Especiales, La Aldea y el Mundo, San Luis

Lecturas sobre Venezuela

Democracia – Dictadura,
Revolución – Contrarevolución
o Política del caos

Colaboración especial de Oscar Pedro Rivero Vives

El análisis de un sistema político cualquiera sea no puede inferirse de un solo hecho, aunque este revista electoral, para seleccionar nada menos que Presidente, como viene sucediendo en el país del Caribe. Expresa sí el síntoma de un proceso que viene desplegándose en el curso de más de dos décadas. El ensayo llamado “Socialismo del Siglo XXI”, desde el primer día abrió una hendidura societal en la nación venezolana, como todo régimen erigido revolucionario.
Fuera de la etapa de mayor seducción por el ideario revolucionario, en los ciclos poscomunistas todo proceso que propició igualdad social más allá de los límites de un capitalismo de bienestar se expuso a provocar escisiones cuyas tensiones polarizaron al sistema político con imprevisibles consecuencias, salvo en los casos en que los programas propuestos e implementados provocaron, en el corto plazo, mejoras evidentes en la calidad de vida de sus ciudadanos.
La mayor parte de tales experiencias, en diferentes países, no han logrado sostenerse, sin embargo, con estabilidad y legitimidad política, por el sencillo motivo que provocaron resistencias y reacciones de un amplio arco de grupos, clases y sectores autopercibidos victimas del mayor costo por las transformaciones.
Ante ello, en el pasado revolucionario, tanto empírica como doctrinariamente se imponía, de entrada, la vía dictatorial, que, en nombre del pueblo explotado, legitimaba cualquier clase de restricciones y cercenamientos a los derechos individuales en pos de la liberación.


Desde el poscomunismo, y no solo por la caída del Muro de Berlín o por el fin de la guerra fría, sino también por el horrorífico cuadro de violaciones a los derechos humanos de las dictaduras neoconservadoras en la región, como en otras partes del mundo, todo cercenamiento de derechos empezó a concebirse no sólo ilegal sino contrario a toda ética pública universalista, independientemente de cualquier otra legitimidad fundada por el cambio social igualitario o valores nacionales, salvo que reflejen hegemonía absoluta en las urnas, cosa que no se ve, al menos, en ciclos largos, en aquellas experiencias recientes.
Está claro hoy, que solo el sufragio universal, en el marco de las reglas de juego transparentes, con el debido respeto de los derechos individuales y prensa libre, entre otras condiciones, pueden asegurar mayores posibilidades a un proyecto concebido revolucionario. De otro modo la carencia del respeto internacional hace palpable, más temprano que tarde, la debilidad del sistema.
Venezuela, independientemente del debate en torno de quien tiene la razón electoral -que por otra parte hasta ahora ninguno ha podido corroborar- desde hace tiempo, objetivamente, ingresó en una crisis política, cuya única salida parece ser, para el gobierno, la vía de la dictadura, camino que empezó a acelerarse, lamentablemente, desde el mismo momento en que se consagró al actual presidente Maduro por seis nuevos años de mandato, cuando ni siquiera se habían validado los resultados según los mecanismos tradicionales.
Todo indica que hay de por medio un sinuoso camino para el pueblo y la nación hermana envueltos ahora en luchas fratricidas siendo un polvorín político que amenaza a todo el continente, en un nuevo escenario de conflictos geoestratégicos, que tiene a grandes potencias como principales protagonistas, razón más que suficiente para afirmar que los paradigmas políticos hasta ahora conocidos están abriendo la puerta a un nuevo ciclo histórico signado por el imperio del caos, dónde, como afirmaba Marcuse, la razón moderna evidencia, tristemente su colapso.