Expresiones de la Aldea, La Aldea y el Mundo, San Luis

Unión de hermanas

Cordelias – Fernando Saad – Capítulo 8

Eugenio ha vuelto a sus clases en el secundario, y anda llevando a sus niños a cuestas. A veces se quedan a un costado del aula, mientras lo ven dialogando con jóvenes que comienzan sus primeros escarceos literarios.
Ese día, cuando vuelven a la casa, el niño encuentra un ovillo de lana y le ata manos y piernas a su hermana. Desde la mesa comienza a mover sus manos como titiritero, y la hermana se acuesta como una mujer que duerme. Él tira los hilos sin poder moverla, porque la hermana duerme, parece que duerme, a pesar de las órdenes.
Eugenio descubre la situación cuando trae los platos a la mesa y ante la desilusión del hijo, se pone los hilos en ambas manos, y se los entrega. El hijo se sube a una silla, y busca los hilos del padre, los lleva, y él mueve sus brazos hasta Martina, y la sacude, mientras ella se queja en sueños, el padre, con los hilos que lo conducen, levanta en sus brazos a la niña dormida y la lleva hasta el sillón.
El hijo mueve los hilos, siguiendo las caricias, y luego la colcha que finalmente la cubre. Deja los hilos, cuando el padre está detenido frente al sillón, y se acerca al cuerpo dormido, le toma la mano. Se acerca para ponerle un paño en la frente y la mira, sin saber ninguno de los dos qué más hacer. La obra termina antes de la cena.

La vida se vivía como un momento eterno, como en esos espacios donde la luz se colaba entre las ramas de los árboles. Era un campo, donde los sueños de dos niñas se dibujaban en las nubes que formaban figuras de ojos, muñecos de algodón y rostros de los niños que tenían los rasgos más bellos del jardín de infantes. Los fines de semana en el campo del padre, donde se perdía toda la semana y volvía el sábado para llevar las hijas y la madre a pasar dos días en familia.
La semana se convertía en no extrañar a ese padre de manos laceradas y rostro adusto, para entrar en un terreno de juegos preparados, comidas hechas a la parrilla por peones permanentes, que no tenían descanso y se habían convertido en parte cercana de la familia. A veces algunos ponían a las niñas las cubiertas del tractor, que colgaban de árboles a modo de columpio, o casas de árboles llenas de los juguetes que no daba miedo perder.

“Hermanas”, ilustración de Paula Livio.


A menudo las niñas dormían en el árbol, con frazadas y leche tibia, sánguches y juegos, con un sol de noche que las iluminaba, mientras los padres encontraban intimidad en el interior de la casa.
Esa noche Bobby le cuenta a la hermana que durante la visita a la plaza un compañero le trajo una flor, y le pidió ser su novia, y ella le dijo que sí. Que no hubo beso. Y la hermana le dice que no le cree, y le dice que no sabe besar, y le enseña a dar besos con la palma de la mano, como lo ha visto en la telenovela con mamá.
Esa noche ven las sombras de la casa y el rostro de la mamá, y la mano apoyada en el vidrio empañado en gritos, mientras el papá con la camisa puesta, empuja por detrás.
Ellas se toman de la mano, compartiendo el espanto de un daño aparente. La madre siente las miradas, y cierra las cortinas, en un tiempo que parece prolongarse en un silencio eterno. A mitad de la noche la madre las despierta, las tapa con cuidado, hasta dejarlas en sus camas, donde despertarán a mitad de la noche pidiendo volver a esa casa de madera donde se sienten a salvo.
Las idas a la escuela las separan muchas veces a mitad de camino. En la casa dicen que la hermana es precoz, que tiene una inteligencia superior y en la escuela insisten en sus características de superdotada. Han dejado de creer en esas dos hermanas, por lo menos en los gestos y actitudes. Mariana toma su bicicleta, pero su padre finalmente la lleva a inglés y a danza.
La bicicleta le queda a Bobby, y su camino de pronto se cubre de libertad. Ha visto a sus heroínas en la televisión tomar las riendas de los asuntos, y de esa nueva película, vista a medias en blanco y negro con dos personas comiendo, y luego teniendo sexo llamado hardcore, que hasta ahora se ha insinuado en la telenovela que antes veían con Mariana. A veces hablaban de sexo con ella, y de las cosas que se les pasa por la cabeza, y los miedos de la primera vez. Cuando sucede, ninguna de las dos se anima a confesarse y luego el tema se vuelve un vacío en sus charlas.
Algo que tiene en claro es no dejarse llevar por el deseo, o antes de ponerse un preservativo nadie podrá llevar nada dentro de su cuerpo, salvo que ella los dejara, y estuviera a salvo. Pero no es por miedo que lo hace. No es el temor a quedar embarazada, o a contraer enfermedades venéreas. Una cosa más profunda alimenta su cautela, la espera de un conocimiento más profundo de los hombres y las relaciones.
Incluso su primer novio, cuando lo lleva a su casa para presentar a sus padres, y cuando a la salida se quedan solos, y mientras los padres están en la habitación buscando las camperas, y se dan esos besos impensados, y sin ruido con cautela. Él le mete la mano por detrás del jogging, y le corre la ropa interior, y comienza a tocarla. Ella cuela su mano que busca tomarlo dentro de los pantalones. Se levanta luego de sentirlo temblar.
Lo besa, y la sensación es un deseo, y a la vez la sensación es el vacío de la respuesta del otro. La sensación volverá otras veces, con otros hombres, y en diferentes edades. Esa percepción de que los amantes son una masa que se despeja del deseo por la otra persona una vez satisfechos, y que ocupa con hastío el espacio que hasta el momento previo era propiedad del amor.