me enseñó que más allá de mi título, yo tenía habilidades que podían ser aplicadas en cualquier otro lado. Así es como terminé formando parte del departamento de ventas en una empresa que ofrecía un software – más específicamente una plataforma de video –. Por medio de este trabajo, tuve la oportunidad, no solo de aprender el oficio sino de conocer mucha gente en todo el mundo, quienes curiosos de mi acento y mi nacionalidad, siempre que decía ‘Argentina’, despertaba una sonrisa que escondía el afecto que el mundo siente por nosotros.

Hasta el día de hoy he viajado a 25 países y muchas más ciudades, de las cuales perdí la cuenta. Algunas han sido más inolvidables que otras… Londres siempre fue mágica por sus barrios, sus mercados y sus parques que muestran un pedacito de todo el mundo; la Isla de Skye en Escocia, con su impresionante naturaleza salvaje; Auschwitz te pone la piel de gallina desde la entrada cuando le explican a uno que los caminos de tierra por los que uno camina contienen las cenizas de miles de personas allí ejecutadas; Barcelona se enorgullece del sol, la arquitectura modernista y su gente alegre; Ámsterdam muestra una postal del desorden poético de bicicletas que se mueven entre las vitrinas de personas que ejercen la prostitución legalmente (y con derechos que las protegen) y -en mayor medida- turistas que buscan experimentar con lo que es ilegal en sus tierras; Copenhague, una ciudad colorida, limpia y ordenada, que apuesta a la energía sustentable; la pequeña Bratislava que sorprende para bien con toda su historia y gastronomía; Valensole y sus infinitos campos de lavanda; y cómo olvidarme de la bella Florencia que es un museo de arte a cielo abierto y que me vendió el helado de mandarina más rico que comí en mi vida – no menciono el de limón porque el mejor lo hace mi mamá.

Hubo otras ciudades en las que no disfruté mucho como en Berlín, ya que -al menos conmigo- la gente no estuvo dispuesta a ayudarme porque no hablaba alemán aun así cuando estaba sola y había perdido mi tarjeta o porque sentí que lo único que podía ver eran monumentos que ofrecían disculpas por la 2da Guerra Mundial; o Estocolmo porque fui a la mitad del otoño y los días eran muy cortos y fríos – algo que yo no aguantaba.

Siempre me preguntan cuál ha sido el lugar que más me ha gustado, y yo siempre digo ‘depende para qué’ – para vivir, para visitar, para trabajar. También me preguntan si vale la pena emigrar. Y siempre volveremos al ‘todo depende’. Ningún lugar es perfecto ni ofrece prosperidad absoluta, todo dependerá de lo que uno busca. A modo de ejemplo, hace poco dejé Inglaterra para mudarme a Francia, pero esta vez acompañada. De todas maneras, me detengo, porque aquí comienza otra historia… que continuará y cambiará tantas veces como la vida lo requiera.