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Un despertar de Mariana

Cordelias – Fernando Saad – Capítulo 14

La pava eléctrica comienza a hervir, y la muevo de la base porque ya no funciona como antes.
Pongo las tostadas recién hechas sobre un plato de plástico, y traigo las tazas, las dos tazas de los niños, con sus dibujos, con sus partes desprendidas de tanto lavarlas. Y echo la leche, una y dos cucharadas, y el cacao.
Miro las tazas, las tostadas enlodadas en dulce de leche, cierro el tarro de cacao, y la taza aún está blanquita. Cuando lo abro de nuevo la pava hace un ruido fuera de la base. Y la imagen se viene, como si sucediera frente a mis ojos. La imagen de Eugenio abriéndole las piernas, la imagen de las piernas, la imagen del rostro de Bobby, el sonido de sus suspiros. La foto en el teléfono, las explicaciones después del incidente, y mi cabeza hace el ruido de la pava, y se escapa el vapor caliente, y lo siento adentro, como puntos suspensivos. Y las piernas de Bobby que lo rodean, y el sexo de Eugenio en el medio de su cuerpo, y la imagen de los niños que duermen, y ahora sus ruiditos de despertarse, y ahora mi cabeza que estalla, y ahora sus pasitos en el baño y el sonido del cepillo corriendo por sus dientes, y el agua que corre, y los puntos suspensivos…
Y se repite. La imagen de Bobby, las manos de Eugenio, la fotografía a la vista de quien era mi compañero, dejando el cuerpo desnudo. En una imagen la traición. Y así se repite, el cuerpo del compañero elegido entrando en el sexo de una hermana. Las piernas de Bobby, los ruidos en el cuarto de los niños, el cepillo de dientes a gran velocidad, el dentífrico cayendo sobre la mesada del baño, el cacao servido en las tazas, las volutas en el aire, el ruido de la calle. Los mensajes de Eugenio, insistentes, para hablar del incidente. Su rostro besando los labios de hermana, esos que pinté por primera vez a los trece años para su salida con un chico cualquiera.
Las rodillas que tiemblan, el dolor en la nuca que se prolonga por toda la cabeza. La imagen de los besos, antes en mi cuello, ahora en los labios, en el pecho, en las caderas de mi hermana. Me duele mucho la cabeza.
El desayuno de los chicos, las tostadas, la mermelada, el dulce apretado en el pan, el cacao flotando en la nata grumosa, los ojos de Eugenio mirando los de Bobby. Una complicidad mía de la que no soy parte.
Las fuerzas de las piernas que flaquean, un segundo que dura infinito, el dolor de cabeza, las rodillas, una electricidad que recorre las piernas y no llega hasta las manos. Tomo la taza, y no puedo sostenerla. Alguien que acaricia mi pelo…

“Hermanas”, ilustración de Paula Livio.

Ahora me duermo, en el aire. Un silencio. Ahora son voces que se extienden en un tiempo impreciso. Ahora es todo negro, y el cuerpo que traquetea. Estoy moviéndome sin poder abrir los ojos. La sangre en mi cabeza. Un vómito que no sale, las arcadas, las agujas que entran en mis brazos. Un tubo en la garganta. Un sueño que divaga. Las voces de papá y mamá dicen que Bobby está en la entrada. No puedo mover los labios.
Ahora el momento en el que subo. Tiempo. Tiempo. Más tiempo. Caen más bombas a mi alrededor, una guerra desde mi pecho, electricidad, un tubo, una guerra desde adentro, un silencio. Un estado de no estar.
Mis piernas, se mueven. Están allí. Siento el cuerpo. Vuelvo a entrar en el cuerpo. Tiempo. Ellos dicen cosas. Tiemblo. Dicen nunca, dice dormida, dicen muerte cerebral. Dicen muerte. Dicen…
Allí afuera. Las voces, ¿serán otros, o ellos? Los dos juegan allí afuera. Escucho sus voces. Mis piernas se sienten, electricidad, mis dedos, electricidad, las voces a lo lejos… ¿Dónde están todos? ¿Se apagó mi cabeza?
Ahora vuelvo, dicen. Ahora las voces, dicen. Levantan mis párpados, dicen, y veo la luz de la linternita, y sus voces, y papá que llora por primera vez, y mamá que reza sin fe. Y que se sientan, y que parezco dormida, dicen. Y que el monitor de atrás se escucha titilante, dicen. Y que duermo tranquila, dicen…
En la noche inyecciones, en la noche los dos niños desde lejos. En la noche mamá rezando a una foto que apenas veo entre los párpados caídos. Y me duermo.
En el sueño estoy de vuelta, en el sueño no sé perdonar. En ojos cerrados lo golpeo hasta lastimarle la piel del rostro, y le saco los ojos para que no vuelva a ver a mi hermana.
En el sueño la escucho pedir perdón. Acercarse a mi cama y tomarme la mano, pasarme una toalla húmeda por el rostro, y besarme las mejillas. En el sueño nos atamos una bufanda de las manos, y Bobby se duerme a mi lado. En el sueño somos dos niñas con miedo a quedarnos solas en el mundo.
En el sueño siempre sonrío, y Bobby me acompaña. Somos dos niñas jugando a no crecer.