De méritos y puntos de partida
Le invito a realizar un ejercicio de analogía. Supongamos que usted debe empujar con la mano tres bolas de vidrio hacia adelante y medir a qué distancia llegó cada una. Seguramente, le estaría faltando información importante para medir aquella distancia a la que llegó cada bola, ¿desde qué punto de partida salió cada bola? ¿cuál fue el camino que tomó cada una? ¿había relieves que podrían obstáculo en el terreno transitado por cada bola? Todo esto pudo ocasionar que las bolas hayan llegado más cerca o más lejos, e incluso que hayan alcanzado distancias similares, pero en distintos tiempos. Sin lugar a duda, si usted quisiera saber qué distancia recorrió cada bola, la situación sería más compleja que solamente observar a donde llegó cada una, y requeriría considerar varias cuestiones. De este modo, cuando se intenta medir a las personas por sus méritos, es decir por aquello a lo que llegaron en forma de logros o talentos, caemos en el concepto engañoso de la meritocracia. Esto último porque, al igual que las bolas y la distancia a la que llegan, las personas no partimos desde los mismos puntos de inicio siempre y estamos atravesadas por circunstancias económicas, sociales y de poder que pueden generar obstáculos en nuestros recorridos. La meritocracia premia y recompensa al individuo, colocando una vara injusta sobre las personas a las que intenta medir, sin tener presente además que las personas formamos redes en nuestros trabajos, en nuestros estudios, en fin: en nuestros entornos.
La escalera de la fortuna, pub. por Currier e Ives, Nueva York, 1875.
De esta forma, nuestros logros son siempre producto, en mayor o en menor medida, de todas estas interacciones. Una sociedad en donde el tratamiento de las personas se da en relación con sus méritos, y que premie según estos, conduce a la perpetuación de un mecanismo de desigualdad que el propio sistema está obviando desde el inicio. La palabra clave en el análisis de esta situación es la complejidad, pues deberíamos saber a estas alturas que las personas no somos seres individuales y homogéneos que han vivido trayectorias similares. Con hambre, ¿se puede pensar?, con violencia, ¿se puede tener metas?, con menos oportunidades ¿podemos llegar a los mismos logros que quienes tuvieron más?… Más allá de que seguramente exista la superación en las personas, es muy difícil que se trate de una acción individual. ¿Qué alternativa tenemos? Actuar considerando siempre las circunstancias, garantizar la igualdad de puntos de partida, tratar de suavizar aquellos relieves en forma de oportunidades y, por consiguiente, tener presente que vivimos en sociedad y comunidad, y esto implica que nadie se salva solo.
Solo existe la meritocracia en igualdad de condiciones. Todo lo demás se vuelve una desigualdad programada.