La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

“TORMENTA DEL DESIERTO”

A 30 años de la respuesta a la invasión de Irak a Kuwait, y de una de las más importantes demostraciones de poder estadounidense en el mundo árabe

Por Guillermo Genini

Para el historiador británico Eric Hobsbawm el siglo XX fue un “siglo corto”, es decir que la duración del tiempo histórico no coincide necesariamente con la cronología. En este caso, el siglo pasado tuvo un intenso desarrollo que culminó en 1989 con la Caída del Muro de Berlín.

Este acontecimiento marcó el fin de la Guerra Fría y del mundo bipolar, donde Estados Unidos y la Unión Soviética se disputaron el predominio global por múltiples medios, tanto militares, como políticos, ideológicos y estratégicos.

Con el colapso de la Unión Soviética, la única superpotencia que emergió como dominante en el escenario mundial fue Estados Unidos, que inmediatamente se propuso aprovechar a su favor esta coyuntura.

Sobre todo, pretendió asegurar su poderío frente a eventuales rivales como una forma de demostrar su superioridad militar y tecnológica. Poco tiempo tardó en realizar esta demostración. Se denominó Operación Tormenta del Desierto, y fue un verdadero símbolo del cambio a escala mundial.

Un nuevo escenario

El escenario fue un lugar que a lo largo del siglo XX fue ganando protagonismo en el devenir histórico, tanto por sus protagonistas como por su importancia económica: Irak y el mundo árabe.

Sin duda que el trasfondo del conflicto fue el dominio estratégico de una región rica en petróleo, pero además otro factor asomaba como determinante: el resurgir del nacionalismo árabe basado en una fuerte impronta cultural y religiosa.

El mundo, con el conflicto de 1991, comenzaba a familiarizarse con las divisiones religiosas entre los musulmanes (sunnitas y chiitas), las aspiraciones de determinados estados árabes por derrotar a Israel, el crecimiento de la población en el Medio Oriente, la lucha por la hegemonía y el liderazgo en la Liga Árabe, entre otros temas.

Para la mayoría del mundo este cambio se dio de forma repentina. Cuando aún resonaban los ecos del colapso soviético, los medios de comunicación, que ya comenzaban a tener un alcance global gracias al avance tecnológico, informaron de un conflicto que aparentemente se produjo sin que nadie se diera cuenta de ello.

Se trataba de la Invasión de Kuwait por parte de las tropas iraquíes, en agosto de 1990. Fue una maniobra relámpago pues los invasores ocuparon el pequeño país árabe ubicado en el Golfo Pérsico en menos de dos días.

Prácticamente sin resistencia por parte de las fuerzas armadas kuwaitíes, todo el país fue dominado militarmente por parte de su vecino que se mostraba como un poder amenazador.

El Irak invasor estaba dominado desde hacía más de una década por el dictador Sadam Husein, cuya aspiración era convertirse en el líder del mundo árabe y en un poder hegemónico dentro del Golfo Pérsico.

Tal vez sin proponérselo, Husein le brindó a los Estados Unidos, más pronto que tarde, la oportunidad que estaba esperando para demostrar su nuevo rol autoimpuesto.

Combatientes de la Fuerza Aérea de EE.UU. patrullan sobre los pozos petroleros que arden fuera de la ciudad de Kuwait

Demostraciones de poder

Así, argumentando una flagrante ruptura del orden político y diplomático de las relaciones que deben regir entre las naciones, Estados Unidos encabezó una coalición internacional que tenía por objetivo derrotar al agresor Irak.

Esta iniciativa tuvo apoyo mayoritario entre las naciones del mundo y las Naciones Unidas emitieron una serie de disposiciones que obligaban a Husein a retirarse de inmediato de Kuwait, bajo amenaza de usar una fuerza militar multinacional para expulsarlo.

Como provocadora respuesta, Irak anexionó Kuwait como una provincia iraquí el 28 de agosto de 1990 en un claro desafío a la ONU y a Estados Unidos, que condenaron esta violación del orden internacional.

En pocos días, ante la posibilidad que el conflicto tuviese una nueva escalada, tropas de Estados Unidos fueron enviadas a proteger a Arabia Saudita. Este gigantesco movimiento comenzó a demostrar que los mandos militares estadounidenses tenían la capacidad de realizar grandes operaciones a escala mundial sin necesidad de recurrir a terceros países.

Entre agosto y septiembre de 1990, en la denominada Operación Escudo del Desierto, llegaron a Arabia Saudita buques, aviones, helicópteros, tanques y miles de tropas preparadas para entrar en acción en forma inmediata.

Este masivo operativo se realizó mediante la movilización armónica y coordinada de fuerzas aéreas, navales y terrestres ordenadas desde Washington, a los que se sumaron tropas y equipos de más de 30 países.

