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Fernando Samalea: “Sigo viviendo infinidad de aventuras muy lindas”

Por Polaco Altavilla

Las rutas argentinas y Fernando Samalea mantienen una comunión que se concretó en colectivos de gira, en autos o motos, y vuelven a conectar cada tanto, sea para ir a conciertos o dar charlas temáticas musicales.
Es que el CV de este compositor, baterista y bandoneonista contiene una decena de discos solistas, y en sus comienzos, aunque nunca se lo propuso -porque no es clarividente-, estuvo bien conectado. Repiqueteaba en los parches de Clap (con Diego Frenkel), Metrópoli (Ulises Butrón) y Fricción, de los novatos Richard Coleman y Gustavo Cerati, con quienes se juntaría décadas después como batero del exlíder de Soda Stereo (hasta el concierto en Caracas, la última foto del cantante es una grupal y la sacó él).
Colaboró en discos y en vivo con los Illya Kuryaki, Bandalos Chinos, Willy Crook, el Negro García López, Juanse, Melingo, y sonó en otras latitudes con Joaquín Sabina, Tony Levin (stickista de Peter Gabriel), Luciano Supervielle, el cantautor y símbolo de la chanson française Benjamin Biolay, y se codeó con la realeza rockera argenta desde Andrés Calamaro, Spinetta, Hilda Lizarazu, Fabi Cantilo, Fito Páez, María Gabriela Epumer, el Zorrito Quintiero, al Rey Palito Ortega, y desde 1985 es un Aliado Say No More fiel a los caprichos (que son ley) de Charly García (quien le escribía en dedicatorias: “Zamalea”)
En comunicación con Sama, porque siempre hay una ocasión para dialogar con el baterista más mentado del país, el entretenedor se reunía en Buenos Aires con gente interesada en anécdotas y vivencias musicales, y por el éter de Lafinur FM mantuvimos contacto porque la excusa fue la visita del intrépido nómade, a bordo de “La Idílica”, su motocicleta BMW GS650, cuando pasó por el Centro Cultural José La Vía y dio un taller, y horas más tarde dio cátedra en All Right con músicos puntanos.
“Inolvidable”, sintetizó Sama aquella experiencia. “Con Esteban (Ledger), mi amigo de la infancia, armamos esa movida y como es un emprendimiento que hago para darme el gusto, es muy fácil lograrlo, me ayudan las municipalidades con los viáticos y viajo ad honorem”, resaltó Fernando de su modus operandi. “Es completamente nutritivo compartir con gente que esté en la música, o no, y quieran acercarse a charlar informalmente, no son conferencias ni mucho menos”, aclaró, y agregó: “También con esas zapadas inolvidables que se dan con músicos locales, es la manera de entender la esencia de cada lugar y para mí siempre es un aprendizaje”.
“No son talleres, nunca entré en ese lugar de maestro: son charlas informales. Desde mi lugar nunca hay una cuestión académica por hablar o nada, simplemente es compartir palabras, conversaciones”. Así recordaba aquella jornada en ronda, en voz clara y sin micrófono. “Es compartir ese momento íntimo y privado, porque puedo transmitir. Quizás no tenga mucho sentido porque cada encuentro es completamente diferente y tiene que ver con quienes participen. Es una charla que no tiene mucho sentido mostrarla y me gusta eso, que sea efímero, que dura un par de horas hermosas, se charla todo y queda ahí en el recuerdo. Siempre me llevo los mejores recuerdos”.


