Expresiones de la Aldea, San Luis

VALERIA & SÓTANX

Por Valeria Glusman

El sótano se cansó de esperar mi visita y salió a recorrer mundo.
Yo quise asustarlo, diciendo que el mundo no era para él, que regrese. Lo empecé a correr como una chiquilina con urgencias.
Él, repleto de cosas como siempre empezó a correr, llegó a la avenida, lo más campante, ni esperó el colectivo, se subió en la primera camioneta roja que pasó. Así como estaba no se le cayeron ni las fotos, ni los apuntes, ni los bolsos, ni los tapices.
Yo, enfurecida porque no se quedaba quietito ni esperaba como cualquier sótano que algún día fuera a ordenar el desquicio que habíamos dejado. Lo empecé a perseguir desde una moto verde.
Me pareció que se burló de mí. Y yo que ni siquiera me había peinado, ni sacado las pantuflas para ir a buscarlo. En la curva antes de la estación de buses me colgué del portarretratos de un pariente que no supe identificar. Al principio nadie nos prestó atención, pero nos volvimos visibles cuando empecé a tirar unos almohadones naranjas, una lámpara de pie y cuatro canastos que se me cayeron y no pude ver qué había. El muy desconsiderado me llevó así, hasta la peatonal.
La camioneta nos dejó ahí en la plaza, en la cuadra entre el banco y la escuela. Lo agarré fuerte, lo sacudí, más bien. Yo no estaba en mi mejor versión, despeinada, sin ropa de paseo y con la ira que me hace poner cara del mal, un ojo titilando y las cejas encrespadas, quise disimular poniendo mi cara de reina, que obviamente me dejaba más ridícula.

“Sótano 4”, por Miloš Hronec.


Ni linterna tenía para ver que había ahí. Saqué un barrilete de sirenita que encontré para remontar ahí sentada en la pila de revistas. Me quedé así hasta que se hizo de noche. Oscuro con oscuro se iba a notar menos mi movimiento. Estaba muy pesado, conseguí meterlo en un taxiflete y llegamos a casa. Obligándolo a que descienda a su lugar, estaba tan caprichoso, que no quería. Tuve que leerle toda la colección de la Enciclopedia Larousse para que se durmiera un poco. Lo empujé, lo arrastré, como a las 2 de la mañana logré ponerlo en su lugar, lo acompañé, me llevé una almohada y mi acolchado. Dormí, hasta que me pareció que era de día.
Me prometí salir y regresar el sábado siguiente, cuando subí, dejé la luz prendida, y la puerta la cerré con llave muy fuerte.