Una travesía inolvidable: tres villamercedinas hicieron «a pie» el Cruce de los Andes
Durante cinco días y cuatro noches Raquel Gurruchaga, Elisa Giacri e Iris Barrios, compartieron una hazaña increíble, en la que rememoraron la histórica expedición sanmartiniana y se adentraron en un entorno natural único.
En 1817, el general José de San Martín encabezó un conjunto de maniobras en el marco de la expedición libertadora de Argentina, Chile y Perú. El hito fue El Cruce de los Andes, donde unos 4 mil soldados regulares y 1.200 milicianos, atravesaron la Cordillera de los Andes, para enfrentar a las tropas realistas del Imperio Español. Se trató de una de las mayores hazañas de la historia militar universal. Miles de personas buscan rememorar esas instancias mediante cabalgatas y recorridos por el terreno que vio a los heroicos pasos del Padre de la Patria y sus tropas. Recientemente, tres villamercedinas dejaron sus huellas cruzando «a pie» las inmensidades andinas. Se trata de Raquel Gurruchaga, Elisa Giacri e Iris Barrios.
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«Estuvimos 7 días en la Cordillera y lo hicimos en 5 días y 4 noches. El 4 de febrero fuimos a Mendoza y volvimos el miércoles 12 porque hubo un alud. Salimos el 5 de febrero. Recorrimos unos 30 kilómetros en 4×4 -en terrenos de gran dificultad- y desde ahí hicimos poco más de 70 kilómetros caminando. No se trata solo del paisaje, sino de la historia que acompaña. Fue una cosa increíble», contó Gurruchaga en diálogo con El Diario de la República.
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«Esto es muy importante a mi edad, tengo 63 años. En San Luis hago cerros, en Mendoza y Catamarca hago montañas. Fuimos a Colombia a la Ciudad Perdida con nuestras amigas. Y ahora salió el Cruce de los Andes, pero caminando. En lo personal corro, hago de todo porque me gusta hacerlo. Esto fue divino porque dormí a la intemperie 3 noches en plena Cordillera, que es fantástico. Después el tema de los ríos, que son bastante caudalosos y correntosos. Nos encontramos con muchísimos arrieros. Hay que tener buen estado físico. Llegamos a una altura de 4.500 metros sobre el nivel del mar en dos oportunidades. Tuvimos buen clima, viento, frío. Pero cuando te gusta esto, lo hacés con mucho gusto», añadió.
Entre los recuerdos que se le venían a la mente mientras detallaba la aventura, remarcó que se bañaron en ríos helados, soportando bajísimas temperaturas. Al mismo tiempo, las caminatas se extendían bajo intensos calores durante la siesta. Ese ida y vuelta adverso, sumó aprendizajes imborrables. En ocasiones, comían a la intemperie y a veces lo hacían en refugios que encontraban en el camino.
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Para entender el recorrido, salieron desde el Manzano Histórico, en una Land Rover de Oscar, quien las acompañó en el viaje (a ellas y al grupo que salió de expedición). Luego continuaron hasta las oficinas de Migraciones (Portinari). Desde ahí, siguieron un tramo más en vehículo hasta Scaraveli, donde acamparon e hicieron «vivac» (dormir en el suelo, a cielo abierto, sin instalar ningún tipo de carpa ni refugio).
El jueves caminaron hasta el Portillo (4.250 metros sobre el nivel del mar). Esperaron a las mulas (que se usan como asistencia en el viaje y para cruzar los ríos) y continuaron hasta el segundo campamento, La Hoya. Allí armaron las carpas y descansaron. Al amanecer, continuaron caminando por 5 horas. Durante ese tramo, cruzaron las caudalosas aguas del río Tunuyán. Lo hicieron a caballo, ya que es la única manera de atraversarlo. Durante la marcha, admiraron los cerros Marmolejo y Piuquenes. Cruzaron el Caletón y las Peñas Coloradas para llegar al lugar donde armaron campamento y realizaron el último «vivac».
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A la mañana siguiente, levantaron campamento a las 7:17 y comenzaron a ascender hacia el Hito. Luego de 4 horas de intensa caminata, lograron el objetivo. Se trató de un momento de mucha emoción, donde las lágrimas se entremezclaron con el paisaje. Allí esperaron a las mulas que venían del lado chileno y que serían utilizadas para cruzar el río Plomo. Las villamercedinas -y su grupo de viaje- eran las únicas que estaban haciendo el cruce caminando y hacia Chile (otros aventureros se movilizaron a caballo y mula y solo hasta el límite de ambos países).
