Expresiones de la Aldea, San Luis, Tertulias de la Aldea

EL CARRERO MORALES

Por Roberto Tessi

Cada tarde, el boliche de don Calixto se convertía en el punto de reunión de todos los que hacían changas después del paso del Cuyano. Estaban los que habían vendido algún pájaro a los asombrados ocupantes del coche salón o la primera del tren, se lo llamaba “los catiteros” que a veces se salvaban con esos loritos que tanto abundaban por los campos cerca del Río V. También venían lo verdaderos changarines que habían cargado y descargado bultos, cajas, valijas, encomiendas y bártulos diversos, por algunas monedas de propina, y cuando se ponía lindo, no faltaban las guitarras con gatos, cuecas y tonadas.

Apenas se apoyaban en el estaño, don Calixto les servía un vaso lleno de  vino tinto o clarete, según el cliente, dejándoles a mano la jarra con forma de pingüino. Todos querían contar cómo les había ido. Los apodos y las cargadas cruzaban el salón ante las risotadas de los parroquianos. Como a la hora, el ruido de los carros y chatas con el resoplido de los percherones indicaba la llegada de los carreros. Nadie con el prestigio de ellos, sus fletes les dejaban dos o tres pesos por carga, los mejores  eran los que llevaban cargas al campamento de los milicos, a Villa Reynolds, pero se tardaba más de dos horas en ir y venir, cuando no más, si te tenían a las vueltas para pagarte, y si te quejabas, te amenazaban con pasarte para adentro.

Numerosos carros tirados por mulas cargados con leña (1920). Foto de José La Vía.

De los carreros, nadie más conocido que el “remache” Morales , guatón, petiso y cabezón, su apodo lo pintaba de cuerpo entero.  Su rostro percudido por los soles y los médanos, con la boina hasta las cejas, imponía respeto en el boliche. Todos estaban pendientes de su presencia y su voz de trueno se imponía frente a la de otros.

Aquel atardecer el bolichero le preguntó: – ¿qué le sirvo Morales? -un semillon por supuesto, y en vaso largo.

De los carreros, nadie más conocido que el “remache” Morales , guatón, petiso y cabezón, su apodo lo pintaba de cuerpo entero.  Su rostro percudido por los soles y los médanos, con la boina hasta las cejas, imponía respeto en el boliche.

Desde el fondo alguien llamaba su atención: -¿largo?….che remache, ¿qué te haces el fino ahora? La cargada desde la penumbra desató risas entre los presentes. Morales no se inmutó y lentamente se volvió a los que habían festejado…-Es verdad, no tomo del pico de la botella desde aquella siesta que después de cargar un viaje lleno de ladrillos bayos del barrio San José a Las Mirandas, el calor y la garganta reseca me obligó a parar en el almacén de Poggio y me pedí una botella de tinto que descorché al lado del carro, a la sombra del tala al que había atado los parejeros. Ya cuando la empiné, noté que el vino no bajaba bien, algo tenía la botella, era tanta la sed que chupé sin aflojarle hasta casi terminarla, la sorpresa que me llevé al ver que lo que la obstruía era una rata muerta, ensopada en el oscuro tinto…

Se hizo un pesado silencio en el boliche, y el “remache” concluyó: ¡HICE TANTAS ARCADAS POR EL ASCO, QUE POR ESE DÍA NO TOMÉ MÁS VINO!

Afuera, el sonido lastimero de la sirena del Molino Fénix avisaba que se había terminado la jornada y llamaba al descanso.