La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

LOS DILEMAS DE UN NUEVO ORDEN

Por Agustina Bordigoni

El 2 de agosto de 1990 Irak invadió Kuwait, un acto que marcaría el inicio de la primera Guerra del Golfo.

Desde ese momento EE.UU., que hasta hacía poco tiempo había sido aliado de Saddam Hussein, entendió esta invasión como un intento de Irak por liderar en la región (además de a un territorio con importantes recursos petroleros) y comenzó a armar una coalición de países que se establecieron allí para recordar un ultimátum: si el ejército de Irak no abandonaba Kuwait para el 15 de enero de 1991, esa coalición actuaría por la fuerza. Mientras tanto, estaría en “misión de paz” y esperando la retirada.

Argentina fue el único país de América Latina que participó de esta alianza de países, enviando parte de sus tropas. Por eso, no solo se cumplen 30 años del conflicto, sino también de un cambio sustancial en la política exterior del país

Argentina fue el único país de América Latina que participó de esta alianza de países, enviando parte de sus tropas. Por eso, no solo se cumplen 30 años del conflicto sino también de un cambio sustancial en la política exterior de nuestro país: se inició así un período de “relación especial”, en el que el alineamiento automático hacia los Estados Unidos era también el reflejo de una nueva era, un “nuevo orden mundial”, que emergía tras el final de la Guerra Fría.

El discurso que lo dijo todo

“Con la misión de asegurar la paz en el Golfo y en cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas, el señor presidente de la Nación, en su condición de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y en el ejercicio pleno de sus facultades constitucionales, ha ordenado la movilización de oficiales y suboficiales del ejército, de la fuerza aérea y de la armada argentina.

Esta movilización conformará un contingente especial, que habrá de integrarse en la región del Golfo a las fuerzas internacionales allí desplegadas, en el contexto de las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

El gobierno argentino desea ser absolutamente claro en su posición internacional, absolutamente coherente, absolutamente veraz. El objetivo supremo de la Argentina es ayudar a restablecer la paz en la zona en conflicto. Las unidades militares que se movilizan no constituyen una fuerza de intervención, no van a emprender acciones bélicas u ofensivas, no van a asumir un rol de beligerancia”, anunciaba el Ministro de Relaciones Exteriores y Culto, Domingo Cavallo, el 18 de septiembre de 1990.

El verdadero impulso a la intervención habrían sido dos cartas: una del presidente George Bush (padre) a su par argentino, Carlos Menem, y otra, del jefe de Estado egipcio, Hosni Mubarak. En la primera Bush le agradecía a Menem su preocupación por la situación en el Golfo y en la segunda Mubarak le solicitaba una “reacción en bloque” para contener a Irak

Cuando menciona la resolución de Naciones Unidas, el ministro argentino hace referencia, seguramente, a una serie de documentos en los que desde el comienzo del conflicto la organización internacional condenaba la invasión de Irak a Kuwait, enfatizaba su preocupación, establecía un bloqueo comercial sobre Irak, a la vez que exigía el retiro inmediato de las tropas iraquíes en el país vecino. Sin embargo, en ninguna de estas resoluciones se hace mención a la necesidad de que países como Argentina se involucren militarmente en el asunto. No es hasta el 29 de noviembre de ese año, en la Resolución 678, que la ONU emite una advertencia para que Irak abandone Kuwait o, de lo contrario, autorizaría una intervención militar en la región. Sí es cierto, como aclara más adelante en su discurso, que las fuerzas internacionales desplegadas en la zona lo estaban en el contexto de estas resoluciones. Pero nada había sobre un compromiso de los países latinoamericanos, mucho menos específicamente de un deber argentino.

El verdadero impulso a la intervención habrían sido dos cartas: una del presidente George Bush (padre) a su par argentino, Carlos Menem, y otra, del jefe de Estado egipcio, Hosni Mubarak. En la primera Bush le agradecía a Menem su preocupación por la situación en el Golfo y en la segunda Mubarak le solicitaba una “reacción en bloque” para contener a Irak.

Claro que ese podría ser el impulso, aunque la decisión tuvo más que ver con el contexto y el cambio rotundo en la estrategia de relacionamiento con el exterior que ya había empezado a dar muestras en nuestro país a finales de los 80.

Volviendo al discurso, Cavallo se encargó de resaltar que “aquí no está en juego un interés ideológico, partidista, sectorial o de bloques de poder. Ni siquiera está en discusión la tradición excelsa de nuestra política exterior: aquí existe un enfrentamiento profundo entre la comunidad de Estados en su conjunto”.