Como si fuera un diario íntimo, con todas esas estrellas y muchas más, escribió la biografía que cualquier artista desearía, sino haberla protagonizado, al menos presenciarla, en la trilogía Qué Es Un Longplay (2015), Mientras Otros Duermen (2017) y Nunca Es Demasiado (2019), experiencias artísticas de tocar en garitos bonaerenses a pisar los grandes estadios, en sus viajes por provincias argentinas, y claro, después recorrer el mundo.
“Me di la chance de haberlo vivido y de revivirlo simbólicamente al escribirlo, es psicológicamente muy sanador. Me encantó volver a pasar por todos los lugares, hice una cosa muy, por mística, no necesaria, no indispensable, pero que ayuda, que es escribir mayormente en los lugares que ocurrió. Por ejemplo, si estoy hablando sobre un disco, pedía a la gente del estudio en la actualidad ir y quedarme un rato, sentarme en el piso y escribir con la computadora, o ir con la moto y sentarme en los cordones de las veredas para describir bien todos los lugares, que en muchos casos están iguales que en esos años, para encontrar la esencia de, no solamente de las personas con las cuales compartí cada situación que cuento, sino embeberme del propio lugar, es algo muy lindo. Es una forma de agradecimiento porque llevo una vida muy privilegiada, sigo viviendo infinidad de aventuras muy lindas por todo el mundo, viajando, grabando, tocando en conciertos, es como agradecer y tomarlo con humor, porque mis libros están escritos con mucho humor”.
Además de la trilogía biográfica, manifestó su habilidad como fotógrafo en el libro Memorias en Cámara Rápida, instantáneas en las que participó en conciertos -arriba, detrás y debajo del escenario- como en camarines, salas de ensayo y estudios de grabación con percusión y fuelles, y paseos por doquier como preponderante protagonista, muchas como testigo privilegiado de momentos únicos, a veces en intimidad, otras en secuencias que fueron de la vida del rock star a la bizzarreada trash (y en oportunidades: ambas a la vez)
“Tenía una Canon AE-1, una arcaica cámara analógica y me gustó sacar desde un punto de vista amateur ¡desde ya que no me voy a considerar fotógrafo profesional, ni mucho menos!”, reía el jovial sujeto. “El valor de las fotos está en las personas o las situaciones retratadas desde un lugar más de adentro, por supuesto, al ser músico participé de todo eso. Tuve amistades que me ayudaron mucho y me enseñaron los rudimentos básicos y pude revelar las fotos, pero más que nada fue retratar el momento. De 1990 a 2010, esos 20 años tenía un montón de documentos de las épocas de Charly, con los Kuryakis, lo de Cerati, fue juntar en esos 20 años las fotografías que sentía más apropiadas y escribirles un textito para dar información. Mi idea siempre fue hacer fotos bien urbanas, bien de las situaciones de la música, en trasnoches, clubes, ese tipo de cosas”, destacó del contenido, y es tal la intimidad, que Sama confesó que dejó afuera de la publicación “varias imágenes por impropias”.
El talentoso artista explicó en la contratapa: “Registré las imágenes de este libro entre 1990 y 2010, mientras compartíamos clubes trasnochados, estudios de grabación, camarines y escenarios con gran parte del mundillo roquero”.
Desde su lente reflejó en los 90 desde la tradicional y viró a lo moderno. “Pasé de la analógica a la digital, pero nada demasiado tecnológico en cuanto a lo digital, ¿no? el valor de las fotos es el de las personas retratadas. Me gustó -aunque suene cursi- por amor a la vida, simplemente retratar todo eso, como lo hago con las palabras, al escribir e intentar esa obra de teatro maravillosa que se va dando día a día, con la música y con mi vida en sí, y poner la mayor cantidad de información posible, siempre y cuando sea entretenido, porque la vida es eso, no es solamente la música, tiene que ver con las películas que se estrenan, las situaciones que ocurren. Me gusta escribir con un contexto histórico y que se entiendan bien las formas de hablar, las vestimentas, las modas de entonces, todo lo que inevitablemente quedará antiguo a posteriori, pero básicamente es retratar el momento presente. Mi escrito siempre es en el momento presente y nunca se devela lo que vendrá, como para que la sorpresa al leerla sea igual a la que tuve al vivirlo”.
“Lo que ocurrió tiene su continuidad en la actualidad y es algo lindo, la emoción de, después de tantas décadas, compartir con Charly es hermoso. La vida me dio esa hermosa oportunidad, como que todo continúa y se abrió el abanico a las nuevas generaciones al tener la fortuna de tocar con chicas o chicos de la nueva generación”, se despedía Samalea, seguramente oteando el horizonte, ese que lo espera con nuevas aventuras.