A comienzos de 1991 cerca de un millón de efectivos, 200 buques de guerra, 2.400 aviones, 2.000 helicópteros y cerca de 3.000 tanques estaban listos para recuperar Kuwait.

Así, bajo el amparo de las resoluciones de las Naciones Unidas y el liderazgo de Estados Unidos, comenzó la recuperación de Kuwait, conflicto conocido comúnmente como la Guerra del Golfo, aunque estrictamente no se trató de una guerra por la enorme desproporción que existió entre los contendientes.

El alto mando estadounidense la denominó Operación Tormenta del Desierto, denominación más adecuada, pues fue una verdadera demostración del poderío militar de Estados Unidos con el complemento de otras naciones participantes.

Esta operación comenzó el 17 de enero de 1991 y culminó 40 días después con la rendición y retiro de las tropas iraquíes de Kuwait el 28 de febrero. Los números de bajas pueden ilustrar las diferencias que existieron entre los dos bandos. Por parte de la Coalición Internacional encabezada por Estados Unidos tuvieron menos de 1.000 bajas entre muertos y heridos, mientras que Irak sufrió más de 100.000 bajas entre las que se calculan más de 30.000 muertos. Además, habría que sumarles más de 1.000 muertos civiles en Kuwait y 3.500 en Irak.

Una guerra desigual

¿Cómo se logró semejante resultado? No se trató de un conflicto donde la desproporción militar fuese la causante principal de este desenlace, pues Irak era una potencia regional respecto a sus recursos militares. Las fuerzas armadas iraquíes habían combatido durante largos y sangrientos años contra su vecino Irán en la denominada Guerra Irán-Irak (1980-1988) y tenían gran experiencia en operaciones militares en el desierto.

Además, gracias a su poderío económico, Husein había comprado equipo militar moderno a varios países proveedores de armas, entre ellos Francia, Estados Unidos, Italia y la Unión Soviética.

Equipo de fuerzas especiales en acción en el desierto entre las rocas cubiertas por una pantalla de humo.

Evidentemente se debe buscar una nueva explicación, la cual puede estar centrada en las novedades militares, logísticas y tecnológicas que se pusieron en juego por primera vez en ese conflicto y que continúan hasta la actualidad.

En primer lugar, la dirección militar se encontraba alejada del escenario de operaciones. El presidente de Estados Unidos, George Bush, ordenó que la dirección estratégica fuera asumida por el Secretario de Estado norteamericano, el General Colin Powell, en el Pentágono.

Allí un grupo de expertos, el Grupo de Acción de Crisis, más los analistas de Investigación de Operaciones, dirigieron las maniobras y los ataques.

En segundo lugar, se utilizó la tecnología de comunicación para tomar las principales decisiones: el uso masivo de GPS, seguimientos satelitales, análisis de imágenes de todo tipo, comunicaciones en tiempo real, fueron algunos elementos determinantes para lograr un rápido éxito militar.

Además, por primera vez se usaron a gran escala estudios complejos de probabilidades, mediante análisis computarizados de cálculos de variables en posibles enfrentamientos, restricciones y movimientos del enemigo.

En el centro de estos nuevos procedimientos se encontraban los algoritmos, los análisis de probabilidades y los estudios de simulación. Con estos elementos, la Coalición Internacional pudo coordinar cada vuelo de combate, cada salida de un buque y todos los movimientos terrestres con una efectividad asombrosa, que impidió una respuesta coordinada por parte de las tropas iraquíes.

Desde el Comando Central se elegía con precisión dónde realizar cada ataque, qué tipo de armamento era el más adecuado para influir el mayor daño a las fuerzas ocupantes, qué tipo de movimiento permitía alcanzar los objetivos con el menor riesgo para las tropas de la Coalición, el mejor punto de reabastecimiento, entre los múltiples aspectos considerados.

El sistema era tan completo que incluso se planificaron las horas de sueño y los descansos que necesitaban las tropas para lograr su máximo rendimiento.

Tan sólo cuatro días después del inicio de la campaña terrestre, y más de un mes de ataques aéreos masivos, Husein ordenó el retiro de sus menguadas tropas de Kuwait. Las nuevas estrategias y herramientas de operaciones habían demostrado la supremacía del poderío militar de Estados Unidos. El éxito había coronado a las fuerzas movilizadas de una magnitud pocas veces vista.

Así, la llamada “Guerra” del Golfo significó la anulación de Irak como posible Estado hegemónico de la región, anuló su anterior poderío militar y dejó en claro que Estado Unidos iba defender sus intereses económicos y políticos en esa región neurálgica en forma directa.

A partir de 1991 ningún Estado del Golfo Pérsico pudo desarrollar una política propia en la zona sin que Estados Unidos estuviese de acuerdo, lo que implicó en definitiva controlar los recursos petrolíferos del Medio Oriente.