Por último, comenzaron a descender por tierra chilena, por 4 horas aproximadamente, hasta llegar a orillas del río Plomo. Cruzaron con ayuda de los animales y llegaron hasta el lugar donde los esperaba una trafic, que las llevó hasta cerca de Santiago.
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«No hubo tramos que nos implicaran un desafío especial, siempre fue complicado, una tiene que estar preparada para esto. Sí tuvimos un inconveniente con una de las señoras (que iba con el grupo de aventureras) que se había alquilado una mula (que cuestan entre 100 y 150 dólares); la mujer es hipoacúsica y pierde el equilibro, por ahí los terrenos eran pedregosos, erosionados por el viento y no tenía la misma capacidad que podemos tener para agarrarnos bien en el terreno», detalló Gurruchaga.
Una vivencia transformadora
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Gurruchaga subrayó que cuando se cumple el objetivo, cuando se llega al final del recorrido, es inevitable llorar. Las lágrimas resumen toda la preparación que demanda una travesía de estas características, y también guardan los sueños que se cumplen y los sueños que están por nacer. «Sabíamos que era pesado, que hacía falta aire, mucha pierna, pero más que todo lo físico es la cabeza, la mayoría de estas expediciones tan fuertes necesitan cabeza, llegás con la cabeza», dijo.
Aunque no lo diga expresamente (habla con humildad de sus logros), sabe que su aventura marcó un hito. Si bien hay villamercedinos que han hecho el Cruce de los Andes, se podría inferir que es la primera vez que tres mujeres se lanzan a la aventura caminando.
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«Usamos caballo en dos ríos. El Plomo, que está en Chile, es bastante ancho, muy ligero y correntoso, tenés que cruzarlo antes de las 4 de la tarde porque después es imposible por el deshielo. Después encontrás cosas increíbles, estuvimos en el corazón de la Cordillera donde el tipo de piedras parecían huevos blancos, donde la geografía, la topografía, la flora, son únicas. En una de las noches, la gran tormenta que tuvo Mendoza- donde se registró un alud-la veíamos desde el portezuelo. Estábamos acostadas y veíamos la tormenta. Teníamos miedo porque pensábamos en lo que podía llegar pasar, no teníamos donde refugiarnos. Pero el guía nos dijo que esas tormentas no llegaban. Se aprende mucho con los arrieros, por ejemplo -según las nubes- si hay viento arriba, si hay lluvia, cuánto calor va a hacer, cuánta agua vamos a necesitar», mencionó.
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«Había gente de Alemania, también ingleses, que lo hicieron a caballo. Es un turismo netamente europeo. Y se admiraban de que éramos mujeres grandes y la llevábamos caminando», agregó.
Nuevos desafíos
Gurruchaga y sus amigas tienen un espíritu incansable. Cada aventura que abordan, despierta nuevos desafíos, nuevas conquistas. Para ellas, no hay límites. En ese sentido, ya tienen proyectadas más montañas y cerros. Piensan en el San Francisco, de Catamarca, que tiene aproximadamente 6.018 metros de altura sobre el nivel del mar. También planifican un recorrido en una cascada muy importante que hay en Venezuela, el Salto del Ángel, entre otros lugares y entornos. En el medio, no dejan de recorrer cerros en la provincia. Incluso Gurruchaga participará de una carrera en Luján. Siempre se mantienen en actividad, en estado. «No tomamos ningún tipo de remedio, no sabemos lo que es una enfermedad, no nos duele nada, sonreímos todo el tiempo», manifestó.
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Gurruchaga concluyó con una reflexión. Si hay gente que piensa en lanzarse a una aventura de estas características, o tiene ganas de iniciarse en el montañismo, las invita a intentarlo. En lo personal, precisó que ella siempre corrió pero en una etapa de su vida, dejó de correr. En un momento, su psicóloga la instó a hacer montaña. Fue así que se hizo de un grupo donde la sumaron con muchas ganas. Al principio le costó (había sido fumadora) pero reorientó todo su camino y conquistó objetivos increíbles. Nada es imposible, aseguró. «Tengo un buen estado. Fuimos al Champaquí hace dos años y nos perdimos con el guía, caminamos 23 horas bajo la lluvia, sabemos de las dificultades, pero si hay alguien que puede hacerlo, que lo intente. Yo lo intenté a los 55 años. De nosotros depende todo, la voluntad es algo intransferible, es tuyo, es propio, es algo que solo tenés vos. Pero cuando descubrís el universo, tan grande que es y donde vos podés adentrarte, es fantástico. Yo empecé caminando. La montaña me dio todo lo que necesito para vivir, no preciso nada más», concluyó.
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Fuente: El Diario de la República
Fotos: Gentileza Raquel Gurruchaga