Era clara la referencia al debate que suscitó por entonces este alineamiento directo a la política norteamericana. Las discusiones entonces acaloradas –y las críticas– no solo provinieron de la oposición sino también de importantes sectores del mismo partido gobernante.

Claro que dentro del mismo partido todos estaban de acuerdo en otras estrategias, como las de atraer inversiones extranjeras, la renegociación de la deuda y la liberalización del comercio. Solo así puede comprenderse este viraje en la política exterior: sus artífices consideraron necesario estrechar los lazos con las potencias para conseguir sus objetivos (unos objetivos que a su vez eran concordantes con lo que las instituciones internacionales recomendaban para países como el nuestro).

El nuevo orden mundial

Eran recurrentes en ese momento las referencias a un nuevo ordenamiento del mundo. Surgían voces, teorías y posturas sobre lo que pasaría y sobre cómo cada país debía adaptarse a lo que estaba por venir. La Unión Soviética seguía existiendo, pero la caída del muro de Berlín había hecho evidente la pérdida de poder de la potencia y el próximo fin de la Guerra Fría. ¿Sería el venidero un mundo unipolar, en el que predominara un solo país? ¿Cómo habría que responder ante tal situación? ¿Cómo debía ser ese mundo?

A la par, las instituciones internacionales, muchas de ellas surgidas tras la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a tomar un papel más predominante: tal es el caso de Naciones Unidas ante el conflicto entre Irak y Kuwait, pero también del FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, todas instituciones que comenzaron a recomendar las mismas recetas económicas impulsadas por la potencia que se erigía como la única.

“El desafío de Irak a la paz mundial atañe directamente a cada uno de los argentinos.

Eran recurrentes en ese momento las referencias a un nuevo ordenamiento del mundo. ¿Sería el venidero un mundo unipolar, en el que predominara un solo país? ¿Cómo habría que responder ante tal situación? ¿Cómo debía ser ese mundo?

Quienes piensan que la lejanía del Golfo o la falta de una presencia argentina en la región puede asegurarnos no sufrir las consecuencias de estos acontecimientos, se equivocan. No entienden que nuestro país es ya es un socio activo en la gestación de un nuevo mundo de paz, progreso y distención que busca consolidarse. Si la Argentina quiere participar de los beneficios de este proceso indetenible debe asumir también, necesariamente, las responsabilidades de quienes quieren ser los artífices del destino común de toda la humanidad”, detallaba el Ministro de Relaciones Exteriores en un anuncio que se parecía más a una justificación.

Las referencias a ese mundo emergente, a no quedar afuera, y más aún, a ser protagonistas del proceso, eran una clara demostración de cómo se comprendía el nuevo relacionamiento del que se esperaba sacar beneficios. Argentina debía ser partícipe necesario. Beneficiario y no espectador.

En ese marco debe entenderse como primer hito de la nueva estrategia de alineamiento la participación argentina en la Guerra del Golfo.

Realistas y periféricos

Dentro de este nuevo paradigma de relacionamiento con el exterior, además del conflicto en el Golfo, el gobierno argentino decidió seguir dando otras demostraciones de “buena voluntad”: la desactivación del proyecto misilístico Cóndor II, la ratificación del Tratado de Tlatelolco o de No Proliferación Nuclear, y el retiro del Movimiento de No Alineados pueden comprenderse dentro de ese panorama.

En el medio surgieron teorías como las del “realismo periférico”, principios sobre los cuales se sustentó (y se puede entender) la política exterior argentina. Suponiendo que en el mundo existen tres tipos de Estados (los forjadores de normas, los tomadores de normas y los rebeldes que se convierten en parias), “los Estados débiles que desafían el orden, pierden”, señala Carlos Escudé en “Principios del realismo periférico” (2012).

Esa teoría, surgida, según ese mismo autor, como “adecuada a aquellas circunstancias argentinas” sugería entonces que un país poco relevante para los intereses de las potencias como lo era Argentina debía, entre otras cosas, evitar cualquier tipo de confrontación con las grandes potencias y trazar una política exterior basada en un riguroso cálculo de costos eventuales (más que de beneficios).

Aun así, cuesta entender cómo la Guerra del Golfo nos evitaría costos eventuales o nos mantendría fuera de la confrontación. Mucho menos, y a largo plazo, qué beneficio sacamos de ese “nuevo orden mundial” tan promocionado.